Desastre Con L

20. La Sirena

Capítulo veinte
La Sirena

Me gustaría decir que después de eso no le respondí otros besos, que lo empuje, me aleje y que corrí de él, pero hacerlo sería una grandísima mentirota.

Porqué, después de que sus labios hicieron contacto con los míos ya no hubo nada que me hiciera pensar con congruencia, perdí la noción del tiempo, lugar e incluso de la persona a la que dejaba devorar mis labios.

Suaves, húmedos, carnosos, cálidos....

En esos instantes yo era una chica soltera besando a un chico sexy, tatuado y sensual. ¿Cuál era el problema?

¡Maldición, Alex! Deja de pensar en eso, no seas una hormonal. Lo que menos necesitas es perder el tiempo con cosas hormonales y menos cuando se trata de ese chico. A pesar de todas las revelaciones, seguimos siendo completamente dos polos opuestos, de una u otra manera,  él buscaba el caos y yo la tranquilidad.

¿En qué mundo podría eso funcionar?

Con un largo suspiro salgo de la ducha, con suerte un poco de agua caliente me ayudará a no amanecer mañana con fiebre o algo peor.

Casi le da un infarto a mi madre por verme llegar con la ropa empapada y llena de lodo. Sólo Dios y los santos patronos sabrán el interrogatorio que me espera, debo ser muy inteligente para no echarme de cabeza, no le puedo decir que fuí en medio de plena lluvia al cementerio acompañada de un chico que no conoce y es muy diferente a mis amigos. Se volvería loca.

—Alex, ¿dónde te metiste? — entra repentinamente cargando el cesto vacío, —. Mira cómo esta tu ropa, ¿y de quién es esta sudadera? — pregunta, curiosa.

Se nota claramente que no es mía, tiene el doble de tela.

—De mi amigo, olvide llevar un suéter y él me presto el suyo. — dije, encogiéndome de hombros.

—¿Cuántas veces debo recordarte que debes usar un suéter? Si te enfermas, tú no vas a pagar las medicinas.

Ni tampoco las tomaría. Saben horrible.

Muerdo mi labio nerviosa, ya le he explicado una cosa, aunque, todavía no el porqué esta manchada de lodo. Ella espera que lo haga, sigue clavada en el umbral de la puerta, inspeccionando cualquier rastro de debilidad.

—Me caí en un charco por la lluvia —técnicamente no es mentira, mi torpeza nos hizo resbalar a los dos.

Tuve suerte caer en blandito.

<<Caíste encima de él, ¡lo usaste como colchón, Alex!>> Al parecer mi consciencia no me dejará tranquila, ¿por qué soy tan torpe?

—Deberías tener más cuidado, Alex. Podría pasarte algo, un mal golpe y ya te he dicho tú no pagas  el hospital.

No comprendo, incluso me siento molesta y, por otra parte, culpable. Mi madre siempre ha hecho todo por mí y yo no puedo dejar de meter la pata.

—¿Con que amigo?

Maravilloso, esto era lo único que me faltaba. Cómo si no fuera ya suficiente, a mi mente vienen los recuerdos de hace unos momentos; su boca devorando deliciosamente y su lengua explorando dulcemente la mía. Antes de que se me ocurra siquiera detenerlo, mi cara se enternece. Genial, siempre terminó siendo un libro abierto.

—Ya veo. ¿Fernando? — la miro confundida, ¿cómo rayos llegó a esa conclusión? —Sólo espero que tú no lo hayas buscado, Alex, recuerda que siempre debes darte tu lugar. Si te quiere que te busqué, tú no tienes porque rogar amor, princesa.

Y tampoco debí haber caído en las patrañas de un imbécil como él. Me dan náuseas y me asqueo conmigo misma al recordarlo.

—Sé que es un buen chico, pero, aún así, tú vales mucho.

La miro directo a los ojos. No saben las ganas que tengo por contarle lo que paso, decirle lo que ése imbécil me hizo y desahogar esto que carcome mi mente. Necesito su comprensión y apoyo, saber que a pesar de mi error ella será incondicional a mí, pero no puedo. Tengo miedo que al mirarla de nuevo a los ojos únicamente sea capaz de ver la decepción, ¿si me aborrece?, no soportaría oír salir de sus labios que fue mi culpa.

Dejaría de ser perfecta para ella.

—Meteré esto a la lavadora, te puse un poco de té, iré a calentar la cena. Apurate a cambiar y bajas cuando te llame.

Le sonrio y afirmo con un suave movimiento. Cuando sale no puedo evitar tirarme a la cama, desesperada paso las manos sobre mi cara, tengo unas enormes ganas de gritar al cielo.

—Basta, Alex. Las lamentaciones no te van a llevar a nada. — me digo para ponerme la pijama.

Cepillo mi cabello, es horrible. Todo el tiempo se enreda y se hacen nudos horribles, lo detesto. Creo que haberme teñido las puntas no fue la mejor idea, está hecho paja.

No sé que es lo que me pasa.

¿Por qué me siento de esta manera?

De un momento a otro, lo que creía se fue por el caño; Hamilton no es el maldito mujeriego que parecía y Fernando no es el estúpido caballero que aparentaba.

No es que quiera estar con ninguno, lo que pasó hoy con Hamilton fue algo excepcional, no volverá a pasar.

Y ya no tengo intenciones de pensar en ello, fin del asunto. Es mejor mi mente en algo más productivo.

Manos a la obra.

Busco dentro de mi mochila, ¿dónde está?

¡Guala!

Abro la libreta profesional rayada, tomo el lápiz entre mis dedos dejando que el movimiento se despliegue redonda y planamente conforme cada letra.

****

Correr.

Su respiración se aceleraba con cada salto que sus pequeñas piernas daban, escapando poco a poco de sus pulmones y su aliento combinandose con cada copo cayendo del cielo.

Era una noche fría, llena de aquel blanco velo. Sin embargo, no dejó de correr. Ni siquiera cuando las ramas golpeaban su cuerpo o cuando casi resbala por la acumulación de la nieve. Jamás dejaría de correr. Era su monotonía desde que ella de marchó, corría hacia su madre.

No importaba dónde fuera, lo único que quería era ir a su lado.




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