Desiguales

Capitulo 1

Estaba pasando por un momento difícil, de esos en los que no te puedes levantar de la cama, de esos en los que el dolor te impedía sentir hambre o sed.

Hacía mucho que no me sentía así.

Me había enfocado completamente en Dios durante un mes entero, mientras remodelaban mi cafetería. Día y noche pensaba en Él, pero no podía saber lo que había pasado, porque anoche me había acostado bien, sintiéndome bien, y esta mañana, al abrir los ojos, supe que había recaído.

Hace dos meses me habían dado de alta en el psiquiatra debido a una depresión crónica que tuve cuando un camión se estrelló contra mi cafetería, el negocio que había construido piedra por piedra. Hasta el mes pasado fue que pude conseguir el dinero para poder remodelarlo, y estaba feliz, pero no sabía la razón de mi recaída el día de hoy.

Pensé seriamente si tomar mi medicación, pero decidí dejar las cosas en manos de Dios y lo que hice fue orar para ir a darme un baño, pues mi hermana me había invitado a comer junto con su esposo, algo que no quería hacer, pero a lo que no me dieron opción de negarme.

Como a las siente de la noche mi hermana y su esposo se estacionaron frente a mi casa, pitando para hacerme saber que estaban allí. Le pedí a Dios fuerzas y amor en mi corazón para no poner una mala cara durante la cena, porque de verdad no me sentía nada bien.

—Hola, bebé —saludó mi hermana cuando entré en el auto.

—Hola, cariño.

—Cami —saludó Víctor, mi cuñado.

—¿A dónde vamos? —inquirí.

—El amigo de Víctor tiene un hermano que abrió un nuevo restaurante —respondió mi hermana emocionada—, supuestamente es muy caro.

Yo le sonreí en respuesta, pero tuve que analizar detenidamente en mi mente lo que había dicho, palabra por palabra, hasta que pude entender.

La psiquiatra me había dicho que esa niebla mental era normal durante la ansiedad o la depresión, que pasaría… pero no ha pasado.

—¿Por qué no me dijiste Cecilia? Pensé que íbamos a comer hamburguesa o… algo.

—Tranquila, Cami, te ves muy guapa —fue su respuesta.

Yo la miré incrédula.

Ella sí se veía realmente guapa, con su ropa de vestir. Yo, en cambio, tenía un vestido veraniego con unas sandalias que usaba para ir al supermercado de vez en cuando… además ni siquiera me había peinado.

Y mi cabello era ondulado.

Mis emociones, que estaban lo suficientemente inestables, se desordenaron aún más y tenía muchísimas ganas de llorar.

Cuando llegamos, efectivamente, el lugar se veía muy lujoso y caro, pero intenté pensar en todas las cosas buenas que Dios había hecho en mí y me recordé que el físico no era lo más importante en este mundo, que solo venía a comer y a nada más.

Al entrar nos encontramos con un ambiente luminoso, pero no al punto de dejar ciega a las personas, había mucho espacio por dónde moverse y la decoración era bellísima, mi estado de ánimo mejoró cuando vi que cocinaban la comida a la vista de las personas.

—Quiero parrilla —dije inmediatamente.

Mi hermana chistó.

—Ni siquiera has visto el menú, Camila.

—No importa.

—Que coma lo que quiera, amor —le dijo su marido.

Víctor y yo teníamos una buena relación de cuñados, al casarse con mi hermana pasó a ser mi hermano también, un hermano mayor que nunca tuve, así que siempre estuve muy agradecida con él por las veces que cuidó de mi hermana y de mí.

Al parecer no íbamos a comer solos, porque Víctor ubicó una mesa y se acercó, allí lo recibió un chico de unos veinte años con una gran sonrisa.

—Hermano, este es Víctor —exclamó feliz, dirigiéndose a un hombre de unos treinta años.

Víctor se acercó al hombre, con una sonrisa.

—Debes de ser Marcos —adivinó.

—Y tú eres el que me quitó mi puesto de hermano mayor —bromeó el hombre.

—En mi corazón hay mucho espacio, hermano, no te pongas celoso —dijo el chico.

Todos tenían mucha energía, por un momento quise que me dieran un poco a mí.

—Chicas, él es Matías y él es Marcos —presentó Víctor—. Marcos es el dueño del restaurante.

—Pero yo soy el administrador —agregó Matías, el más joven.

—Con la ayuda de Víctor, por supuesto, porque sino te vas a bancarrota esta misma semana —le aclaró su hermano.

Y yo no sabía que Víctor iba a administrar este lugar también.

—Ella es mi esposa, Cecilia, y ella es mi cuñada, Camila —culminó Víctor.

Mi hermana dio besos en sus mejillas, pero yo ni siquiera me acerqué, ese hecho solo se debía a que era realmente tímida y el contactó físico me ponía bastante nerviosa, así que lo evitaba todo lo que podía.

—Tomen asiento —nos invitaron—, coman lo que quieran.

En ese momento, y con solo esa frase, la depresión dejó de afectarme en el estómago y el hambre se me destapó, con una sonrisa maliciosa en mi rostro me imaginé todo lo que iba a comer y llevar a casa esa noche.

Y así fue, comí muchísimo.

Pero hubo algo que me incomodó toda la noche, y fue Marcos.

Él me miraba cada cierto tiempo y allí se quedaba, detallándome, y obviamente yo también lo miré, porque había algo en él que no había notado cuando llegué, algo atrayente.

En mi mente le dije a Dios que lo alejara si iba a traerme más cosas malas que buenas, pero…

Cuando fui al baño, al salir, lo encontré en la puerta, obviamente esperándome.

Lo pasé, ignorando ese hecho, pero él me llamó.

—Camila.

Su voz era bastante buena para mis oídos, eso era seguro.

Me giré y lo miré.

—Dígame.

No lo tutee, por supuesto, él era nueve años mayor que yo, lo supe cuando confirmé que tenía treinta y un años.

—Quiero decirte que estoy interesado en ti y que me gustaría salir contigo, así que vine a pedirte tu número —declaró.

¿Había recibido confesiones y propuestas antes? Por supuesto, pero nunca de un desconocido.




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