Eran alrededor de las nueve de la mañana cuando desperté. Creo que es un buen comienzo con mi nuevo horario de sueño.
Me di una ducha, me cambié, y justo en ese momento recordé que debía llamarles a mis padres, así que tomé mi móvil y llamé a mi madre.
—Hola, pajarito. ¿Cómo estás? —respondió la videollamada.
—Hola, mami. Muy bien, he dormido muy bien.
—¿Y el vuelo?
—Muy emocionante.
—Ahora cuéntame sobre tu nueva amiga.
Le conté cada detalle de ella y su familia, lo que ella nos había comentado a nosotros. Le mencioné que más tarde le enviaría los contactos de los padres de ella y la dirección exacta para que pudiera sentirse tranquila. Me aconsejo que tuviera mucho cuidado, pero ella confiaba en ambas y sabía que seríamos inteligentes en manejar cualquier tipo de situación anormal.
—Ve a desayunar, es tarde. Iré a alimentar a Panchito y a tomarme mi cafecito con pan dulce.
—Dale besos a mi Panchito, dile que lo extraño. También los extraño a ustedes.
—Te amamos, pajarito. Escríbeme cuando quieras.
—Sí, mami. Los amo mucho. Bye.
Colgué la llamada y me dirigí a las habitaciones de las chicas, me di cuenta de que ya habían bajado, y efectivamente, encontré a Gissele cocinando.
—Huele delicioso, Buenos días.
—Gracias, ya casi está listo, y buenos días, ¿dormiste bien? —preguntó Giss.
—Claro, como una bella bebita —reí.
—Sí, graciosa, como tú digas, ¿sabes si Erika ya despertó?
En ese preciso momento la morena venía bajando las escaleras adormilada frotándose sus anteojos, estaba medio dormida a pesar de que ya se había dado una ducha.
—Sí, aquí estoy. —Bostezó— ¡Tengo hambre!
—Señorita, qué raro, tú jamás tienes hambre —Reímos— Siéntate —Le indiqué mientras pegaba unas palmaditas en la silla que tenía a la par.
—¡Listo!, espero les guste. —Colocó los platos frente a nosotras.
Gissele cocinaba exquisito, devoré mi plato sin pensarlo mucho. Iniciamos una conversación y comentábamos que la casa se veía un poco apagada, tenía unos escasos adornos, pero únicamente resaltaban los muebles, así que se me ocurrió una idea.
—Chicas y ¿si vamos a comprar cortinas, manteles, jarrones, flores y adornos de todo tipo para decorar la casa?
—Me encanta esa idea, Bonnie —dijo Gissele.
—Me siento como una señora. —Erika hizo un puchero.
—Justamente ya somos todas unas señoras, amas de casa.
—Creo que deberíamos comprar adornos para nuestras habitaciones, al final pasaremos años juntas, así que quiero que se sientan como si esta fuera su casa. —Gissele sonrió ampliamente.
—Sabes que eres un amor. —Le apreté suavemente su mejilla.
—No sé por qué, ya les tengo demasiado cariño. Chicas, esta es su casa oficialmente.
—Entonces, vayamos de compras, señoras —gritó Erika.
Las chicas se emocionaron, así que luego de cambiarnos, tomamos un taxi al centro comercial de Holmes Chapel.
Compramos muchas cosas, adornos para muebles y cada quien escogió pintura de su color preferido, para pintar su cuarto con su propio estilo. Encontramos unos diseños de papel tapiz hermosos.
El vehículo de regreso iba lleno de cosas que apenas cabíamos nosotras mismas.
Mi móvil comenzó a vibrar, era mi padre, le hice una pequeña videollamada desde una de las tiendas.
Esta vez le comenté todo lo que había sucedido también a él y me aconsejó mucho, me dijo que debíamos portarnos muy bien con Gissele, ayudarle en las tareas del hogar y de ser posible, buscar un pequeño detalle para regalarle como muestra de nuestro agradecimiento.
Amo los pequeños consejos de él, aunque a veces no sea lo que quiero escuchar. Charlamos un par de minutos y continué con las compras.
Al llegar a casa nos dispusimos a decorarla. Pocas horas después la casa se veía espléndida, ese toque femenino le dio vida al lugar, a pesar de que algunos muebles aún no los habíamos ubicado en su posición exacta. Todo se veía precioso en nuestro primer intento.
Quedamos tan exhaustas y el Jet Lag, comenzó a cobrarnos factura.
Debido al olor a pintura en las habitaciones, se nos ocurrió dormir en la sala. Bajamos nuestros colchones y armamos una sola cama gigante en el piso. Nos acomodamos y acobijamos juntas.
Despertamos temprano para continuar con nuestras habitaciones, sin embargo, yo fui la última en despertar, me dolía la espalda y no quería levantarme.
Me obligué a levantarme para poder terminar las tareas del hogar, y lo hice tan perezosamente que tardé de más en tomar la ducha y cambiarme. Tanto que al bajar de nuevo, mis amigas ya habían desayunado.
—¡Oigan! ¿Por qué no me despertaron antes?