“Nuestro pasado se presenta en muchas ocasiones para torturarnos y mostrarnos nuestros demonios interiores que siguen habitando en el presente”
Jeremy Lucas Allen
5 de octubre de 2002
Un día común para la gran mayoría de los habitantes de la Tierra. Excluyendo cumpleaños, aniversarios, muertes e incluso santos, prácticamente es un día sin importancia.
Yo también lo creía así de hecho, para mí los días pasaban casi sin darme cuenta. Pero, ¿cómo no va a ser así?
En la sociedad en la que vivimos, un chico de catorce años no tiene preocupaciones pero tampoco ilusiones. Ya no se vive el día a día como antes y maldigo en estos momentos a la persona que dio comienzo a este "movimiento" de existencia inexistente.
¿Qué sabría yo, a mis catorce años, lo que me depararía la vida? Simple, no lo sabía, ni siquiera imaginaba que la vida podía llegar a ser tan cruel, tan amarga.
Como tampoco sabía lo que sería de mí, tampoco sabía que una simple y común noche del 5 de octubre podría tornarse en la experiencia más cruenta de mi existencia. Simple y llanamente, era un completo ingenuo. Un pobre niño ingenuo.
Las calles estaban desiertas, alumbradas con una débil luz procedente de algunas farolas. La ciudad estaba en silencio, algo desconcertante en un sitio que está habitado por casi un millón de personas.
Pero yo lo sentía así, no importaba en ese momento las millones de conversaciones que se producían ni la multitud de coches moviéndose por el asfalto empapado por la lluvia. Aunque se produjera un tiroteo justo ante mis narices, no me daría por enterado pues mis oídos no recogían sonido alguno, como si todo lo que se estaba sucediendo a mi alrededor fuese una película muda de hace muchos años.
Mi padre probablemente esté tirándose de los pelos ante mi tardanza. Aunque si soy sincero no me importa en lo más mínimo puesto que es de suponer que el sentimiento es mutuo. Sé perfectamente y de sobra que mi padre ya no me ve como su hijo, no desde que mamá murió.
Lisa Allen era la descripción ideal de "madre perfecta". Claramente cometía errores, como cualquier otra persona pero estaba ahí en las buenas y en las malas. Dicen que me parezco a ella, heredé sus ojos y, según los demás familiares, su carácter indomable. Todo cambió para ella cuando le detectaron un cáncer de útero a sus cuarenta y siete años.
Fue un golpe muy duro para todos, mi padre perdió la esperanza casi de inmediato. Supongo que nunca fue un hombre precisamente fuerte pero mi madre sí y lo demostró con creces. Se convirtió en mi héroe, en mi ideal de perfección.
Murió un año después cuando yo tenía doce años.
Mi padre, Jonathan Allen también murió ese mismo día. No físicamente, sino psicológicamente. Desde la muerte de mi madre pasó a ser una sombra y yo dejé de existir para él.
Yo, según sus palabras, era un "niño estúpido e ingenuo".
Por una vez tenía razón.
¿Quién era el listo que paseaba por las calles oscuras y tenebrosas a la una de la madrugada? Claramente el "niño estúpido e ingenuo". Pero no me podéis culpar, no podéis echarme en cara el querer pasar el mayor tiempo posible lejos de mi padre, el que posiblemente se encuentre esperándome borracho.
El viento frío golpea mi rostro, apartando mechones de pelo que me estaban obstaculizando la vista. Me envuelvo más en el abrigado chaquetón mientras recorro con más prisa las calles cada vez más vacías.
Jeremy — El viento susurra mi nombre.
Mi nombre vuelve a ser pronunciado pero esta vez a mayor volumen, como si estuviese más cerca de la persona.
Jeremy
Escucho la palabra por tercera vez y está vez sé que proviene de un callejón, con total seguridad.
Me acerco despacio. Sólo falta algo de música siniestra para convertir esto en una cutre película de terror, porque seamos sinceros, ¿esto no parece la típica escena en la que asesinan a alguien?
Avanzo aún más, adentrándome en la oscuridad. Al instante me viene a la cabeza una imagen de un público invisible que me grita que no vaya, justo como hacemos Carlos y yo cuando vemos alguna película de miedo en el sillón. Aunque esa imagen me causa gracia, la espeluznante situación reclama seriedad.
He dejado de tener visibilidad.
Sólo escucho mi agitada respiración y apenas logro ver el vaho que sale de mi boca. Intento volver a escuchar la voz pero lo que sea que habló ya ha callado.
Suspiro, aliviado de alguna manera y decido volver atrás, hacia la algo iluminada calle.
¿Alguna vez habéis sentido el dolor de una costilla rota? Pues esto es peor. El animal clava profundamente sus dientes en mi pierna, arrastrándome de nuevo al callejón y a la oscuridad. Intento golpearle con mi otra pierna, ya que si tiro de la que está atrapada en la boca del animal sé que me desgarraré piel y músculo, sino me arranca la pierna.