El anciano Angus de Atholl, que en ese momento estaba hablando con Mauled, el
herrero del clan McDougall, se asustó cuando vio llegar a sus nietos
acompañados por aquellos guerreros. Un conocido sudor frío recorrió su cuerpo
al mirar a Megan pero, según se fueron acercando y vio las sonrisas de Shelma y
Zac, se tranquilizó.
—Es allí, señor —susurró con la garganta seca Megan—. Mi abuelo es quien
cuida de los caballos en el clan.
—Pero aquello es la herrería —respondió Duncan mirando hacia donde ella
le señalaba, mientras disfrutaba de los pequeños roces que el movimiento del
caballo le permitía.
—Vivimos junto a Mauled. Su mujer murió hace dos años y mi hermana y
yo nos ocupamos de él.
—¿A qué te refieres con que os ocupáis de él? —preguntó, curioso y molesto.
—No quisiera ser descortés, pero ¿a vos qué os importa, señor?
La valentía y el descaro de aquella mujercita le hicieron gracia.
—Llámame Duncan —le susurró al oído poniéndole el vello de punta.
—Disculpad, laird McRae —contestó volviéndose para mirarle a los ojos,
cosa de la que se arrepintió. La dura y sensual boca de él rozó la suya
brevemente—. Pero no creo que sea buena idea que os llame de esa manera. No
debemos olvidar quién sois. Prefiero llamaros laird McRae.
—Duncan. Me gustaría y preferiría que me llamaras así.
—¡No! —indicó dejando latente su testarudez y, bajando la voz para que
nadie les escuchara, le susurró—: He dicho que no, laird McRae, no insistáis.
—Duncan —insistió él.
« ¡Ja! De eso nada» , pensó Megan.
—No.
—¡Eres cabezota, mujer! —se quejó frunciendo el ceño; no estaba
acostumbrado a repetir las órdenes más de una vez.
—¡Por todos los santos celtas! —bufó retirándose con una mano un rizo negro
que caía entre sus ojos—. ¿Cuántas veces tengo que deciros que no, señor?
—Hasta que digas sí —respondió disfrutando de aquella conversación.
Pero ella era terca, tan terca como una mula.
—No lo diré. Además, permitidme deciros que estoy segura de que si os
llamo Duncan, luego querréis algo más de mí y yo no estoy dispuesta a daros
nada —espetó airada—. Porque, que os quede claro, soy pobre, pero decente. No
caliento el lecho de nadie y tened por seguro que aunque seáis el poderosísimo
Halcón, y las mujeres se peleen por estar con vos, a mí no me impresionáis. Por
lo tanto, os agradecería que no volváis a insistir, laird McRae.
Cuando Megan cerró la boca fue consciente de cómo le había hablado. Por ello blasfemó para sí y cerró los ojos arrepentida de su rápida lengua, mientras
Duncan sonreía entre asombrado, incrédulo y divertido.
—¡Allí está el abuelo! —gritó Zac en aquel momento saludando con la mano.
Los caballos, a paso lento, se acercaron a Angus, que los recibió con una
sonrisa y el desconcierto en la cara. Era raro que sus nietas volvieran
acompañadas.
—¡Por san Ninian! ¿Qué os ha ocurrido? —preguntó al ver las pintas que
traían.
—Hola, abuelo —saludó Zac mientras Niall le bajaba—. ¿Has visto? Nos
acompañan unos guerreros, y el que lleva a Megan es El Halcón.
—¡Zac! —le reprendió Megan con rapidez.
Una vez que el caballo de Duncan paró, la muchacha, sin previo aviso se zafó
de las manos del jinete y de un salto descabalgó sin su ayuda, dejándole de
nuevo sorprendido. Las mujeres que conocía necesitaban ayuda tanto para subir
como para bajar de los caballos, y más si tenían la altura de Dark. Al ver que
Shelma hacía lo mismo, sonrió ante la cara de asombro de Lolach.
—Abuelo… —Megan le besó—. Ellos son laird Duncan McRae, su hermano
Niall McRae y laird Lolach McKenna, y nos han traído porque tuvimos un
percance en la feria, pero no te preocupes, no ha pasado nada.
—¿Percance? ¿Qué ha ocurrido? —preguntó el anciano de pelo canoso
tocándose la barbilla.
—Pues mira… —comenzó a decir Shelma.
—Fue algo muy tonto, señor —sonrió con complicidad Niall intentando
ayudarlas a fabricar una mentira—. Ellos estaban subidos en un carromato y uno
de nuestros hombres sin querer les embistió.
Todos quedaron callados a la espera de la reacción del anciano, que tras
mirarles con ojos sabios murmuró levantando un dedo:
—Ésa ha sido una buena mentira, muchacho, pero conociendo a mi nieto Zac
estoy seguro de que él ha tenido algo que ver, ¿verdad?
—Yo, abuelo…
—Abuelo, no tiene importancia. Zac se metió con un feriante —informó
Megan omitiendo ciertos detalles— y bueno…
—¿Tus hermanas han tenido que volver a pelearse por ti? —regañó el viejo al
niño, que esta vez se escondía tras Shelma.
—¿Os peleáis muy a menudo por vuestro hermano? —preguntó muerto de
risa Niall. Aquello era cómico.
—Uf… —gesticuló Megan poniendo los ojos en blanco, comprobando Niall
su sentido del humor—. Si os contara la cantidad de veces, no os lo creeríais.
Verla sonreír y bromear con su hermano hizo que Duncan disfrutara del
momento. En poco tiempo, y sin ella ser consciente, había disfrutado de su
sonrisa, su bravura y su belleza. Incluso su extraño acento al hablar le cautivó.
—Ese pequeño diablillo… —Otro anciano canoso, Mauled, se unió al grupo
—. Acabará con sus hermanas antes de convertirse en hombre.
—¡Mauled, no exageres! —sonrió Megan, asombrando de nuevo a Duncan
por aquella dulzura en su cara al mirar a aquel hombre y a su abuelo.
—Soy Duncan McRae —se presentó acercándose a los ancianos para
tenderles la mano—. No os preocupéis, ya le hemos regañado nosotros y,
mañana, Axel quiere verlo para imponerle un castigo.
—Encantado, laird McRae —saludó Mauled cogiendo con fuerza su mano.
Tenía ante él al temible Halcón, y eso era todo un honor.
—¡Por todos los santos! —bramó el viejo Angus mirando a Mauled—. ¿Has
oído? Otra vez mis niñas defendiendo a este gusano. ¿Esto nunca va a cambiar?
¿Qué quieres? ¿Matar a tus hermanas?
—Venga, venga, abuelo —rio Shelma mirando a Lolach—. No ha sido para
tanto.
Intentando calmarse, Angus invitó a los guerreros a tomar cerveza para
refrescarse la garganta mientras sus nietas se cambiaban y lavaban.
—¿Dónde están los padres de vuestros nietos? —preguntó Lolach al recordar
que el niño les había revelado que no tenían padres.
—Murieron hace años —respondió secamente Angus. No quería dar más
explicaciones—. Yo me ocupo de ellos.
Instantes después, los tres guerreros se sentaron en un tronco frente a la
cabaña de madera dejando que los ancianos, emocionados por tener a gente
importante en su hogar, les hicieran miles de preguntas sobre la batalla de
Bannockburn. Zac, tras lavarse, se unió a ellos. Poco tiempo después, Duncan vio
salir a Megan cargada con ropa para dejarla en un apartado y volver a entrar en
la casa, aunque antes sus ojos volvieron a cruzarse con los de él.
—¡Qué guapo es! —rio excitada Shelma mirando disimuladamente por la
ventana—. ¿Has visto qué ojos tan bonitos tiene?
—¿Quién? —preguntó Megan, inquieta.
—Lolach. Oh, Dios. ¡Cómo me ha gustado cabalgar con él! Me miraba de
una manera que… que…
—Un consejo, hermanita —dijo señalándola con el dedo—. No sueñes con
cosas que no podrán ser. Él es Lolach, el laird del clan McKenna.
Shelma, segura de sus encantos, miró a su hermana y con gesto despectivo
dijo:
—¿Y?
« Ésta es tonta» , pensó Megan antes de responder.
—Recuerda quiénes somos para ellos. En el momento en que sepan que papá
era inglés, se burlarán de nosotras como casi todo el mundo y nos llamarán
apestosas sassenachs. Además, ¿no has oído la fama que tienen esos guerreros?
Sin querer escuchar más tiempo a su hermana, Shelma abrió la arcada de la cabaña y se unió al grupo. Desconcertada y escondida en el interior de su hogar,
Megan pudo ver a través de la ventana cómo Duncan miraba con curiosidad
hacia la casa. ¿Esperaría verla a ella?
Más tarde, Shelma entró en la cabaña para coger más cerveza. Duncan,
extrañado porque Megan no volviera a salir, la acompañó con la excusa de
ay udarla a sacar las jarras. Al entrar, se encontró con una casa humilde,
ordenada y limpia, y a Megan cocinando.
—Venimos por más cerveza —indicó Shelma con alegría.
—Muy bien —asintió sin mirarles.
Notaba cómo todo su cuerpo temblaba de emoción por tener a aquel fornido
guerrero tras ella. Presentía cómo él la miraba y aquello la estaba matando.
—Esas flores —dijo Shelma al ver un ramo encima de la mesa— ¿son del
pesado de Sean?
—Eso dijo el abuelo —asintió Megan torciendo el gesto al oír aquel nombre.
—¡Qué pesado, por Dios! —sonrió Shelma mirando a Duncan—. ¿Cuándo se
dará cuenta de que no quieres nada con él?
Tras llenar las jarras y alarmado por los absurdos nervios que le provocaba la
cercanía de aquella mujer, Duncan salió de la casa, pero se quedó anclado en la
puerta cuando escuchó de pronto a Shelma dejar de hablar gaélico para hacerlo
en inglés, un idioma que casi nadie utilizaba en las Highlands.
—¿Qué haces? —preguntó Shelma acercándose a su hermana.
—Estoy cociendo hierbas —respondió sonriendo enseñándole hojas de
acedera entre otras.
—¡No! ¡¿Serás bruja?! —rio Shelma al saber para qué solían utilizar esas
hierbas—. ¿A quién se las vas a echar?
—A la rolliza Fiona. Estoy harta de sus insultos. Esta noche me acercaré a su
carro y echaré un poquito de esto en su agua. Mañana y pasado mañana tendrá
unos días muy depurativos.
Ambas rieron divertidas hasta que Shelma dijo:
—¡Eres tremenda, hermanita! ¿Me dejarás acompañarte?
—No. Te quedarás con Zac. El abuelo tiene que descansar. —Sonrió al
imaginarse a Fiona con el culo escocido de tanto evacuar—. Será algo rápido.
Además, iré acompañada por lord Draco.
Después de escuchar aquella conversación, Duncan se dirigió hacia los
hombres, y mientras les oía reír, ajeno a su conversación, pensó: « ¿Por qué las
muchachas hablaban aquel idioma?» . Y en especial: « ¿Quién es ese tal lord
Draco?» .
Un rato después, los ancianos Angus y Mauled, encantados por la
conversación de aquellos jóvenes guerreros, los invitaron a cenar, pero éstos
declinaron la oferta: sabían que en el castillo les esperaban. Por ello, con más
pereza que otra cosa, montaron sus caballos y cabalgaron de regreso.