Capítulo diecinueve
El Caos y las estrellas.
—Hey-hey-hey, hey-hey-hey. Livin' like we're renegades, renegades, renegades.
Debía tener un tornillo zafado en el cerebro por aceptar acompañar a Liam Hamilton a no se dónde.
—¿Cómo se llama la canción? —pregunté curiosa, era la primera vez que la escuchaba y no me parecía nada mal.
—Renegades. Te dije que hoy seríamos dos renegados contra el mundo, Sheccid.
Nunca dijo eso, al menos, no con esas palabras.
Subió más el volumen del estéreo, en esta ocasión, veníamos en una automóvil negro. Estaba aliviada de no tener que subir a esa motocicleta del mal con la velocidad de este loco, ¿no sabe que hay un límite?
—Ponte el cinturón de seguridad, Sheccid. No por nada, deje mi amada Harley. —dijo, abrochando él mismo mi cinturón, dejándome pasmada.
—Tengo manos, ¿sabes?
—Sí, puedo verlas.
Rodé los ojos, y Liam sonrió con arrogancia, ya sabía que la idea del estúpido tic rodaba por su cabeza. Es que esto es el colmo.
—¿Y siempre has tenido el auto?
—Si.
—¿Y tienes licencia?
—Ajá.
No podía dejar de preguntar, si tenía carro, ¿por qué rayos siempre utilizaba esa Harley Queen maléfica?
—Pero no sacas mucho el auto.
—No, sólo en ocasiones extremas como esta.
Fruncí el ceño, a lo que él rápidamente, agregó:
—Sé que no te has acostumbrado del todo a mi bonita, por lo que, pensé te sentirías más cómoda en el auto.
Y lo estaba, al menos, no temía morir desparramada en el pavimento. Hoy en día, los índices en accidentes de motocicleta han ido en aumento. Con un loco como él manejando, mis posibilidades crecen con las mismas.
—Gracias. ¿Puedo preguntar por qué no te gusta el auto?
—¿Qué te hace pensar eso, Sheccid? — enarcó sus cejas perfectamente pobladas, sin quitar la vista del camino, pero prestándome absoluta atención.
—Cuando subimos, la expresión que pusiste fue muy diferente a la que haces al subir a la motocicleta.
—Bueno, es que mi Harly es...
—El amor de tu vida —rodé los ojos, eso ya lo sabía. Me lo había dicho desde un principio, aun así, tenía el presentimiento que había algo más.
La luz del semáforo cambio de color, dejando el resplandor rojo detenernos. Mismo momento en que él se gira rápidamente a mi asiento, como un acto de reflejo o de defensa, me hago para atrás, pegando mi espalda con la puerta del auto. No tenía la menor idea de que planeaba, pero ya estaba lista para jalar de la manija y salir corriendo de ser necesario.
Diantres, el cinturón.
—¿Todas las chicas buenas son tan curiosas como tú? — ya no tenía más espacio para recorrer, su aliento fresco con toques de tabaco y alcohol volaban creando una especie de cosquilleo fresco en mi piel —, parece que no comprendes del todo bien los límites personales, Sheccid.
No era la única.
Éste chico sabía mas cosas de mí de lo que creía. Conocía como me llamaban —ocasionalmente — mis amigos, información familiar, horario de clases, sólo falta que también sepa mi tipo de sangre o mi número de calzado. Eso sí que ya sería nivel acosador.
Sin embargo, yo era la única que me sentía avergonzada por ello. Mis orejas se calentaban y debía tratar con todas mis fuerzas de que el color no se apoderara de cada centímetro de mi rostro.
—Lo siento. — sujete con fuerza la tela de mis jeans. No quiero enfrentarme a Liam y su glacial mirada.
Ni siquiera sé porqué rayos vine. Es más que obvio, que no lo soportaría. Giro mi rostro hacia la ventana, el cielo se oscurece más rápido de lo que me gustaría mientras nubes grises se acercan, haciéndome temer una próxima tormenta. Mi corazón para cuando a través del reflejo de la ventanilla, veo a ese chico que no deja de verme.
No, no, no. Deja de hacerlo. ¿Por qué lo haces con esa intensidad?
Como la cobarde que soy, cierro los ojos, negándome al hecho de que algo esta cambiando. No quiero que nada lo haga, es atractivo y demasiado, es por ello, que debo tener cuidado. Ahora, sólo quiero golpearme por haber aceptado acompañarlo, me deje llevar por el tema de dos renegados, si lo pienso bien, no tiene ningún sentido.
—¿Falta mucho para que lleguemos con tu madre? Creo que lloverá.
Al principio, me intrigaba saber más de ella, porqué nunca estaba para poner en raya a su hijo troglodita. Tenía tanta curiosidad que no pensé con racionalidad, ahora creo que seria extraño conocerla, más porque su hijo y yo no tenemos ningún lazo relacional, sólo somos dos conocidos de la misma escuela. Sin duda, ésta no fue la mejor de mis decisiones.
—No, estamos a cinco minutos. — sentí una oleada de alivio cuando el color del semáforo volvió a cambiar a verde.
Vuelve a poner en marcha el vehículo y pasamos a lado de una reja bastante tenebrosa que me pone la piel de gallina. Doy gracias que no se detuviera ahí o creería que busca matarme de un susto. Dos minutos después detiene el automóvil, entre un muro grande con plantas sobre piedra y una unidad departamental pequeña, ambos bajamos, mientras yo contemplo la entrada de los departamentos, él lo hace en dirección contraria. Lo miro confundida, juntando ambas cejas interrogantes, ¿a dónde cree que va?
Esto es bastante extraño, se dirige a las raíces salidas de un árbol de ahuhuete, puedo ver a duras penas algunas ramas de otros sobresaliendo detrás del muro y de la oscuridad.
¿Que demonios? ¿Acaso va a robar una casa y me trajo aquí para convertirme en su cómplice? Oh no, debo gritar y pedir ayuda a los vecinos del lugar, no seré una delincuente.
Eso me pasa por aceptar venir con él.
—Vamos, Sheccid, sube. —dice arriba del árbol, extendiéndome una mano.
¿En qué momento lo hizo?
Aprieto los labios, negándome a cualquier cosa que tenga planeada, no voy a irrumpir una casa. Puede ir olvidándose de ello.
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Editado: 22.05.2023