Y sucedió que estaba en medio de un puente de madera. Que guindaba entre dos pilares. Al extremo ya había cruzado Enmanti y esperaba que el niño cruzara también.
Cuando de pronto, del otro extremo la vio venir hacia él: La Dama de Azul. Su cabello plateado y largo, su piel blanca, su nariz perfilada. Con su vestido azul cielo. Brillaba como la luna. Con una pequeña cruz en su cuello.
¿A dónde vas niño? Le dijo.
Y el niño respondió: Me encuentro en el camino sobre aquello que he aprendido y aquello que quiero alcanzar. Entre esos dos extremos estoy yo, con lo que soy y lo que sé.
Espera. No debes seguirla. Le dijo.
Molesto el niño le respondió: una vez te seguí a ti y me abandonaste. Ella me espera, tengo que seguirla.
Ella no te lo ha pedido. Yo tampoco te lo pedí. Le dijo.
No la sigas niño. Dijo nuevamente. Entiende que los senderos se dibujan una vez más para que decidas el camino correcto.
¿Y qué esperas de mí? Le preguntó el niño con un sentimiento de rencor. Que me quede en el otro extremo, en el que sigues estando tu fantasma. Ya no quiero estar allí.
Y CONVIRTIENDOSE LA DAMA DE AZUL EN FUEGO DE IRA GRITO: ¿QUIEN CONVIRTIO LA LLUVIA EN FUEGO?, ¿QUIÉN ME HA INMORTALIZADO EN UN FANTASMA?
Y el niño volvió a sentir que el fuego se avivaba nuevamente hasta quemarse ya no desde adentro sino como una cicatriz que al acercarse al fuego revive en dolor.
Ante su dolor y el susurro de ella. Dijo la Dama de Azul desvaneciéndose en cenizas. ¿QUIEN ME HA HECHO ESTO?
Y el mundo de nuevo se tornó en oscuridad y la voz de alquimista el niño escucho: “DE LA ESENCIA DE NUESTRO ESPIRITU EMANAN NUESTRAS ACCIONES. SOMOS PENSAMIENTOS, PALABRAS, ESPIRITU Y LO QUE DECIDAMOS HACER CON ESO”. ¡Despierta niño!