—Mira —Minerva tendió en su dirección una carpeta.
Bastian la tomó con curiosidad. Cuando la abrió sus ojos volaron hacia ella, buscando alguna explicación del porqué él necesitaba estar viendo aquello.
—Deberías elegir el que más te guste —la apuntó de regreso. Tenía pocas intenciones de participar en la elección de un vestido.
—No lo creo. Si fuese mi boda lo haría, pero es tuya. Sólo tendrás esta si tus deseos de permanecer solo toda la vida se cumplen. Además, el que paga decide… —su tono burlón lo hizo mirarla con desconfianza.
Minerva parecía una nueva persona desde que había ido a visitar la academia, sonreía más, era más feliz.
Él, con su engreída sonrisa habitual comenzó a hojear aquellos bocetos. Convencido de que podría hacerla arrepentirse de dejar la elección en sus manos.
Cuando sus ojos cafés se encontraron con un vestido de hombros descubiertos, escote pronunciado y un corte lateral que parecía llegar hasta la mitad superior del muslo, simplemente sonrió con más fuerza.
—Este es el elegido —mostró con suficiencia.
Minerva elevó las cejas. Aquel sería un buen vestido para “la novia de Bass Campell”, no para Minie. Pero como aquel era justamente su papel por interpretar, simplemente asintió.
—Me parece una buena elección —le dijo, contrario a lo que Bastian esperaba.
Bass recorrió con la mirada aquella habitación. Minie sostenía la mano de su abuela casi de forma inconsciente. Pensó en que no sabía mucho a cerca de ella. Y entonces pensó en algo más; estaba pasando mucho tiempo a su alrededor.
Era extraño sentir curiosidad por alguien. Querer saber más de una mujer, hacer preguntas personales, consolarla e interesarse, eran cosas que no entraban en su bitácora de cosas por hacer con cualquier mujer. Minerva no podía ser la excepción.
Lo único que necesitaba era un poco de acción. Desde la noche en la que misteriosamente fue a parar al apartamento en el que ella vivía, no se había divertido con alguna mujer, así que… esa parecía la solución.
—Debo irme —le dijo y salió sin esperar respuesta.
Dispuesto a sacar de su sistema lo poco que tenía de ella, porque le estaba molestando.
…
Cuando Minerva se encaminó a la entrada de la mansión Campell, tomando la invitación que Mariel le había hecho unos días atrás, jamás imaginó lo que le deparaba el destino.
Había planeado llegar con Bastian, pero él se había ido del hospital antes de que pudiese preguntarle. Una mujer le abrió la puerta.
—No hay nadie en casa señorita Minerva —le dijo. Su uniforme le hizo saber que era parte del personal de servicio.
—Mariel me dijo que viniese a cenar… —soltó ella, como una niña perdida e inocente que quizá aún era.
—Oh, ha tenido que salir. La señorita Morin le pidió que fuesen a elegir el pastel para la boda.
El brillo de emoción en sus ojos y el tono de ilusión le parecieron tan familiares.
—Está bien, esperaré entonces —enunció sonriendo.
—¿Necesita que le traiga algo?
Minie negó con la cabeza.
Observó a la mujer marcharse hacia la cocina y ella comenzó a merodear. Pasaba los dedos por los delicados marcos dorados sobre elegantes mesas.
Se inclinó un poco para observar mejor una de las fotografías; Morin y Bastian siendo unos niños pequeños posaban uno al lado del otro, Bass sostenía una pelota de colores y Morin lo miraba mientras sus manitas de bebé se elevaban con emoción en el aire.
Estuvo convencida de que lo que había comenzado a sentir por Bass eran emociones verdaderas, porque, la sensación en su pecho aumentó cuando se topó con una foto de él en plena adolescencia. Sonreía en un traje elegante y deseó un poco que tuviesen una historia distinta. Quizá si se conociesen desde niños, Minie podría haber comenzado a hacer mella en su frio corazón desde muchos años atrás. Tal vez habría podido evitar aquello que lo había hecho odiar el amor, aunque ni siquiera sabía qué era.
Cuando comenzó a adentrarse más en aquella enorme casa, un sonido de golpeteo constante llegó hasta sus oídos. Se sintió como una completa entrometida cuando comenzó a caminar siguiendo el sonido, llena de curiosidad.
Era como aquella melodía tocada por el flautista de Hamelin y Minie estaba siendo uno de los ratones que la seguían sin dudarlo.
Pegó la oreja a una de las puertas para asegurarse de que aquel sonido provenía del interior. Así era. Sonrió como si hubiese sido su mejor hazaña encontrar la fuente de aquello.
Con sumo cuidado llevó su mano hasta la perilla dorada y la giró.
Al adentrarse en la enorme habitación, se encontró con unas inmensas paredes repletas de libros, desde el piso hasta el techo. Observó todo con detenimiento. Sus ojos se maravillaron con cada uno de los lomos de los cientos de libros. Hasta que sus ojos se maravillaron con algo más: Bastian Campell, en la esquina más alejada, desnudo en un sillón y sobre él una mujer de enormes curvas y manos desinhibidas.
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Editado: 10.08.2021