Descendientes ||the Last || Libro 2

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El ambiente en el lugar se volvió tenso. Elizabetha, no quería dar su brazo a torcer respecto a su opinión sobre la pequeña Sula, quien no hacía más que estar de pie acariciando a Mithra. La rejuvenecida mujer, caminaba de un lado para otro con las manos en la espalda, meditando sobre la decisión que debería de tomar en esos momentos.

 

El orgullo del ser humano, siempre ha sido uno de los más grandes obstáculos, que se haya puesto a si mismo cualquier otro ser.

 

Aceptar a aquella pequeña, iba en contra de todos sus principios. Era como admitir que se había equivocado, y una mujer como ella, prefería morir antes que rebajar su orgullo de esa manera. Merina lo sabía, pero le daba lo mismo lo que su abuela opinará. Después de haber visto a Dagha actuar, estaba más que decidida en tomar las riendas de la misión para derrocar al clero.  Tenía un plan en mente y estaba cien por ciento segura de él, por lo que no imaginó que debería de cambiarlo tan rápido.

 

De pronto, Sula dejó caer a Mithra de golpe, haciendo que el pobre cachorro emitiera un ligero quejido, lamentando aquel echo. Las tres mujeres giraron hacia la pequeña, quien tenía la mirada aún más perdida que antes. Sus ojos se pusieron completamente en blanco y su cuerpo permanecía inerme. Hazel trató de acercarse a ella, pero Merina se lo impidió.

 

Pasaron solo unos cuantos segundos, que aquellas mujeres les parecieron eternos, cuando la pequeña, regresó a la normalidad.

 

─ Ella viene ─dijo entre dientes. Tanto Hazel como Merina, lograron escuchar a la perfección, pero para Elizabetha, aquello se escuchó más como un balbuceo.

 

─ ¿Qué has dicho, niña? ─cuestionó molesta. La pequeña avanzó un poco hasta quedar cerca de ellas.

 

─ Ella viene, aquella cuya sed de poder es insaciable se dirige hacia acá, y no viene sola, trae consigo un ejército enorme que viene dispuesto a matar o morir por su causa ─. Dijo con voz monótona, tomando por sorpresa a todos. Elizabetha, seguía cegada por su orgullo y se negaba a creer en las palabras de la pequeña. Dio la vuelta y rio escandalosamente, tratando de dejar en ridículo a la niña, pues aquellas palabras, simplemente carecían de coherencia para ella.

 

─ ¿Vas a decirnos ahora que puedes ver el futuro? ¡Por favor, Merina! ¿no me digas que vas a creer semejante tontería? ─Merina giró hacia ella y la vio realmente furiosa. Se acercó a ella con paso lento, haciendo que su rejuvenecida abuela retrocediera con miedo. Era la primera vez que, su abuela actuaba asustada por causa suya y eso intensifico aún más el estado de animo de la chica.

 

─ Escúchame bien, "abuela", a partir de este momento, quien tomará las decisiones en este lugar, seré yo. Ya tuviste la oportunidad de hacer algo por tu pueblo y fallaste, yo no voy a cometer ese error.

 

Las palabras de la joven Nikkei, dieron de lleno al orgullo de aquella mujer, haciendo que su miedo se transformará en ira.

 

─ ¡ESO SERÍA TRAICIÓN! ─expresó con los ojos desorbitados.

 

─ ¿Y crees que eso importa? ─, replicó Merina─, el miedo mueve a las masas, querida abuela. Ten por seguro que el miedo que me tienen es mucho mayor a la devoción que te profesan.

 

Elizabetha no fue capaz de replicar, consciente de que aquello que acababa de escuchar, era cierto. Estaba acorralada, y ese no era un sentimiento que le fuera grato.

 

─ Entonces ─dijo tratando de modular la voz─, ¿qué vas a hacer? ─Merina se acercó a Hazel y Sula y les sonrió de manera cómplice─ ¿tienes un plan?

 

─ ¡Por supuesto! ─respondió la chica─ ¡Llama a los padres de los dotados y prodigios!, Hazel, tú llama a los dotados y prodigios, quiero a todos aquí ─Elizabetha, dio la vuelta de mala gana, dispuesta a llamar a sus invitados, cuando Merina la detuvo, justo antes de tocar la puerta─ ¡Oh, abuela! Trae también a Arthas, lo necesito más que a nadie.

 

Esa fue la gota que derramó el vaso. La paciencia de la mujer llegó a su límite. Sin embargo, Elizabetha era una mujer sensata y sabía que no podía armar un escándalo por algo como aquello.  A pesar de que ese usurero no era de su agrado y que no creía ni un poco en las palabras de aquella chiquilla de ojos muertos, la mujer salió de la habitación y caminó entre el gentío que nuevamente había entrado en movimiento, trayendo consigo una holeada de ruido, el cual ignoró esta vez. Su malestar era demasiado como para prestarle atención a cosas como esas. Llegó a una habitación situada al final del pasillo. Entró y encontró a los padres de los prodigios y dotados, reunidos.

 

Apenas entró, Helen se puso de pie y se le acercó.

 

─ ¿Tienes noticias? ─le cuestionó. Su ex suegra movió la cabeza afirmativamente.

 

─ ¡Síganme! ─les dijo, dándoles la espalda. Sin embargo, Helen la tomó con fuerza del brazo, obligándola a dar la vuelta.

 

─ ¿Dónde están mis hijas? ─le dijo en un tono de voz, bajo, pero amenazador. Pero, aquel monarca, no estaba de humor como para escuchar algo como eso. Jaló de su brazo con fuerza, obligando a la que una vez fue su nuera, a soltarla.

 

─ ¿Quieres saber dónde están? ¡Están a fuera, dando órdenes a diestra y siniestra! ─replicó molesta. Helen sonrió y cruzó los brazos, viendo a la mujer de forma burlona.

 

─ Veo que aún no soportas que alguien más reciba más atención que tú, ¿verdad? ─le dijo, tratando de molestarla.

 

─ ¡Cierra la maldita boca! ─respondió la mujer, dolida─, síganme, antes de que ese par haga otra tontería.

 

Condujo a aquellas personas a la habitación donde se encontraba su nieta, y donde también habían llegado los demás dotados y prodigios. En el lugar se encontraban también, las vigilantes del cuadrante seis, quienes ayudaron a Merina y sus hermanas a entrar al edificio gubernamental de Evenigh, además de los objetivos que habían rescatado de aquella provincia, junto con los dotados de la provincia de Prímula.




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