Descendientes ||the Last || Libro 2

CAPITULO VIII

Después de soportar el estridente sonido, provocado por aquella irritante alarma, Hazel Demore abandonó sus aposentos y avanzó por los pasillos de aquel exuberante recinto. las personas a su alrededor no le prestaban el menor interés, pues el miedo se había apoderado de ellos.

 

Aquella alarma, tenía cerca de once años sin haber emitido ruido alguno y el solo hecho de escucharla, ponía los nervios de punta a todos los pobladores de aquella extraña provincia, salvo por aquella pequeña niña, que caminaba tranquila, esquivando aquel mar de gente que corría de un lado para otro con pánico. Llegó frente a una enorme puerta blanca, la cual tenía gravados los emblemas de cada una de las provincias, apenas la tocó, la puerta cedió abriéndose de par en par.

 

─ Los necesito ─dijo fríamente, tomando por sorpresa, al numeroso grupo de jóvenes que se encontraban del otro lado y quienes, al verla, se pusieron de pie y la observaron consternados─ Merina, ha regresado ─. Anunció la pequeña. los presentes cruzaron miradas y se le acercaron.

 

─ ¿Estás segura qué se trata de ella? ─le cuestionó Favela. La pequeña giró hacia la chica de ojos grises y piel morena, sonriéndole con algo de burla.

 

─ Si no fuera así, ¿crees qué me atrevería a venir hasta aquí por su ayuda? ─preguntó dándoles la espalda─. No necesitaran armas, Merina no nos hará ningún daño ─agregó, a sabiendas que aquellos chicos planeaban equiparse con distintos armamentos. Algo incrédulos, dejaron sus armas y siguieron a la pequeña por los largos pasillos de aquel castillo que, en aquellos momentos, bien pudiera haber pasado por un manicomio debido a la gran cantidad de alboroto que se había generado.

 

Nadie parecía prestarle atención, a aquel extraño y numeroso grupo de jóvenes, quienes salieron con toda calma por la puerta principal, hasta el bosque.

 

Elizabetha, por su parte, se encontraba junto a los rehenes, a quienes sus nietas, recién habían liberado. Trataba de restaurar el orden a su provincia, mientras sus invitados la observaban, sin comprender cuál era el motivo de tanto escándalo. Mando llamar a su arma secreta, sin saber que la menor de sus nietas, había salido con ella justo frente a sus narices. Para cuando se dio cuenta de ello, ya era demasiado tarde, su nieta estaba en la profundidad del bosque acompañada por los dotados y prodigios, más destacados de cada una de las demás provincias.

 

De pronto, aquella alarma dejó de sonar de la nada, haciendo que el pánico aumentara, pues no había razón para que aquello ocurriera. Hazel y su extenso grupo de acompañantes se detuvieron en seco, justo en medio del bosque. Un siniestro silencio invadió cada rincón de la provincia. Elizabetha sintió escalofríos. Salió de la habitación y corrió en busca de su nieta y del resto de los dotados, pero solo encontró las habitaciones vacías. La longeva mujer, que en esos momentos lucía una radiante y tersa piel, gracias a las pastillas re-generativas, sintió como sus niveles de glucosa descendían considerablemente. Detrás de ella, los padres de los dotados, quienes habían salido con vida de su cautiverio llegaron corriendo, estaba nerviosa, ¿cómo decirles a esas personas que había perdido a sus hijos?

 

 

 

─ ¿Dónde están mis hijas? ─cuestionó Helen un tanto alarmada. La mujer comenzó a juguetear con sus dedos, nerviosa─ ¡Te hice una pregunta! ─le retó Helen, aún más alarmada, sujetándola con firmeza de los hombros.

 

─ No lo sé ─terminó por responder Elizabetha, bajando la mirada. Helen dejó caer los brazos mientras intercambiaba miradas con el resto de los presentes.

 

En el interior del bosque, el grupo de dotados, avanzaba con paso veloz, detrás de la pequeña Hazel, quien avanzaba con una velocidad asombrosa, como si conociera aquel lugar, mejor que nadie. Llegaron a un claro y se detuvieron. El sonido de algunas aves abandonando las copas de los arboles los alertó, alguien se acercaba. De inmediato se agruparon en posiciones de combate, alertas a la espera de lo que sea que pudiera acercarse. El silencio se hizo mucho más espeso, provocando que los nervios aumentaran. Incluso la pequeña Hazel, observaba a todos lados en busca del peligro. Se escuchó con claridad como la rama de un árbol se partía a la mitad y eso provocó que todos voltearan a la misma dirección. Aquella distracción, fue más que suficiente para que un enorme lobo blanco saltara sobre ellos con los colmillos de fuera y una feroz expresión en el rostro. Ninguno de ellos fue capaz de mover ni un musculo. Aquel inmenso animal, se acercó lentamente a ellos y comenzó a olfatear a Hazel y Thara, mostrándose dócil, pero al llegar con Evelin gruño furioso dispuesto a atacar.

 

─ ¡Mithra! ─le llamó Merina, saliendo desde el espeso bosque seguida por un pequeño grupo de personas. Apenas la escuchó hablar, el lobo se postro en el suelo y se acurrucó a los pies de la chica. Hazel, suspiró aliviada al ver a su hermana y de inmediato corrió a su encuentro. La joven Nikkei, abrazó a su pequeña hermana sobando su negro cabello.

 

─ Dijiste que Merina no se atrevería a dañarnos ─reclamó Evelin mientras se ocultaba detrás de Nicolás. Ambas hermanas giraron hacia ella.

 

─ Técnicamente, no fui yo quien te atacó ─. Se disculpó Merina mientras sobaba el lomo de Mithra, quien parecía disfrutar de ello. 

 

Aquel numeroso grupo de chicos reaccionaron al ver a Zoé y Serith de Evenigh, quienes llevaban consigo a sus pequeños cachorros en brazos. Dorothy los veía evidentemente molesta. Sin decir nada se acercó a ellos sin apartar sus siniestros ojos rojos de ellos.

 

─ ¿Qué demonios hacen ustedes aquí? ─les dijo mientras llevaba una mano a su dije. Sin embargo, Merina la detuvo sosteniéndola con fuerza de la muñeca.

 

─ ¡Detente! ─le dijo con firmeza. Dorothy giró sorprendida y la vió un tanto dolida, pues Merina mejor que nadie sabía las razones por las cual existía la rivalidad para con aquellas personas─. Estas personas ayudaron a tus padres a salir con vida de Evenigh, les debes mucho querida amiga ─. Estas palabras golpearon de lleno a la chica, quien, enfurecida, jaloneo de su brazo para que su compañera la soltará. Deberle algo como eso, a la familia de la persona que más despreciaba en su provincia la hacía sentir baja y un sentimiento como ese, no era algo grato de sobrellevar para alguien como ella. Sin embargo, si bien era verdad, sus padres estaban con vida gracias a ello y no tenía demasiadas opciones para permitir que su orgullo la doblegara en esos momentos. Giró hacia aquellas personas y con un movimiento casi imperceptible, inclino la cabeza en señal de agradecimiento. No fue capaz de levantar la mirada, aquel sencillo hecho, fue más que suficiente para ella y no creía necesitar más.




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