Despertares: La tempestad latente

3. REENCUENTROS

La espaciosa cafetería estaba repleta. Los enormes ventanales y el inmenso domo transparente dejaban entrar con libertad la luz del día.

—Ellos son Lys y Adrián, mis mejores amigos, campeón. —Alonso llegó justo cuando trataban de darle una mordida a su almuerzo—. Él es Armin. Acaba de llegar a la ciudad. Lo invité a comer con nosotros.

—Hola —saludó Armin con una sonrisa tímida—, no quiero molestar.

—¡Bienvenido, siéntate! —Lys lo recibió desplegando una sutil sonrisa. Sus grandes ojos brillantes eran cautivadores. Aunque acababa de cumplir dieciséis años, parecía un tanto mayor.

Armin extendió la mano para saludarla, a lo que Lys correspondió. Fue curioso, ninguno pudo apartar la mirada. Al notarlo, Adrián retiró la mano de su amiga y ofreció la suya.

—Por lo regular soy más efusivo, pero me atrapaste a la mitad del almuerzo.

Mientras Alonso se sentaba junto a Adrián y Armin al lado de Lys, a solas en la comodidad del aula donde impartía sus clases, el profesor Frank revisaba los trabajos de sus alumnos. Le disgustaba comer acompañado. Era menos que placentera la sola idea de convivir con los demás profesores en la bulliciosa cafetería repleta de adolescentes ruidosos. Por su bien y el de los demás, prefería permanecer en su jaula. Él mismo era su mejor compañía. De hoja en hoja, leía con cautela sin dejar pasar ningún error. Otorgar una alta calificación inmerecida lo incomodaba y se aseguraba de que no sucediera. De pronto, frunció el entrecejo al contemplar una ofensiva leyenda en una de las tareas:

"Viejo amargado"

Sus ojos no daban crédito. ¿Quién había escrito tal impertinencia? Era una simple hoja suelta sin nombre. Alguien la había colocado entre los trabajos a propósito. ¡Inaudito! Era algo que no tenía precedentes.

—¡Tuvo que ser él! ¡Leoy, el holgazán! —exclamó indignado al recordar al recién llegado.

Salió disparado rumbo a la cafetería. Sabía con seguridad dónde encontraría al joven.

—¡Te dije que yo invito! Pide algo si quieres, que no te dé pena —animó Alonso a Armin, quien se mostraba reacio a aceptar dinero de alguien a quien llevaba menos de una hora de conocer.

—Puedo compartir mi hamburguesa contigo —ofreció Lys. Adrián reaccionó con un gruñido disimulado como una tos—. Según mi nutriólogo, no debo comer tantos carbohidratos. Irene insiste en que soy demasiado joven para preocuparme por eso, pero ¿qué sabe ella realmente?

En una acción repentina, Alonso agitó los brazos frenéticamente.

—¡Rápido, escóndete! —intentó susurrarle a Armin, pero terminó gritándole.

—¿Cómo?

—¡Hazme caso!

Ambos se ocultaron bajo la mesa justo cuando el profesor Frank irrumpió en la cafetería, preguntaba por alguien a quien nadie conocía. Era una ventaja ser el nuevo en la escuela. Afortunadamente para Armin, el catedrático no reparó en sus llamativos pantalones fosforescentes cuando llegó a su clase.

—¿Qué pasa? —cuestionó Armin consternado. ¿Acaso Alonso se avergonzaba de su presencia? Entonces, ¿para qué lo invitaba?

—Es el profe Frank… ¡Anda como loco! Asómate con cuidado para que lo veas.

Armin asomó temeroso la cabeza, pero no alcanzaba a ver al profesor desde su ángulo. De pronto, el hombre apareció. Se veía alterado.

—¿Qué hacen ahí? ¡Párense! ¿Saben cuántos gérmenes hay en el suelo de una escuela por metro cuadrado? No querrán averiguarlo, jamás comerían aquí de nuevo—regañó Adrián, inquieto.

—¡Shhh…! Ustedes no nos han visto —solicitó Alonso en voz baja.

El profesor Frank miró con cautela cada mesa por la que pasaba; al aproximarse a Lys y Adrián les preguntó por un tal Leoy. Los dos estudiantes, que comían apresuradamente, negaron conocerlo. El hombre cayó en la mentira y se marchó. Bajo la mesa, Armin dio un suspiro. No sabía para qué lo buscaba el maestro, pero estaba seguro de que no era para nada grato.

Tras el inusual incidente y después de terminar el sándwich que su madre le había preparado, Adrián sugirió regresar a clases. Lys tenía otros planes. Quería mostrarle las instalaciones al chico nuevo, la excusa perfecta para seguir conversando.

—Pero sin tardarnos mucho, ¿verdad? —repuso Armin—. No quiero que otro profesor se enoje porque llegué tarde. Empiezo a creer que en esta escuela las reglas se toman muy en serio. —¿Para qué otra cosa lo buscaría el señor Frank?

Después de cerciorarse de que el profesor se había alejado, los cuatro salieron de la cafetería. En el camino, Lys percibió un peculiar olor a goma de mascar cuando acercó su mano al rostro para contener un estornudo.

Qué raro perfume usa, pensó al recordar que había estrechado la mano de Armin minutos antes.

Salieron a una de las muchas áreas verdes del instituto, donde era improbable encontrarse al viejo profesor. Los estudiantes afirmaban que la luz del sol lo ahuyentaba.

—¡Hay mucho espacio! —señaló sorprendido Armin. Había patios y jardines, veredas, canchas de fútbol y béisbol que no cubrían ni la mitad del terreno—. ¿Todo esto es de la escuela?

—Es una lástima que casi nadie los aproveche —dijo Alonso, caminando plácidamente por el césped—. Por aquí sólo andan los que están en un equipo deportivo, que no son tantos. Hacen falta más canchas y pistas de atletismo.




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