—¿Sabes qué? Supongo que estoy equivocado —confesó—, porque me has dicho eso, lo he entendido y estoy seguro de que dices la verdad, pero…
—¿Pero…?
—Aún así quiero salir contigo.
Sus palabras hicieron que un cosquilleo se alojara en la cima de mi estómago.
—Sí, quizás estás equivocado —logré decir con dificultad.
Miré su sonrisa a medias porque estaba intentando no tener contacto visual.
—Dime, ¿Qué quieres comer? —cambió de tema.
—¿Empanada? —sugerí, sin darle mucha importancia a nuestra anterior conversación, era lo más sano— De carne.
—Perfecto.
—¿Tú quieres comer eso? —pregunté mirándolo para lograr saber si me mentía en su respuesta.
—Sí, yo realmente puedo comer cualquier cosa.
A mí me gustaba muchísimo cuando él, a pesar de estar conduciendo, hacía una breve pausa para mirarme a los ojos. Su contacto visual era adictivo en algunos momentos.
Cuando llegamos al local, lo que hice fue quedarme en el auto hasta que, sin decírselo, Marcos fue hasta mi lado para ayudarme a bajar, tuve que tomar su mano sin renuencia ya que si no me agarraba a él me iba a ir redondita hasta la alcantarilla.
Caminamos hasta una panadería pequeña, donde no habían muchas personas, pero, cuando pensé que íbamos a entrar allí, él puso su mano en mi cintura y me guió hasta llegar a un callejón bastante angosto y corto, al salir entramos en una nueva calle, una a la que nunca había ido.
—Le dicen la calle del hambre —me informó.
Sonreí, maravillada por todos los puestos de comida que habían en las aceras.
—¿Por qué le dicen así?
—Como ves, solo hay puestos de comida, vienes cuando tienes hambre.
—¿El callejón es la única entrada? —inquirí.
—No, pero las demás están muy abarrotadas —él caminaba con su mano en mi espalda, guiándome, mientras veía el camino—. ¿Entonces? ¿Empanadas?
—Sí.
Él miraba en los puestos y, a pesar de pasar varios puestos de empanada, él siguió caminando.
—Llega…
Antes de terminar su frase, se escuchó un sonido sordo, como si fuese un cohete, y la gente empezó a gritar y a correr como loca. Marcos me jaló fuertemente hasta rodearme con sus brazos y llevarme consigo hasta lograr estar detrás de uno de los puestos y así agacharnos.
Mi corazón latía desenfrenado, estaba asustada y tenía ganas de llorar.
—¿Qué está pasando? —chillé sobre todo el ruido.
Marcos no me soltó en ningún momento mientras sacaba su teléfono y escribía en él.
—Tranquila, Camila, todo estará bien.
Sus palabras no me tranquilizaron en lo absoluto, me estaba muriendo del miedo. Comencé a orar bajito, pidiéndole a Dios que cuidara la vida de las personas que estaban aquí, pero quizás lo pedí un poco tarde porque pude divisar entre la multitud un cuerpo inerte tirado en el piso, a quién estaban intentando revivir.
La gente estaba gritando al mismo volumen en el que el latir de mi corazón se escuchaba en mis oídos.
Todo era tan escandaloso que me asusté cuando un grupo de hombres nos rodeó con armas en sus manos, sujeté a Marcos fuertemente cuando vi que uno de ellos lo tomó del brazo para levantarlo, él me miró y sonrió mientras me ayudaba a ponerme de pies.
—¿Qué pasa? —jadee cuando lo vi ir con ellos sin queja.
—Vamos con ellos, ven —pidió.
Mirándolos a ellos y luego mirándonos a nosotros, era claro.
Nos estaban cuidando. Ellos eran guardaespaldas y estaban protegiendo a Marcos.