Abrió la puerta y esperó a que algún taxi pasara y se dignara a parar.
Mientras que las hojas de los árboles iban cayendo, sus posibilidades de salir de ese mundo gris caían con ellas, cada idea que se le ocurría terminaba en el pavimento siendo pisoteadas por los mismos pequeños que siempre jugaban en el sombrío vecindario.
Suspiró.
Al otro lado de la calle pasaba una joven pareja con su hija: el hombre tenía rasgos árabes y la mujer parecía más bien latina. Su pequeña hija de no más de dos años caminaba torpemente delante de ellos. La pequeña no temía seguir caminando así su anatomía de infante le tuviera predestinado que caería en cualquier momento. Papá y mamá estaban allí. Tenía motivos para reírse de las desdichas de la vida porque sus guardianes acudirían al rescate en un santiamén.
No pudo seguir conteniendo el llanto y lloró.
No era una buena idea llorar en la calle en esa época del año. Con ese frío inicio de otoño lo más probable era que se le congelaran las lágrimas. Y así fue, en un momento perdió la visión por las endurecidas lágrimas. Sacó sus pañitos húmedos y se limpió sus ojos. Al otro día probablemente una conjutivitis le cobraría su falta de autocontrol.
‘¡Taxi!’
El taxi paró en seco. Se subió y pidió que la llevara a la estación de tren de Reading.
Lo que detestaba de viajar era tener que regresar. Si pudiera permitírselo viajaría sin cesar, sin la preocupación de escatimar gastos ni tener que volver. La universidad era un pasaporte seguro a lograr una estabilidad económica y poder costearse cuanto viaje se le ocurriera. Era eso o ser la cortesana de un lord con un caso de disfunción eréctil severo.
Pudo ver la mirada juzgadora del taxista rechoncho de ojos castaños. Seguro había leído sus pensamientos inmorales.
Pensó en decirle que no se metiera en sus asuntos y se limitara a llevarla a su destino pero como casi siempre, prefirió tener sus palabrotas encerradas en esa pequeña bolsa de su inconciente que un troll guardaba recelosamente en su cabecita.
Se rio al imaginarse luchando contra ese troll para recuperar la bolsita de terciopelo morado repleta de todo lo que había elegido callar. En su visión parecía más bien un Teletubbie bajo los efectos de sustancias psicotrópicas: sus piernas cortas y figura voluptuosa moviéndose de forma frenética. ''¡Tubitotadaaaaa!'' La voz de un Julian de cuatro años la hizo estallar en una estrepitosa risa.
El taxista disimuló pero terminó acompañándola en un dúo de risas.
Siempre la vocecita de alguno de sus hermanos sería un ungüento para los días más horripilantes.
Y justo cuando iba a activar la máquina del tiempo para volver a la casa unifamiliar de Earley en 1999 cuando despertaba muy temprano los fines de semana para ver los Teletubbies con Julian recordó que tenía que noquear al horrendo troll de un swing, el taxi se detuvo y un carraspeo del taxista seguido de su dedo índice regordete rojizo indicando el taxímetro.
Qué forma más odiosa de interrumpir su proceso creativo.
¿Qué hubiera sido de Mary Shelley si un desconsiderado taxista hubiera perturbado al doctor Frankenstein mientras remendaba a su Prometeo?
De su bolso de Jack Skellington sacó su modesto monedero negro de cuero sintético y tomó un billete de diez libras. Se lo dio al conductor y se bajó del taxi sin esperar por el cambio.
La estación no estaba tan llena como de costumbre lo cual le permitió avanzar con agilidad hacia la taquilla. La vendedora era una muejr de mediana edad rubia con expresivos ojos miel y pronunciadas líneas de expresión.
''Un tiquete de ida para Oxford, for favor.'' Su voz sonaba más nasal que de costumbre.
''¿Sencillo o primera clase, linda?''
Con lo que le había dado Nathan era suficiente para permitirse un tiquete de primera clase aunque para un viaje de no más de cuarenta minutos eso no sería sensato. Impulsivamente contestó.
''Primera clase.''
Pagó y en lo que la vendedora le dio el cambio percibió un aroma familiar, su nariz tomó control de su cuello e hizo que su cabeza girara de lado a lado para dar con la fuente de la esencia a clavos y algo cítrico.
Un disimulado golpe del puño de la vendedora sobre el contador la enfocó en su función actual que era tomar el cambio y su billete.
La plataforma nueve no tres cuardos la esperaba.
Recordó que solo había comprado su tiquete de ida, pensó que había sido una manifestación de sus deseos de no regresar pero con su modesta fortuna tendría que volver.
El tren partía a las quince horas con veintidós pero apenas eran las quince y diez lo cual le permitió hacer un recuento de sus finanzas. Le quedaban ciento diecisiete libras.
Texteó a la hermana del esposo de su madre para avisarle que cerca de las cuatro de la tarde. Ojalá pudiera quedarse en algún lugar extraño con unos cuantos espectros del más allá pero debía asumir su posisión de estudiante con ingresos precarios así que la hospitalidad de unos cuantos conocidos siempre sería bien agradecida.
Pese a que Judy era una muejer de escasos ingresos tenía un corazón enorme y un hogar siempre abierto para quienes necesitaran un techo bajo el que pasar una o más noches.
La última vez que estuvo en Oxford en casa de la tía Judy fue para pasar una noche en vela.
Viajaron desde Liverpool con su madre Chelsea, la abuela Esther y Julian ya que sería allí donde nacería el menor de los tres cachorros de oso.
Miró su reloj de mano cuyo tablero cambiaba de colro dependiendo de la temperatura pero debía estar dañado porque nunca coincidían los colores con el clima. Frío de otoñó y el tablero era café como si fuera un día soleado de primavera o inicios del verano. Agitó su muñeca para ver si el reloj reaccionaba y actualizaba su vestuario para la estación en curso. El tablero comenzó a tornarse gris y aún le quedaban diez minutos para seguir pensando. Fueron los diez minutos más largos de su existencia hasta ese momento. El lento paso del tiempo le dio espacio para observar a las gentes que la rodeaban: altos, bajos, delgados, rollizos, pelirrojos, castaños, rubios. Todo un bing bang de estereotipos. Cada ser con su mundo a cuestas disimulando la pesada carga de la condición humana con pasos apresurados.
Editado: 02.11.2022