Después de Diciembre

Capítulo 26

Esta nota es solo es para recordar que este es el último capítulo, pero no olvidéis que todavía queda el epílogo. 

—Ni de coña. 
—Pero... 
—Jack. En serio. No. 
—Eres una aburrida. 
Miré mejor las sábanas que me estaba enseñando. Tenían el dibujo de no 
sé qué película de Tarantino. Una muy sangrienta, eso seguro, porque era lo 
único que podía ver en ellas a parte de una maldita espada rara.  
Negué con la cabeza. 
—No voy a dormir con eso encima. 
—Siempre puedes dormir con esto —se señaló— encima. 
—Lo que tú quieras, pero te recuerdo que hemos llegado al acuerdo de 
que, si algo no nos gusta a ambos, no lo compramos. 
—¿Qué tienen de malo? —protestó. 
—¿A parte de todo? 
Suspiró pesadamente. 
—El compromiso te está relajando, Mushu. Solías ser más aventurera. 
—¿Puedo aportar algo a la conversación? —preguntó Mike alegremente. 
Los dos nos detuvimos en medio del pasillo de la tienda de muebles y lo 
miramos. 
—¿Ya has vuelto? —Jack no ocultó muy bien su mala cara. 
—Es que ya me he terminado el helado —Mike se encogió de hombros.

Sí, habíamos descubierto que la mejor forma de librarnos de Mike 
cuando queríamos comprar algo era darle dinero y que fuera a comerse un 
helado. 
¿Te das cuenta de que es vuestro hijo malcriado? 
—¿Y tienes que estar aquí? —le preguntó Jack. 
—¿Se te ocurre algo mejor? 
Jack suspiró y Mike esbozó una sonrisita de triunfo cuando le volvió a 
dar dinero. 
—No más helados —le advertí. 
—¿Qué? —frunció el ceño—. ¿Y qué hago? 
—Algo se te ocurrirá —Jack lo apartó para seguir andando. 
Vi que volvía a salir de la tienda contando el dinero que le había dado su 
hermano y sacudí la cabeza. Volví a engancharme del brazo de Jack, que 
estaba tan animado como de costumbre con eso de ir de compras. Él apartó 
la mirada disimuladamente cuando un grupo se quedó mirándolo y se 
apresuró a meterse en otro pasillo. 
—Nunca creí que me encontraría a mí mismo comprando sábanas — 
murmuró de mala gana. 
—No son solo sábanas —recalqué. 
—Oh, sí. También hemos comprado un sofá. Qué ilusión. 
—Te recuerdo que lo de cambiar los muebles fue idea tuya —enarqué 
una ceja. 
—Pero era joven e inocente. No pensaba en las consecuencias. 
—Jack, han pasado unos días. 
—El tiempo es relativo. 
Al final, estuvimos dando vueltas por una hora más hasta que tuvimos lo 
que necesitábamos. El pobre Jack ya estaba amargado cuando salimos de la 
tienda y vimos que Mike esperaba pacientemente apoyado en el coche. Tenía 
una bolsa llena de golosinas en las manos. Puse los ojos en blanco cuando 
discutieron porque no quiso dejar que su hermano comiera ninguna.  
Corrijo: son tus dos hijos malcriados. 
Finalmente, los dos se subieron al coche. Jack no había conseguido 
comer y tenía el ceño fruncido.

Se frunció todavía más cuando Mike sostuvo la bolsa al lado de mi 
cabeza, sonriéndome. 
—Para ti sí que hay, cuñadita. 
Intenté no sonreír cuando vi que Jack lo miraba como si quisiera matarlo. 
Por suerte, no hubo más discusiones de camino a casa. Naya, Will, Jane y 
Sue estaban sentados en los sofás y los sillones. Jane sonrió ampliamente al 
ver a Mike, que puso una mueca de horror cuando se puso a perseguirlo 
gateando mientras él la rehuía. 
—¿Por qué me persigue? —protestó. 
—Mira, Mike, las atraes incluso cuando son pequeñas —bromeó Naya. 
—Es que todavía no tiene criterio —Sue le sonrió dulcemente. 
Mike soltó un chillido cuando Jane le enganchó el tobillo de malas 
maneras. 
—¡Will, controla a tu hija! 
Mike consiguió saltar a la niña y llegó al sillón. Jane puso un puchero y 
fue a por su siguiente objetivo: Jack. Él la levantó con un brazo y ella se 
abrazó a su cuello con una feliz sonrisita. 
Mal gusto no tiene. 
No, la verdad es que no. 
Me dejé caer al sofá suspirando pesadamente. 
—¿Qué tal los preparativos para vuestra nueva casa? —preguntó Naya 
alegremente—. ¿Ya podemos ir a verla? 
—Podéis ir, pero todavía tienen que traer algunos muebles —dije—. 
Qué raro se me hace tener esta conversación. Es como... muy de adultos. 
—Teóricamente somos adultos —murmuró Sue, encogiéndose de 
hombros. 
Naya puso la misma mueca de desagrado que yo. 
—Yo prefiero seguir considerándome joven adulta —recalcó ella. 
—Lo que quieras —Sue la miró—. Tienes una hija, un piso y un novio 
formal. Para mí, eres una adulta. 
—¡No soy una adulta! ¡Soy joven! 
—Sí, la verdad es que a mí también me pareces bastante adulta —Mike 
asintió con la cabeza. 
Naya se giró hacia Will, indignada.

—¡Haz que se callen! —exigió. 
Will suspiró cuando le dio un manotazo para que reaccionara. 
—¿Por qué siempre tengo que solucionar yo estas cosas? —protestó. 
—Porque eres el único racional del grupo —le sonreí. 
Él negó con la cabeza y se vio obligado a mirar a Sue y Mike. 
—¿Queréis pagar vuestra comida? —enarcó una ceja. 
—Yo pago la mía —dijo Sue. 
—Yo no —Mike sonrió ampliamente—. Perdonadme, queridos caseros 
provisionales. No pretendía ofenderos. Naya es joven y yo estúpido. 
—Gracias —Naya sonrió ampliamente y se abrazó a Will, que puso los 
ojos en blanco. 
Aunque, de repente, él me miró. 
—Ahora que lo pienso... ¿qué haréis con él? 
—¿Por qué lo preguntas como si no estuviera? —se enfurruñó Mike. 
Miré a Jack. Él estaba ocupado poniéndole caras a Jane y haciendo que 
se riera, así que supuse que ni siquiera estaba escuchando. 
—Va a vivir provisionalmente —remarqué la palabra— en nuestra casa 
de invitados. Sin molestarnos. 
—Y gratis —Mike sonrió ampliamente—. Para que luego papá diga que 
no sé ganarme la vida. 
—Sí, porque lo de ganar tu propio dinero y tener tu propia vida está 
descartado, ¿no? —Sue le enarcó una ceja. 
Él lo pensó un momento antes de sonreírle seductoramente. 
—¿Quieres venirte a vivir conmigo, Susie? Tengo una cama doble que 
será muy ancha para mí solito. 
Ella suspiró y puso los ojos en blanco. 
—Preferiría dormir en el suelo de una gasolinera, la verdad. 
—Me rompes el alma. 
—Tú no tienes de eso. 
Mike le puso mala cara. 
—Además —Sue volvió a mirar su móvil tranquilamente—, yo ya tengo 
otro piso al que ir. 
Por un momento, la frase quedó flotando en el aire. Todos nos giramos 
hacia ella, que no se dio cuenta hasta que pasaron unos segundos.




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