-Eras la que faltaba para que estuvieran completas mis clientas y amigas favoritas.- Andrew abrió la puerta principal, abrazó fuertemente a Anna.
Si Pete Burns no se hubiera convertido en un mal intento de Barbie, hubiera envejecido como Andrew: La misma melena castaña, ojos azules y vestuario andrógino.
Siempre estaba feliz, siempre tenía una sonrisa en su rostro, siempre estaba ahí.
Su casa no le era extraña, de hecho se sentía muy a gusto en medio de maniquíes y música de los ochenta.
-¡Pero mira a quién has traído contigo!- miró de pies a cabeza a Dimitri.- Debes ser la nueva adquisición de Prada, ¡o nada!- hizo el típico movimiento de manos de una sevillana.
-Es inversionista, Dimitri es demasiado serio como para exhibirse en vallas publicitarias.- le dio un apretón en su bíceps.
-Baby puedes hacer una modesta inversión en mi humilde negocio y servirme de maniquí privado.- le guiñó.
-Antes te convierto en eunuco.- apretó uno de sus puños en dirección a la cara de Andrew. Lo miró con los ojos entrecerrados.
Andrew protegió su cara del puñetazo imaginario.
-Andrew, Hannah me llamó y dijo que estaba acá probándose unos vestidos para la frabullosa gala.- blanqueé los ojos.
-Está en el gran cuarto azul y aún no se decide.- se llevó la cara frontal de su mano hacia la frente, parecía una tía cincuentona quejándose.- Se ha probado casi media colección de Valentino.- se llevó la otra mano a la frente y exhaló como demostrando cansancio.- Y tú señorita debes escoger un vestido también. No faltarás a otra velada.
Aunque Dimitri no pareciera el tipo que vive de las apariencias de nuestro square, me apenó que Andrew me dejara en evidencia como una niña que evade compromisos.
Mordió sus labios por dentro hasta que un poco de sangre humectó mi seca lengua.
Era momento para decir algo coherente.
-No faltaré. Hannah me degollaría y es un riesgo que no pienso correr. - recorrí las escaleras con la mirada.- Estaba pensando en algo sencillo de Chanel. - encogí los hombros.
-Chanel es sencillo y si piensas ocultar esas curvas bajo un corte así.- hizo una pose a lo Coco Chanel con las manos en la cintura y un tanto encorvado.- No lo lograrás, ¿ves?.- hizo una versión aún más caricaturesca de la pose.- He seleccionado unos vestidos de muerte que resaltarán esas curvas como se lo merecen.- dijo excitado Andrew.
-Pero Andrew...- se quejó Anna.- Ya sabes que no me gusta esto.- señaló su cuerpo.
-A mí me gusta.- dijo seriamente Dimitri.
-Que no se diga más. A él le gustan tus curvas y a mí también.
Tomó de la mano a Anna como una madre mandona y la arrastró hasta la segunda planta.
Dimitri se quedó mirándola con total devoción.
Si tan solo pudiera activar una máquina del tiempo para que no fuera Andrew sino sus hermanos guiándola a ese dichoso cuarto azul donde seguramente se disfrazarían de una y mil cosas llenando cada rincón de sus risas de infantes.
Pese a su condición poco humana, aún podía producir lágrimas.
1,2,3,4,5...
Por sus lagrimales brotaron pequeños manantiales salados.
A los lejos escuchaba las risitas de Mathias y Lucrecia.
Y muy cerca, escuchaba su corazón.
Esas memorias inexistentes calentaron su corazón.
Dio el primer paso hacia ese gran cuarto azul.
Con cada escalón su alma se elevaba.
Al final de las escaleras veía un corredor cuyas pareces eran blanco marfil. Anna y su escudero no estaban a la vista, mas podía escuchar al barítono con alma de eunuco dando órdenes a las damiselas.
El trío de la contralto, la soprano y el barítono le permitió ubicar el famoso cuarto fácilmente.
Una esencia con toques de vainilla y clavos le dio la bienvenida a un mundo azul y dorado.
Al entrar en el cuarto ves tres amplios vestidores con puertas decoradas con paisajes sacados de la cabeza de Homero.
Frente a los vestidores, un espejo de pared a pared que hace que el templo de la moda de Filadelfia se vea infinito. Unas luces que hacen que el reflejo de los diseños griegos de las puertas se vean como espectros tenues, le dan protagonismo a quien quiera comprobar si el ajuar escogido es el ganador o si otro atuendo debe ser descabezado.
Ese lugar estaba más allá de lo divino y lo real.
Algo poco predecible en la maquinaria del primer mundo.
Necesitaba sentarse para recapacitar sobre sus últimos años y aguardar a que el dúo dinámico comenzara el desfile.
Miró alrededor y, en una tímida esquina en la pared contigua al espejo, una poltrona azul marino con herrajes dorados lo invitó a que situara sus posaderas en ella.
Y así lo hizo.
Una de las puertas se abrió y Hannah emergió de las fauces de la bestia como una princesa rebelde. Portaba un vestido negro estilo imperial en tafetán con un cinturón bordado en tonos fríos. Sus pies descalzos la hacían parecer como una doncella fugitiva.
-¡Sí señor! El condenado príncipe se ha quedado con mi par de tacos de cristal.- meneó uno de sus pies como si fuera a bailar Can Can.
Dimitri se rio y la observaba cuidadosamente.
Pese a las bromas, a la rubia le gustaba la experiencia.
No dejaba de tocar las fibras del vestido ni de dar vueltas. Era una Barbie de carne y hueso.
Su danza se detuvo abruptamente cuando Anna fue raptada por Andrew.
Miró como una suricata en toda dirección antes de hacer otro.
Avanzó hacia él y se inclinó para decirle algo al oído.
Su parte humana, sensible al tacto, se percató del delicioso perfume y la suave piel de la joven.
Si le decía algo inapropiado como una norteamericana de mente abierta, no sabría cómo reaccionar.
- Anna detesta este evento, por favor se amable. - Habló casi como susurrando. Aclaró la garganta.- Y odia los vestidos de gala...
Editado: 02.11.2022