Despertar

2. Volver

Miro a mi alrededor. Se supone que esta es mi habitación. No me gusta. ¿Aquí dormía yo? Las paredes son azules, la cama está deshecha, el escritorio abarrotado, sobre todo de ropa; el armario abierto. No me gusta que todo esté tan desordenado. ¿Así lo dejé la última vez? Nunca pensé que yo fuese así. Me siento extraña, como si esta habitación no me perteneciese. Esta no puedo ser yo. Rondo por la estancia con cautela, no quiero tocar nada, pero apenas se puede andar con comodidad con tantas cosas tiradas por el suelo: libros, ropa, basura... Me avergüenzo de mí misma o de la que era antes de sufrir el coma.

Cuando desperté, fui recuperando la conciencia y empecé a ser consciente de la información que recibía mi cerebro. El médico (el hombre de la bata blanca)  y mi madre (mamá) me fueron explicando poco a poco los acontecimientos que pasaron antes de entrar en coma.

Al parecer he estado inconsciente unas tres semanas, era un sábado por la noche y yo había ido a una discoteca con personas llamadas amigos. Me dijeron que yo no debería haber estado allí, pues soy menor de edad y tienen prohibida la entrada a personas menores de dieciocho años y yo tengo dieciséis. Las discotecas son sitios con música dance, luces de colores y bebidas que contienen una sustancia llamada alcohol. Se supone que yo bebí mucho de esas bebidas con alcohol, y entré en un estado llamado embriaguez. Estaba borracha, según mi madre. Con todo el alcohol que había ingerido bastaba para producirme un coma etílico. Pero esa no fue la causa de mi coma real. Era tarde y creen que conocí a un chico en aquella discoteca, pues no formaba parte de mis amigos. Tenía un coche y me monté en él con ese chico. Él también estaba borracho. Y entonces sucedió. Tuvimos un accidente y yo sufrí un fuerte golpe en la cabeza, un traumatismo craneoencefálico, que fue la causa de mi coma. Aquel chico, desgraciadamente, no tuvo tanta suerte. Hallaron su cadáver junto a mi cuerpo inconsciente. Lástima, ni si quiera recuerdo su nombre, aunque seguramente ni lo sabía. 

Me miro a un espejo que forma parte del armario. Tengo una gran cicatriz en la sien, podría haber perdido un ojo. Aún tengo el otro un poco hinchado, y el pelo cortado malamente (tuvieron que hacerlo para operarme) Estoy horrible. Doy pena. Soy fea. Me giro. No quiero verme. No, esa no soy yo. No puedo ser yo. Al girarme veo que en una pared hay un corcho con papeles de colores colgados. Al acercarme veo que son imágenes plasmadas en papel. Creo recordar que se llamaban fotos. En todas —o en la mayoría— hay una chica que siempre sale posando de una manera ridícula, tiene el pelo muy largo, liso y negro. Va siempre muy maquillada, con peinados estúpidos y rodeada de chicas que visten similar a ella. Cani choni se llamaba ese estilo creo. Me fijo más en la chica morena y me vuelvo a mirar al espejo. Ahora me doy cuenta. Soy yo.

No, es imposible. Yo no puedo ser esa, me horrorizo sólo de mirarme. Parece como si siempre estuviese fingiendo, actuando, parezco tan... falsa. No me gusta la ropa que uso, no me gusta los peinados que llevo, no me gusta esa sombra tan oscura que bordea mis párpados, no me gusta esos labios tan pintados, no me gusta ese escote tan marcado, no me gusta el piercing de mi nariz, no me gusta nada, nada. No me gusta, no me gusta esto.... No me gusto... ¡NO! ¡Me odio! ¡Esa no soy yo! ¡NO!

Un estruendo rompe el silencio de mi habitación. Me arrastro hacia una esquina cubriéndome con las manos la cabeza, la cara. No quiero mirar, no quiero ver el corcho de la pared que acabo de estampar contra el suelo, hecho trizas. Todas las fotos están esparcidas alrededor. Gimo, sollozo, me balanceo agarrándome el pelo, con la cabeza entre las piernas. No, no me gusta...

Acaba de llegar mi madre, asustada por el ruido. Me ve, no hace nada. Está asustada y se queda paralizada. Estará observando todo, me estará juzgando, seguro. Yo no quiero mirar.

—Hija...

—Mamá, ¿de quién era este cuarto? —pregunto temblando.

Ella no responde de inmediato.

—Está todo tal como lo dejaste la última vez. No me he atrevido a cambiar nada, tenía miedo de que...

Entonces, no aguanto más y suelto un alarido de angustia. Grito. Mi madre viene a socorrerme, a abrazarme, pero no quiero su abrazo. No quiero esto. Me encojo más sobre mí misma. No quiero ser la persona que está en esas fotos, la que dormía en esa cama, la que vestía esas prendas, la que sufrió un accidente de coche y cayó en coma. No quiero.

Pero soy Alba, yo soy esa persona y esta es mi vida, esta es la realidad. Acabo de volver a casa.



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En el texto hay: bullying, adolecente

Editado: 12.03.2018

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