Su celular no paraba de sonar. La buscaban, como un cazador a su presa. La iban a encontrar.
Y para finalizar, un abrazo. Sería el último por un largo tiempo...
Luego de abrazar a su madre, ésta la miro a los ojos y le dijo "Aún no estoy cien porciento convencida, pero sabes que si algo te ocurre, me muero. Hice todo lo que pude para ayudarte... Te amo."
"Y te lo agradeceré hasta el último día de mi vida, pero aquí ya no hay nadie que pueda ni quiera ayudarme. Mi vida ya no es aquí... no crean que las abandono, nunca estarán solas. Si hago esto, es porque es mi única salida. Tengo que huir, huir por amor. Huir por amor propio.”
Kenya Moore se dirigía en un taxi al aeropuerto a tomar el vuelo que la llevaría a su nuevo destino. En el trayecto pensaba en todo el mal por el que había pasado, todo lo que sufrió durante tanto tiempo. Quería volver... volver a aquellos días en los que no tenía miedo, esos días que pasaba sin tener dolor. Sus heridas superficiales ya habían sanado, ahora sólo le dolía el alma, y eso es mucho peor. Porque no había un tiempo estimado de cicatrización o algún remedio eficaz para combatirlo. Sólo le quedaba esperar, esperar a que el destino se apiade de ella. Poniendo en su camino lo que realmente la mantenga a flote, lo que le rompa las cadenas del ancla que la retiene sumergida en un profundo mar de depresión en el cual aún queda en el marco de la duda si realmente fue ella misma quien se tiró o si, en contra de su voluntad, la empujaron.
Notó que estaban cerca y sacó su celular. Éste se encontraba apagado.
Recordó que su amiga le había pedido que la llame cuando estuviera a punto de subir al avión así que lo prendió y comenzaron a llegar nuevamente mensajes y llamadas perdidas. Sin hacerles caso alguno, se comunicó con su amiga a quien prometió explicaciones sobre lo ocurrido ni bien estuvieran juntas.
Nadie entendía, nadie sabía, nadie sospechaba. Todo el tiempo Kenya pretendió tener una vida normal. Durante años nunca nadie notó el verdadero horror.
De igual manera, no le resultó difícil ocultarlo. Sus familiares vivían lejos, amigos que poco a poco se distanciaban y una madre ausente por un trabajo que consumía el poco tiempo que tenían. Fue muy sencillo.
Ya en el aeropuerto, con mucha prisa buscaba los baños. Trató de caminar rápido pero sin levantar sospechas, no quería que nadie la reconociera evitando principalmente a los policías y guardias de seguridad. Se sentía una fugitiva de la ley, y lo cierto es que era algo parecido.
"Baños 🚻" percibió a lo lejos y sin pensarlo dos veces, allí se dirigió.
Apuró el paso, creyó que la observaban, y en el primer baño de mujeres que estaba desocupado se encerró a esperar.
Una mujer mediante altavoces, con un volumen que podía llegar a cada rincón del lugar comunicó la llegada del vuelo que debía abordar... la hora había llegado. Tomó fuerzas hasta de donde no tenía, secó esas pequeñas lágrimas inevitables y en una bolsa de papas fritas metió su celular para luego en el primer cesto de basura, tirarlo." Ya no lo necesito", pensó, y de esa forma nadie sospecharía de su acto, ni podrían rastrearla.
Más de una vez pensó que estaba loca, que tenía que echarse para atrás y volver. Pero algo, por muy en el fondo que sea, le decía que iba bien, de una forma u otra ya no tenía nada que perder.
Le costó un poco, pero reconoció a su amiga que tenía tiempo sin ver. En una banca la estaban esperando Brett, su padre y su hermano, Bruno. Entre ellos sólo algunos rasgos compartían. El tono de la piel, la forma de su rostro y una pequeñas pecas casi imperceptibles, pero en lo demás eran muy opuestos.
Brett, una señorita de su misma edad, muy femenina y de estatura mediana. Casi no emitía voz, sólo lo necesario, pero de igual manera siempre muy simpática y amable. Su tez era clara, sumamente pálida y ojos saltones color verde realmente cautivadores.
Bruno, en cambio, era mucho mas alto que ella. Le llevaba tres años a su hermana. Tenía un estilo de vestimenta despreocupado, casi el mismo color verde en sus ojos pero este era un poco mas oscuro, un humor y una risa de esas que contagian y te alegran hasta en los momentos mas tristes. No paraba de hablar, pero gracias a eso, Kenya logró distraerse. Había olvidado la última vez que se rió como en aquel momento.
–¿Qué le dijiste a tu padre? –preguntó a Brett algo asustada.
–Tranquila, no te preocupes por eso ahora, él solo sabe que estarás aquí un par de semanas. No preguntó mucho, tiene la cabeza en otro lado.
–Perfecto.
–Me asustas. ¿Sabes?
–No tengas miedo Brett, no es nada que atente con la seguridad de tu familia, más bien, es algo personal.
–Quién hubiera dicho que nos volveríamos a ver... Hubiese sido mejor que sea por otro motivo, no éste, me pone muy mal verte así.
–Créeme, que para mi es mucho más difícil. Lo que te dije no es todo, y nunca le conté a nadie, hasta mi madre sabe sólo lo hablamos hace un rato.
–No te preocupes, no te quiero presionar, me imagino que aquí estarás mas tranquila y podrás descansar.
–Ojala que así sea... – respondió Kenya para luego acostarse en una pequeña cama improvisada que armó con unas sábanas y almohadas.
Pasó un día, dos, tres, pero Kenya no dejaba de estar incómoda. Ese presentimiento de que la encontrarían le consumía la mente...
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Editado: 16.07.2018