Las noticias eran bastante tentadoras para Camille, pero seguía un poco molesta porque Raquel estaba en la casa de Rodrigo. Entendió que todo se trató por Juan, pero no estaba segura de que eso fuera todo el cuento; había algo detrás de ese buen acto de su amiga, al menos, ella esperaba que la historia no se repitiera. Estaba un poco asustada, sus ritmos cardiacos se encontraban acelerados; su cuerpo temblaba con la posibilidad de ver morir al chico que le gustaba; suspiraba llena de un sentimiento incontrolable de furia contenida, que le hubiera gustado sacar de su interior en algún momento.
Miró por la ventana encontrándose con el recuerdo del pasado, aquella traición del desgraciado de Bautista, que había borrado de su mente. Ya ni se acordaba de cómo era él físicamente. ¿Acaso de verdad le gustaba? Nunca le había gustado nadie hasta que él había aparecido, pero… ¿Y si todo estaba preparado para ese evento trágico en su vida? Pero ¿quién podría haberle hecho tal cosa? Ella no lo sabía, pero su padre y madre habían preparado ese evento para causarle dolor y luego tenerla de su lado. Ese plan no había salido nada mal, es más, resultó como ellos lo esperaban. Para la suerte de sus padres, todo era como ellos querían, pero habría podido salir muy mal.
Camille se dio cuenta de que la vista de aquella ventana no era tan bonita como la primera vez que observó. Ahora, estaba distraída y pensando en todo lo que podría haber sido de su vida y lo muy poco que había logrado. Soltó un suspiro sonoro y se encontró más triste de lo que ella pensaba, aunque muy en el fondo ella sabía que en el futuro todo iba a cambiar, ya que ella haría algo magnifico para lograr su gran final. ¿Por qué Camille siempre pensaba en el final? Eso era algo muy simple, ya que ella sabía bien que la única forma de no tener que volverse la jefa de la mafia era estando muerta.
Dejó el celular cargando y se acomodó en la cama, se estaba durmiendo y alguien abrió la puerta con todo. Se levantó de golpe y miró para ver quién era y se sorprendió.
—No te duermas —alertó Emiliano y se tiró en la cama.
—¿Por qué? —Alzó ambas cejas.
—Porque vamos a salir ahora, sacate el uniforme y bajá, te espero en el auto —ordenó poniéndose de pie—. No tenemos toda la noche, arribá.
¿Qué es lo que está sucediendo? Se preguntó ella mientras observaba a Emiliano salir de la habitación.
Él se giró para vera y ella le dedicó una sonrisa ladina. No hacían falta palabras, era evidente que ella estaba cansada, pero haría lo que él le dijo.
Se volvió a tirar de espaldas a la cama, largando un suspiro y después se levantó de un salto, queriendo regresar a su lugar. Se preguntó ¿por qué no era un oso para poder invernar?
Miró el reflejo de ella en el espejo y soltó una carcajada sonora.
Caminó hacia el placar y buscó algo casual para ponerse: un vestido cómodo y sus zapatillas favoritas.
Ni siquiera se maquilló, se acomodó el pelo y salió de su habitación con la frente en alto. Miró a los lados y se dio cuenta de que no estaba su padre ni su madre, lo cual era extraño y, por supuesto, ella no iba a creer lo que le había dicho esa persona cuando la llamó.
Salió por la puerta y sonrió; miró la casa y esperó un instante, pero luego se subió al auto de Emiliano y lo saludó con un beso en la mejilla, a lo que él respondió del mismo modo.
—¿A dónde vamos? —se atrevió a preguntar ella.
—¿No extrañás a mis amigos? —La miró con seriedad—. Son buena gente.
—¿Los Harrison? —dijo, riéndose.
El hermano y sus amigos se llamaban Harry los tres, pero les decían por sus apodos.
Harry era el hermano de Emi.
Harrison y Harrimin sus amigos.
Todos se conocían muy bien, tanto que habían encontrado momentos divertidos, donde pasaban tiempo juntos drogándose y divirtiéndose de un modo sano. Camille esperó que ese encuentro no sea para drogas, ya que no iba a hacerlo.
—Sí, ellos —respondió él entre risitas—. Vinieron a verme y quería llevarte, para que de paso pasemos la tarde juntos, ya que hace bastante no te veían.
Camille nunca pensó que ese encuentro podría ser perjudicial para su salud, hasta que recordó los malos tiempos. Negó para tratar de recuperar la compostura y sonrió para también traer los buenos tiempos a su mente.
—Piola. —Fue lo único que salió de sus labios y luego puso un poco de música para calmar los nervios—. Supongo que será divertido, pero no voy a caer en tentación como los viejos tiempos, Emi.
—No, no —chilló él—. Esos tiempos ya no existen.
Se puso a cantar y él también hasta que llegaron al destino, después de quince minutos.
El edificio no era tan impresionante, pero sí lo suficientemente grande para albergar a noventa familias o más. Tenía jardín, estacionamiento y hasta gimnasio. Los colores eran claros y había algunas estatuas y cuadros decorativos.
Bajaron del auto y entraron al edificio donde tenía el departamento Emiliano, seguro sus amigos y el hermano ya estaban ahí. Cuando Camille y Emi estaban en el ascensor se sentían encerrados.
Ella estaba cantando y sacando un par de fotos con su celular cuando se abrió el ascensor, levantó la vista y vio a Rodrigo.
¿Qué significa todo esto? Fue lo que pensó mientras negaba con la cabeza.
Rodrigo estaba con una señora y él le llevaba sus compras con cuidado de que nada se cayera al suelo. Parecía perdido en sus pensamientos y eso le alegró un poco a ella, ya que él no prestaría atención y no diría nada al respecto.
Él la miró y le hizo una sonrisa de boca cerrada.
Emiliano lo miró a él y después a ella, levantando una ceja, Camille ya se había imaginado el interrogatorio que Emiliano le iba a hacer cuando salieran del ascensor.
La vista de ella volvió al celular, después de un silencio incómodo, ellos salieron del ascensor y Camille con Emiliano detrás de ellos.