Como mamá no podía viajar hasta dentro de dos meses, la abuela Esther viajó hasta Oxford para conocer a Aria y a Harreck, y asegurarse de que estaría en un buen lugar. No sé qué haría sin mi abue, ella siempre lograba hacerme sentir bien y ver que todo saldría perfecto.
Hacía casi medio año que no la veía y estaba muy emocionada por verla de nuevo. Mis padres adoptivos morían por conocerla, pues ya había hablado un par de veces con ellos por teléfono y les parecía una señora encantadora con muy buen sentido del humor. No recuerdo a alguien que haya descrito a mi abue de una forma diferente, ella tiene ese estupendo carisma que te hace querer escucharla por horas, ya sea contando sus anécdotas de juventud, o sus sabias enseñanzas siempre sazonadas con una pizca de picardía. Sin embargo, detrás de esa personalidad arrolladora reposaba un alma cansada que anhelaba la muerte pronto.
Me mudé una semana antes de que la abue llegara, así que tenía todo en orden. Le compré una pijama lila como detalle, aunque ella nunca ha recibido muy bien los presentes y suele devolver su precio con regalos que triplican el valor del presente que le hayas dado. Mientras llegaba mi abue, decidí ir a hacer aeróbicos para relajarme.
Recuerdo que tan pronto me instalé en la residencia Harkönnen y tuve la oportunidad inspeccioné el lugar, me llamó mucho la atención el gimnasio, que era y sigue siendo uno de mis sitios favoritos de todo el planeta. Tiene todo lo que uno puede desear: está la piscina con azulejos azules en todas las gamas de azul que puedas imaginar, separada por una pantalla de vidrio de la zona de máquinas- caminadoras, bicicletas de spinning, pesas, herramientas de pilates y una gran pantalla para poner videos de aeróbicos o simplemente escuchar música-.
Harreck se dio cuenta de lo fascinada que quedé con el gimnasio y me dio licencia para matar mis kilos de más. Adicionalmente, para mi fortuna o misfortunio, se ofreció a entrenarme, yo acepté encantada, pero luego dudé, ya saben mis patéticas inseguridades que tienen como raíz el visualizarme como un Teletubbie poseído; luego, los ojos azules del señor Harkönnen escudriñaron en mi ser de una forma dulce y no tuve más remedio que decir ''Señor, sí señor!'', a lo G.I. Jane.
En ese punto no estaba segura si sería capaz de seguirle el ritmo a un mastodonte vikingo, pero sorprendentemente mi cuerpo se iba adaptando a las rutinas. Creo que el saber que después de quedar magullada podía pasar tiempo ilimitado en la piscina, me animaba a dar lo mejor en cada patada, puño, plancha, flexión, abdominal. Finalmente, encontraba emocionante pasar horas en un gimnasio. Tal vez esa valkiria en miniatura estaba aflorando y, ¿quién era yo para impedirlo?
Y cómo olvidar el día que Aria me llevó de compras para armarme de un buen par de conjuntos deportivos para que me animara a seguir una rutina a la que ya me estaba acostumbrando.
Ese día le conté a Chelsea que comenzaría a ir al gimnasio y me recordó que cuando iba con ella y había logrado perder peso, luego volví a mi vida sedentaria, pero me recordó que no me desanimara y aprovechara el hecho de tener gimnasio en casa. No sé si Chelsea se molestaba porque no era tan atractiva como ella a su edad o porque no lucía como me visualizaba. En fin, algún día tendré el valor de preguntarle.
Por ahora me sentía cómoda siendo quien era y solo había comenzado una rutina para despejarme, si en el camino perdía algo de peso sería ganancia, no quería volver a amargar mis días por tan vanos pensamientos cuando sabía que las Amazonas no eran palillos, sino mujeres muy fuertes.
Le dije a Aria que de a poco le iba a devolver lo que había gastado en mis atuendos, después de mirar de reojo la factura con tres cifras. La amable señora dijo que prefería un pago en especie, que consistía en hacer traducciones ocasionales de español a inglés, ya que la lengua hispana no era su fuerte. Esto sonaba perfecto, pues mis precarias finanzas personales no se verían impactadas y de paso, no perdería el contacto con mi segunda lengua.
Estoy casi segura de que yo era un escape para Aria y Harreck. Sus miradas eran llenas de amor, pero siempre sentía como si estuvieran viendo a alguien más a través de mí. Hay gente que come en exceso para llenar los vacíos del alma, yo era la mascota placebo de ese par.
En los pocos días que llevaba viviendo en aquella casa, más bien mansión, había notado un par de cosas poco usuales, como que los señores Harkönnen muy rara vez salían antes de las cuatro de la tarde y que me hacían sentir como en casa. Eso era sin duda lo más extraño porque hasta ese entonces nunca había podido sentirme a gusto en un lugar sin mis hermanitos.
Un día cualquiera, una vez terminada mi rutina de aeróbicos, fui a cambiarme y chequeé mi email para verificar los documentos pendientes para acceder a los beneficios de la universidad y de paso verificar si había novedades de Dorotty o Angie.
Por un lado, Dorotty estaba trabajando como vendedora en una tienda de zapatos en lo que asistía a clases de administración en el Colegio Comunitario de Liverpool en las noches. Si pudiera comparar a Dorotty con un personaje de cuentos, sería con la tortuguita que va por sus metas sin prisa, pero sin descanso; siempre optimista y realista.
Mientras que Angie, se había apuntado para el curso de tecnología dental, pues ingresar a la Escuela de Odontología de Liverpool en esos momentos no era viable debido a la inestable situación económica de su familia. Angie, la más dedicada de este trío de almas gemelas, tomaba cada desafío con calma y disciplina.
La importante tarea de leer emails se vio interrumpida cuando desde la puerta Aria me decía que ya iba a recoger a mi abue a la estación y entonces cerré la laptop sin apagarla y me fui.
De camino a la estación de tren, Aria colocó un álbum de Ennio Morricone. La noté callada, lo cual me pareció inusual porque siempre tenía algo que decir, ella en verdad sabía cómo iniciar una conversación. De reojo veía su bello rostro decaído por algún motivo que no pretendía saber.
Editado: 02.11.2022