Fue un diez de agosto de 2013 que Thiago me dirigió la palabra:
–¿De causalidad tienes un lapicero que me prestes? –Lo miré como una idiota sin entender lo que me había dicho porque estaba más preocupada en ver su perfecto rostro que otra cosa, el carraspeo y lo miré a los ojos directamente. –Lapicero, ¿tienes?.
Yo asentí, le tendí uno.
–Gracias. –Me sonrió.
Yo me sonroje.
Al salir de clases ese día se acercó a darme el lapicero y luego me invitó a un café. Dude en aceptar pero mi amiga Lucrecia se empeñó en hacer que aceptara la invitación.
Ese día me solté, me dejé llevar por la amena conversación, sentí que por fin podía hablar con él sin que me pusiera como un tomate cada dos segundos.
Me contó lo que había hecho en dos años, también me dijo que yo le parecía bonita y bueno, ahí si que me ruboricé.
Thiago era de piel clara, su cabello cobrizo y ojos verdes lo hacían ver muy sexy y lindo al tiempo que interesante.
Alto y con músculos, no exagerados pero tenía un cuerpo bien cuidado, estudiaba gastronomía y le encantaba el fútbol; el cual practicaba a menudo.
Sus padres son de Cuba y sus abuelos son Irlandeses. Es hijo único y se vino a la Florida como estudiante de intercambio.
Desde ese día estuvimos más cerca, hablábamos más, mis amigas se murieron cuando les dije quién era mi nuevo compañero y todo lo que habíamos compartido.
El me había llevado a su casa, conocí a sus padres que fueron tan lindos conmigo que repetimos la visita.
Asimismo, yo lo llevé a casa, en ese entonces como un amigo y así fue. Durante cinco años fuimos amigos inseparables.
Editado: 24.07.2021