13-03-19
...
Aquel miércoles había sido catalogado como uno de los días más impactantes de mi vida. Pero no lo supe hasta después.
-Erick. –Apareció mi madre bajo el marco de la puerta de mi habitación. –Hijo, hay algo que quiero decirte. Pero no sé cómo. –Ingresó y se sentó sobre mi cama. Se veía nerviosa y un tanto preocupada. Me inquietaba.
Dejé mi mochila en donde estaba y me acerqué a la cama.
-Sólo dilo, ¿Qué puede ser tan grave?
-Es sobre… No. Mejor te lo digo luego, ahora debemos ir al colegio. –Se levantó y salió.
Me desconcertó su actitud, pero no tenía ni un solo indicio de lo que pasaba, o lo que intentaba decirme. Tenía otras cosas en las que pensar, por lo que no le di mucha importancia. Terminé de poner las cosas en mi mochila y la cerré. Luego salí de mi habitación. Cuando estábamos en el auto, mi madre parecía extrañamente abrumada. Me prohibió el uso de mi celular en el camino, estaba muy seria, lo cual me enojó porque no sabía la razón. Ya en el colegio, todos me miraban expectantes. Algunos parecían asustados y otros tristes. Caminé hacia mi salón en silencio con la mirada en frente, sin voltear ni un solo segundo a los lados, la mirada de los demás me abrumaban y no tenía cabeza, y, sobre todo no debía meterme en problemas para tolerar.
Llegué al salón de clases, las miradas estaban fijas en mi al entrar. Miradas penetrantes y asechadoras, todo se venía contra mí. La única mirada que percibí diferente era la de Mercedes, preocupada por mi presencia.
-No deberías estar aquí. –Se acercó, llevándome fuera.
- ¿Qué? ¿Por qué no? ¿Qué está pasando?
-Espera, ¿Qué no lo sabes? –Cuestionó.
- ¡Erick! –Apareció Marco por las escaleras–. ¡Tienes que irte! –Gritó. Estaba apresurado y preocupado. Corría, escapaba de algo o en ese caso, de alguien. Y no supe de quién hasta que lo vi subir las escaleras. Sergio, uno de los “amigos” de Gael. Se veía furioso, su mirada era fija hacia mí.
-Corre. –Dijo de Mercedes, empujándome hacia el otro lado–. Sígueme y corre lo más rápido que puedas. –Se adelantó y me jaló de la muñeca.
Para eso entonces ya estaba completamente confundido. No tenía ni la más mínima idea de lo que estaba pasando, ¿Por qué me perseguía Sergio? No me había dicho ni una sola palabra en toda la semana, ¿Qué lo había hecho reaccionar así? Seguí corriendo, lado a lado junto a Mercedes.
- ¿Qué está pasando? –Pregunté al bajar las escaleras hacia el segundo piso. Para eso entonces ya me había librado de la mano de Mercedes.
-Sigue corriendo. Te lo diré cuando sea seguro. –Me respondió ella.
Ya no me importaban las miradas de los demás, no podía ver más allá del camino hacía “lo seguro”. Mi adrenalina estaba por las nubes, no se trataba de Mario, aquello era muchísimo mayor. Doblamos un pasillo e ingresamos rápidamente a la biblioteca. Por suerte para nosotros, nadie nos había visto. Ya dentro, permanecimos en completo silencio, lo único que se escuchaba era nuestra respiración agitada.
- ¡Te voy a encontrar, imbécil! –Gritó Sergio desde afuera.
-Señor Sotomayor. Vaya a su salón ahora mismo o me veré obligado a llevarlo a dirección por hacer disturbios. –Le espetó uno de los profesores, no pude reconocer su voz, tal vez porque no era uno de mis profesores.
-No podrás esconderte por mucho tiempo. –Dijo en su última palabra antes de regresar a su salón.
- ¡A su salón! –Volvió a decir el profesor.
Mercedes y yo permanecimos en silencio. Esperando a que se silencie completamente. Me intrigaba el no haber escuchado a Marco, pero me preocupaba más mi propia vida y me senté en el suelo, detrás de un estante, junto a Mercedes. Una vez asegurado de que todos estén en sus salones, pregunté.
- ¿Qué carajos? ¿Por qué Sergio intenta matarme? –Pregunté en tono casi enojado. Estaba en huracán de emociones.
- ¿No revisaste tu celular? –Preguntó solamente.
-No. Cuando estaba por hacerlo, mi madre me dijo que no lo hiciera.
-Gael se suicidó anoche. Lo encontraron colgado en su celda, con una carta en el pecho. –Cada palabra se sentía como una flecha en mi cuerpo.
-No… No… No puedes ser, ayer hablé con él… No puede estar…
-Lo está. Lo siento.
-No, no puede ser verdad. Es absurdo, ¿qué tiene que ver Sergio con esto? No se había pronunciado en una semana, ¿Por qué lo hace ahora? ¿Qué tiene que ver?
-Ayer le dijo a todo el mundo que te mataría con sus propias manos, según él, todo esto es culpa tuya. Si tú no le hubieras mentido a tu madre, él no te hubiera salvado… No es lo que pienso yo, ni siquiera importa mi opinión.
-Tiene razón. –Espeté, me levanté del suelo y caminé hacia la entrada.
-Espera, no… -Se levantó rápidamente y me siguió– ¿A dónde vas?
-Él tiene razón, Mercedes… Todo esto es mi culpa…
-No, eso no es cierto. –Se paró frente a mí. Impidiendo que siga caminando. –Escúchame.
-No. –Me resigné. Intenté liberarme de sus manos.
-Erick, escúchame. –Insistió–. Tú no tienes la culpa. No sabemos por lo que estaba pasando, no sabemos qué lo llevó a eso, pero te aseguro que tú no tienes nada que ver.
Estaba confundido, estaba abrumado, estaba desesperado y destrozado. Abracé a Mercedes como no lo había hecho jamás. Lloré. Lloré sin que me importara nada más. Necesitaba desahogarme, necesitaba apoyo. La abracé con fuerza, con dolor y desesperación. Sollocé sobre el delgado hombro de Mercedes, humedecí su uniforme.
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Editado: 16.04.2021