‘Un té me hará bien. Ojalá me quite este mal genio o alguien sufrirá un atentado terrorista.’ Pensó Shannah quien siempre tenía un motivo desconocido para ponerse de malas contra el mundo. Solo que esta vez sí había una razón válida con cara de renta.
Aunque sabía que Alex siempre era cumplido con sus pagos, de manera irracional temía que pasara algo fatal y que no pudiera pagar el alquiler del apartaestudio y que los echaran de patitas a la calle.
Si bien las cosas no habían sido fáciles desde que se habían mudado desde Escocia, al menos ahora vivían más tranquilos. Ya no tenían que presenciar los ataques de paranoia de su padre ni ver a su madre pasando noches en vela, vigilándolo para que no saliera corriendo de la casa huyendo de demonios invisibles.
Tomó un sorbo de té con un chorro de crema vertida de mala gana que, obviamente, se transformó en crema agria en la boca de Shannah anticipadamente.
Cerró los ojos, inhaló el robusto aroma del té que esperaba apaciguara su naturaleza fatalista.
Imaginó que Roger Federer sacaba volando todos sus pensamientos hacia el espacio exterior con un solo saque. Se pegó una cachetada cuando en su visión el señor Federer quedaba mágicamente desprovisto de prenda alguna.
Miró el reloj y se dio cuenta de que llegaría tarde a su primera clase, '‘¡Maldita sea! Me van a expulsar de la universidad.’ ' Pensó.
Cogió su gabán café de gamuza, billetera de cuerina morada desgastada, agenda, carnet estudiantil, bolígrafos y como era de costumbre cuando estaba muy de malas, lo echó todo en su mochila de tela, sí, morada, sin mayor cuidado.
Mientras Shannah maldecía y predecía cosas espantosas que no pasarían, un mar de tranquilidad llenaba la pequeña sala-comedor.
Con su usual calma, Alex tomó las carpetas del escritorio, las llaves del auto, chequeó la hora en su reloj de mano y una media sonrisa se dibujó en su rostro al ver que su hermana revoloteaba por el apartaestudio buscando cosas y maldiciendo como un marinero ebrio.
Pese al profundo dolor que anidaba su ser, saber que tenía a su hermanita sana y salva, mermaba algo su pesar.
-Ya voy de salida.- Estaba listo para recibir una bala fulminante de los ojos castaños de su pequeña hermana.
Shannah lo miró con desdén.
-No encuentro mis malditas gafas.- el rostro redondo de su hermana se veía muy gracioso cuando estaba irritada. Parecía un tomate bebé a punto de explotar.
-Pero si las tienes en la cabeza.- Señaló Alex.
Shannah se tocó la cabeza y maldijo de nuevo.
Ahora que el pequeño caos había cesado, el mayor de los Matheson abrió la puerta a la damisela malhumorada, quien ya no era un tomate bebé, sino una niñita sumisa arrepentida por su mal comportamiento.
Los largos dedos de Alex cerraron la puerta como si no quisiera volver a ese pequeño espacio, sino ir en un viaje a algún lugar extraño a investigar lo inexplicable.
Encogió los hombros y siguió los pasos firmes de Shannah.
Este era un día en el que un cálido abrazo de mamá o papá sería la manera perfecta de iniciar un nuevo camino que se abría para su hermana, quien tenía que luchar con los mismos demonios de su padre.
Al llegar al estacionamiento, el sencillo VW Golf rojo aguardaba a los príncipes en bancarrota.
Shannah se quejó de su lacio pelo indomable y abrió la puerta.
-Alex, no te olvides de pagar la renta o por tu culpa nos echarán a la calle.- exhaló iracunda.
-En la tarde lo haré, no te preocupes. No arruines mi día ni el tuyo, ¿quieres?- dijo Alex.
Shannah reflexionó sobre su conducta al ver que su hermano conservaba la calma pese a su difícil temperamento.
Alex cerró la puerta de manera firme y suave.
Shannah respiró profundamente y relajó los músculos de su cara.
En realidad no era su intención ser tan irritante, pero por alguna extraña charada del destino a ella le había tocado nacer de mal genio y esperar lo peor: un efecto colateral de ser Matheson.
Ella bien sabía que su hermano nunca había faltado con sus obligaciones, a pesar de contar con un salario no muy amplio como docente auxiliar, y lo que menos pretendía era convertirse en una piedra en su zapato. Necesitaba definitivamente tener un trabajo para sentirse como otro adulto funcional y no una hija adoptiva bizarra.
De camino a la universidad miraba por la ventana esperando ver en el vidrio el reflejo de algo que no fuera real. Se detuvo a pensar en cómo estarían sus padres. Los extrañaba mucho a pesar de no tener muy buenos recuerdos de los últimos años viviendo con ellos.
Sean, su padre, cada vez estaba peor pese a las constantes visitas al psiquiatra y medicación cada vez más fuerte. Su salud mental era precaria y lo último que recordaba de él era verlo encerrado en su estudio haciendo interminables cálculos matemáticos sobre eventos que ella no comprendía.
Y en cuando a Jinny, su madre, nunca dejó de estar al tanto de ellos, pero era difícil enfocarse enteramente en sus hijos cuando los ojos azules de su padre se tornaban violentos y abatidos. Sin querer, se transformó en enfermera de un psiquiátrico y su rol de madre quedó en un segundo plano.
Una punzada de dolor le atravesó las sienes. ‘Otra vez.’, dijo resignada.
Era usual que le dolieran las sienes cuando algo nuevo iba a pasar en su vida. Entonces comenzó a enumerar una a una las posibles transformaciones que podría sufrir su vida: comenzar otra carrera, ser la primera estudiante de Oxford expulsada antes de haber iniciado clases, conocer al amor errático de su vida, encontrar un tesoro escondido, derramar su latte sobre su abrigo.
Alex parqueó cuidadosamente mirando a ambos lados para evitar un accidente. Shannah siempre se preguntaba cómo hacía su hermano para no salirse de sus casillas bajo tanto estrés. Lo admiraba por eso, y por soportarla.
Editado: 02.11.2022