Ezequiel
De aquel amor
De música ligera
Nada nos libra
Nada más queda.
Mierda.
Esa música de nuevo.
Esto no da para más, basta. Si esto es una broma, se termina acá.
Agarro mi teléfono y mira la hora. 10:02 am. La misma hora exacta que ayer, y antes de ayer. Y no sé si más tiempo.
Salgo de la cama de golpe, los nervios crispados, y arranco hacia el living hecho una furia para encontrarme a mi hermano saltando y bailando en el sillón. Lo quiero cagar a piñas.
No sé qué estaba pensando para aceptar vivir juntos.
— ¡Mariano! —grito para hacerme oír sobre la música; no me responde—. ¡Mariano! —insisto, cada vez más estúpidamente furioso. Siempre responde después de dos llamados. O al menos estos días de locura.
— ¿Qué pasa hermanito? —Contesta con una sonrisita— ¿Te desperté?— Revolea una almohada que esquivo con facilidad.
— ¿Y a vos que te parece, pelotudo? —digo— estoy harto de esta mierda.
Frunce el ceño por un segundo, como sorprendido, aunque sin dejar de sonreír en ningún momento. Se me eriza la piel.
— ¿Te levantaste de mal humor? ¿Por qué no descansas un rato así te levantas de nuevo? —Bromea, apegado al libreto.
No lo voy a cagar a piñas todavía. Le voy a dar la chance de que diga que es una broma, y ahí sí lo voy a golpear.
—Chúpala. —le doy la espalda y voy a la cocina a hacerme mate. Necesito despabilarme.
Porque todo esto es una broma, ¿no? Una muy sofisticada. Seguro que algún amigo lo está ayudando... No me acuerdo el nombre de ninguno en este momento.
Sería demasiado trabajo para una persona sola.
La televisión y la radio afirmando que es sábado 23 de enero del 2021 todos los días. Que no haya internet o datos. Que nadie durante días se acerque a casa a preguntar si está todo bien. Que no encuentre ninguna llave para poder salir. Que a pesar de que nadie salga de la casa, la heladera y alacena estén todos los días llenas con las mismas cosas. Muy probablemente alguien se lo alcanza por la ventana, o mientras duermo. O tenga cosas escondidas. No sé…
Estoy harto ya de comer milanesas de carne porque no hay otra cosa, porque el jodido lunes que nunca llega íbamos a ir a comprar al mayorista.
Tomo un mate, apoyando la cabeza en mi mano, ¿y si no es una broma?
Niego con la cabeza. Es estúpido pensarlo.
¿Y nuestros padres? ¿Son cómplices de esto?
¿Por qué no recuerdo sus nombres? ¿Por qué cuanto más me esfuerzo en recordar algo más lo olvido?
¿Por qué no me di cuenta antes? Es algo obvio, vivir siempre el mismo día, como para pasarlo por alto.
Mi respiración se agita, siento un sudor frío correr por mi frente. Debe ser por el estrés que me está haciendo vivir este forro. El estrés te hace olvidar cosas.
Echo una mirada hacia la puerta y me acerco a la mesada con el mate en la mano. No sé por qué, pero agarro la cuchilla y la escondo en la cintura del pantalón.
Ojalá todo sea solo una broma pesada y nada más.
🌑🌑🌑
Valeria
BOOM.
Suspiro, resignada.
— ¿Qué pasó? —Grita Isabel desde algún lugar indeterminado de la casa.
Me siento en la cama, restregándome los ojos y busco la hora en el celular: sábado 13 de enero de 2035.
Acá vamos de nuevo.
— ¡Se me cayó la escoba! —Responde mi otra compañera de cuarto desde la cocina.
Ninguna de las dos nota lo que está sucediendo; que todos los días son igual al anterior. Que estamos estancadas, o al menos ellas lo están, en una especia de día de la marmota. Parecen robots, o autómatas condenadas a hacer siempre lo mismo.
Y no me animo enfrentarlas. Tengo miedo de ellas, como si no las conociera.
Por eso creo que es mejor irme “silbando bajito”, conseguir ayuda... ¿La habrá?
Armo mi bolso y lo dejó escondido bajo la cama. Después del almuerzo me voy. Mientras tanto, a seguir con la farsa.
Ya traté sutilmente de avivarlas, de que reaccionen, y nada. Hasta pareciera que se ponen hostiles cuando lo intento.
Unas horitas más y ya está.
Isabel y Martina están tomando mate y riéndose cuando entro en la cocina. ¿Seguirán también el mismo libreto en mi ausencia? ¿O solo pretenden frente a mí?
¿Qué es lo que está pasando acá?
—Buenas, ¿te caíste de la cama? —Bromea Isabel, y Martina se sonroja. Hasta eso logran repetir.
—Perdón si te desperté, me llevé puesta la escoba. —Se disculpa. Lo peor es esto, que se ven honestas, no como si estuvieran fingiendo. Y, a la vez, se siente incorrecto. Fuera de lugar. Más allá, obvio, de lo del eterno día.
Tengo ganas de llorar.
—No pasa nada —Me siento lo más alejada de ellas que puedo en la mesa redonda, con la puerta de la cocina a mis espaldas. Por si tengo que correr.
—Quiero mate — Pido, y ambas me miran con esa expresión rara de cuando falto a su rutina. Se supone que desayuno un té, pero no tengo ganas de preparármelo.
—¿Mate? —Pregunta Isabel, más ofuscada que en los últimos días.
¿Puede ser que se esté despertando? No quiero ilusionarme en vano.
—Sí, mate. — Respondo mirándola fijo a los ojos, intentando encontrar una señal de vida.
Se mira las manos, me ceba el mate y me lo alcanza en silencio. Casi sin parpadear, casi dándome esperanzas.
Quizás me vaya antes del mediodía.
Tras un breve momento, ambas se recomponen, siguen charlando como si nada. Intervengo lo mínimo posible, no queriendo llamar la atención, pero sin ganas de fingir demasiado. Aun así, siento que cada tanto me miran extrañadas, como si fuera extranjera.
—Voy a calentar más agua —Dice repentinamente Martina— No había tanto el termo como para 3.
Eso es nuevo. Siento el impulso de correr, aunque es absurdo, debería alegrarme. ¿Puede ser que no deba irme? ¿Que estén despertando?