19-03-19
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El primer día de mi suspensión, producto de la venganza estúpida de Mario. ¿Hasta dónde podía llegar su rencor? No se imaginó todo el daño que causaría, o tal vez sí y eso era justamente lo que quería, lo que logró e incluso más.
La noche anterior, mi madre recibió una llamada para ser citada a hablar con el director la mañana siguiente.
- ¿Qué fue lo que pasó? –Me había preguntado.
-Una estupidez. –Respondí, sin agregarle nada más.
No pensé que se lo tomaría tan mal, hasta que regresó de su cita con el director.
- ¿Qué carajos, Erick? –Ingresó mi madre a mi habitación, yo la estaba esperando en mi escritorio, con la mirada en la laptop apagada. Tan apagada como yo. Me levanté al instante de escucharla–. ¿Qué está pasando contigo? ¿Desde cuándo fumas marihuana? –Espetó.
-No lo hago. Esa marihuana ni siquiera era mía…
-La encontraron en tu mochila, Erick, no mientas. No puedo creer de lo que puedes llegar a hacer, te desconozco… Hace un mes, había creído firmemente en tu palabra, pero los últimos días has actuado de una manera que deja mucho que decir. Porque no creas que no me enteré que llevaste a tu hermano a la comisaría para hablar con el general Milton.
“Te desconozco” Siendo mi madre, ni siquiera me conocía como tal, solo sabía lo que yo quería que supiera.
-No es justo que me juzgues por intentar ayudar a un amigo.
- ¡No era tu amigo! ¿Cuándo pensabas decírmelo? ¿Acaso fuiste su cómplice? –Se alteró. Jamás la había visto de ese modo, jamás se había enojado conmigo de esa forma. Y no sé si ya estaba colmada de muchos problemas o si fui yo la gota que colmó el vaso, pero realmente estaba enojada.
- ¿Qué? ¿Te das cuenta de lo que dices, mamá? ¿Estás desconfiando de mí? –Soporté mis ganas intensas de llorar.
-Me has dado suficientes razones para desconfiar de ti. No veo porqué tengo que confiar ahora… Por lo que no me queda de otra que quitarte el celular ahora mismo.
-Mamá… –Intenté hablar.
- ¡Ahora! –Espetó con severidad.
Saqué mi celular del bolsillo izquierdo de mi pantalón y se lo entregué con mucho enojo. Estaba devastado ante la desconfianza de mi propia madre. No podía creer que no confiara en mí.
-También me llevaré tu laptop y tu IPod. –Se acercó a mi escritorio y los tomó.
-No es justo.
- ¡No! No es justo que yo me la pase trabajando para darte una buena vida mientras que desperdicies la tuya con drogas. Eso no es justo.
-Ya te dije que no…
- ¡No! No pienso escucharte decir una palabra más. –Se llevó mis cosas a su habitación, dejándome con mi completa soledad. Un minuto después, regresó. –Vístete. Tengo una reunión de colegas en la laguna Venecia y vas a acompañarme. –Ordenó.
- ¿Tengo otra opción? –Pregunté con la mirada perdida.
-No pienso dejarte aquí solo, así que no. No tienes otra opción. Tienes diez minutos. –Y volvió a su habitación.
¡Carajo! Grité para mis interiores. Mi enojo era inmenso, mi decepción fatal. Estaba totalmente devastado por donde lo viera. Mis ganas de llorar se habían convertido en ganas de morir, no sabía por qué seguía vivo con tanto dolor.
Esperé a mi madre en la entrada, ya vestido. Noté que hizo su mayor esfuerzo por mirarme, lo cual me destruyó aún más.
-Sube al auto. –Espetó, si voltear a verme.
Subí al asiento del copiloto, intentando no mirarla a la cara, no llevaba audífonos, ya que no tenía ningún dispositivo para escuchar música. Durante todo el camino, me mantuve mirando el cielo despejado, contenía mi dolor.
-Desde ahora todo va a cambiar. –Dijo a mitad de camino.
- ¿Para bueno o para malo? –Pregunté sin mirarla.
-Para lo que sea, mientras te aleje del mal.
No le respondí, no había forma de hacerle reflexionar, o hacerle ver que estaba equivocada. Me estaba apagando poco a poco, y no había forma de regresar.
-Te agradecería muchísimo si te comportas durante el resto del día. –Había dicho, como si fuera un niño problemas que siempre hace escándalo.
Bajé del auto, sin ninguna esperanza de diversión. Seguía a mi madre hacia sus compañeros de trabajo.
-Lamento la demora. –Los saludó–. Tuve un pequeño problema y tuve que traer a mi hijo.
-Buenas tardes. –Saludé.
-Vengan, siéntense. –Dijo alegremente, uno de los doctores.
El lugar estaba reservado exclusivamente para trabajadores del hospital y familiares. No había muchas personas en el lugar. Mi madre y yo nos sentamos en la gran mesa junto a la laguna, mi madre bebió vino con sus colegas mientras que yo tomé Sprite. Estaba aburrido, no sabía dónde meterme o cómo entretenerme. Los adultos conversaban y reían de algún chiste que no entendí. Un momento después sirvieron el almuerzo, el cual solo probé un poco, ya que mi estómago no recibía otra cosa que no fuera líquido.
Pensaba en lo absurdo que resultaba mi vida, me preguntaba por qué seguía vivo. Si a ese punto de mi vida ya estaba destruido, demacrado y agotado. Pude soporta hasta cierto punto, pese a las constantes crisis de ansiedad, los momentos de depresión intensa y los ataques de pánico. ¿Qué carajos se suponía que haría con mi vida? ¿Qué era lo que me mantenía vivo? Al final descubrí que no había nada, no debería estar ocupando el espacio de alguien que sí debería vivir.
Encontré un momento en el que mi madre dejó la cartera semi abierta, de un modo que se podía ver con facilidad su celular. Sin pensarlo dos veces lo tomé y el escondí rápidamente en mi pantalón. Necesitaba hablar con alguien, y ya que no tenía a Enrique para hablar, Camila era mi única opción en ese momento.
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Editado: 16.04.2021