La academia se convirtió con facilidad en su nuevo lugar seguro. Ahí estaba alejada de la muerte, las mentiras y el dolor. Cuando cruzaba las puertas se convertía en una alumna soñadora más. Una chica normal, que estudiaba y llevaba una vida descomplicada.
Hasta que el día terminaba. Entonces debía volver a casa y esperar a que llegase la mañana, para librarse de dormir al lado de alguien que le había dejado claro que no podría amarla nunca. Y luego iba a presenciar como la vida en pausa de su abuela avanzaba, con la posibilidad cada vez más tangible de que terminase.
A veces, se preguntaba si era correcto mantenerla atada a una vida que ya no le pertenecía; las máquinas vivían por ella. y las máquinas no podían mirarla y reconfortarla como Annie lo haría.
Y Bastian… Bastian Campell era otro tema, que prefería no tocar porque, probablemente lloraría. Y en su papel sólo estaba seguir mirándolo con el amor que le tenía, sin mostrar lo dolida que estaba.
Debía mantener la sonrisa, más aún con la llegada de Vera Campell; una visita inesperada que la obligaba a cenar todas las noches a la mesa e ir a dormir con Bass.
¿En qué momento ser una esposa falsa había sido una buena idea?
Ya no sabía nada. Pero al menos podía olvidarse de todo lo que estaba mal, mientras escuchaba las voces amables de sus maestros, mientras veía a sus compañeros actuar y mientras escuchaba una ronda de chistes provenientes de la boca de Aries.
—Minerva, tu turno —Mariel la miró con una sonrisilla.
Ella asintió, preparándose para convertirse en cualquier criatura que los labios de la mujer inventasen.
Y comenzó; una mujer solitaria y triste que camina desconfiando del mundo entero.
Una mirada recelosa de ojos azules sobre el hombro, semblante decaído y caminar cansado.
Se convierte en una princesa dulce y perdida.
Sus ojos se ablandan y las pestañas revolotean cuando se lleva una mano al mentón, mirando a su alrededor.
Una guerrera cuyo amor fue arrebatado, su alma con sed de venganza se encuentra frente al asesino. Eso sí que se le daba bien, porque, la sed de venganza era algo un poco parecido a la profunda tristeza de no ser correspondido.
Sus ojos se tiñeron de odio, su rostro se desfiguró en una mueca de resentimiento y desagrado y entonces gritó, con desesperación.
Cuando volvió a ser ella, todos la miraban con sorpresa. Aries fue el primero en aplaudir y entonces todos lo hicieron.
Así era ahora, así había descubierto lo bien que se le daba llevar sus conocimientos a la práctica. Minie canalizaba toda su decepción, el desamor y el deseo de ser amada en bellas expresiones que robaban el aliento de quienes la miraban.
Cuando la clase terminó, todos dejaron el aula entre risas.
Aries la seguía de cerca mientras se dirigían a la cafetería.
La Academia Campell de actuación era exitosa y cotizada. Mariel le había contado que tenían una matricula de casi 100 alumnos. Algunos, como el chico que la acompañaba, dejaban sus ciudades para formarse en la Academia Campell.
Aries rodeó sus hombros con una sonrisa y se acercó a su oído.
—Sí que sorprendiste a todos, eres muy buena —aseguró él con secretismo.
Minie metió las manos en los bolsillos de su suéter de lana, la camiseta de tirantes bajo este la dejaba un poco expuesta al frío. Aunque el clima pronto sería soleado… pronto sería primavera.
—Gracias —dijo Minie con una sonrisa tímida.
—Eres un caso especial, una entre muchos. Actúas con el corazón.
Minerva dejó de mirarlo.
Se concentró en pagar las galletas de la máquina expendedora. Ignorando la mirada cariñosa de su compañero. Sabía que él la miraba de esa forma en la que los hombres buscaban demostrar que la encontraban hermosa. El problema era que ella llevaba meses ignorando esas miradas, porque, estando casada era inapropiado. Y aquello de llevar una vida más a cuestas; en la que pudiese tener espacio para aventuras extra discretas, no estaba en sus planes.
Además, su corazón tenía toda la atención en alguien más. Aun cuando él, probablemente ni la pensara, Minie quería a Bastian.
—Ya deja de adularme, no obtendrás una de mis galletas —soltó ella, siendo bromista.
Porque aun le costaba ser directa en algunos casos y porque predominaba su afán por ser tan amable como le hubiese gustado que fuesen con ella.
—Minie... tienes unos ojos muy lindos —dijo él, ignorando lo que ella había dicho antes.
—Son para verte mejor... —masculló, recordando al lobo feroz.
Comenzó a reír con socarronería cuando el chico abrió los ojos con sorpresa.
—Una boca también —esta vez, su mensaje era claro: estaba flirteando con ella.
—No podría comerte, me agradas demasiado.
No estaba segura de porqué lo miraba fijamente, ni porqué la atención que él le daba la hacía sentir tan inalcanzable.
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Editado: 10.08.2021