Despertares: La tempestad latente

5. LA RELIQUIA

La mañana tenía rato de haber comenzado, pero Armin continuaba acurrucado entre las sábanas. Su respiración era agitada y sus ojos no cesaban de moverse bajo los párpados. Un fuerte ruido al lado de su cama terminó por despertarlo. La figura de vidrio favorita de su madre yacía en el suelo, quebrada en tres fragmentos.

Debí golpear el buró mientras dormía, pensó.

Las pesadillas se tornaban violentas. Lo extraño fue que no recordaba haber soñado nada. Consideró que era preferible no contarle a su madre. Guardó los vidrios rotos en el buró donde almacenaba sus más valiosas pertenencias. Medio adormilado, tomó una toalla y, bamboleándose, llegó al baño. El agua fría lo despertó un poco más, pero continuaba atrapado en el trance del sueño. Salió de la regadera, se enrolló la toalla alrededor de la cintura y por un momento permaneció contemplando fijamente los azulejos del piso.

¿Qué sigue?, meditaba con dificultad, su mente aún nublada por el sueño.

Como si alguien lo hubiera abofeteado, salió de la somnolencia y echó un vistazo a la pequeña ventana del baño.

Por lo menos aún es temprano, se convenció al ver el color del cielo un tanto ensombrecido. Desconocía la película adherida a los cristales que los opacaba y filtraba la entrada de los rayos solares. Se encaminó a paso lento hacia la recámara y echó un vistazo al reloj de pared del pasillo por reflejo, sin leer la hora en realidad. Avanzó unos pasos, pero regresó para volver a mirar. ¡Faltaban quince minutos para las ocho!

Su madre permitió que Armin despertara por su cuenta; había escogido un mal momento para una nueva lección de responsabilidad. Él, en un intento por evitar conflictos, optó por ignorar la situación, confiado en que su padre podría llevarlo en el auto una vez más.

Lo que regularmente tomaba media hora, esta vez le llevó cinco minutos. Se vistió a toda prisa, tomó la mochila y se precipitó hacia la escalera. Al llegar al pasillo, se topó con una caja volcada y su contenido desparramado sobre la alfombra. Se detuvo para acomodar ese desorden. Al acercarse, descubrió las joyas de su madre esparcidas fuera del antiguo alhajero de metal. Eran baratijas con valor sentimental. Casi todas se las había regalado la abuela de Armin a su hija. Entre los aretes, pulseras y anillos, un desgastado collar capturó su atención. Nunca había visto a su madre lucirlo, pero le resultaba extrañamente familiar. Examinó la roca engarzada, que emitía un brillo tenue, como si la luz emanara desde su interior.

Armin bajó las escaleras y llegó a la cocina sin tropezar con ninguna caja. El desayuno ya estaba listo.

—¡Cómete todo! Necesitas energía para llegar volando a la escuela. Tu papá ya se fue —anunció su madre, con un tono animado pero firme.

Ante la novedad, Armin enmudeció. No replicó ni hizo caras. En lugar de eso, revisó su mochila para asegurarse de que no olvidaba nada. Su madre terminó de lavar los platos y se sentó a acompañarlo. Untó mantequilla y mermelada a una rebanada de pan y se sirvió leche en una taza. Era su desayuno favorito, tal y como se lo preparaba su padre cuando era apenas una niña.

—¿De dónde lo sacaste? —preguntó, al advertir lo que llevaba puesto su hijo.

—¿Qué? —preguntó el joven distraído, mientras hojeaba una libreta.

—Lo que llevas en el cuello —señaló ella con la mirada, mientras bebía de la taza.

—Ah… Lo encontré tirado. Se salió de una caja con tus cosas, ¿lo puedo usar? —dijo un poco inseguro, su madre lo miraba escrupulosamente.

—Claro… Ése me lo regaló tu abuelo. De niña creía que tenía una lucecita dentro —dijo mientras sonreía, sin dejar de mirar el collar—. Se supone que es muy antiguo. ¿No encontraste otro parecido?

—No —cortó Armin bruscamente—. Debo irme ya. —Sabía que, si se quedaba, su madre no pararía de hablar; sus anécdotas eran interminables—. Luego me cuentas el resto.

Se levantó de la silla y le dio un beso fugaz en la mejilla. Su madre lo llamó, pero el joven ya había salido, la puerta cerrándose tras él con un golpe.

Clara se quedó pensativa en la cocina, el recuerdo de ese collar le resultaba vago, como un sueño lejano y difuso.




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