—Ellen.
Llamé la atención de mi hermana cuando me di cuenta de que no
me escuchaba. Aparqué la camioneta hacia el lado derecho de la
calle y solté un suspiro cansado de que siguiera con esa actitud. Tan
ida y desorientada.
—Ellen— repetí, viéndome con la necesidad de llevar mi mano
hasta su cara para obligarla a mirarme, ella dio un pequeño salto al
sentir mi tacto, pero al verme, se tranquilizó—. ¿Te encuentras bien?
Sabía que no debía preguntarle eso. Ella no estaba del todo bien,
sin embargo, cada que lanzaba esa pregunta esperaba que hubiese
una respuesta positiva, una que al menos me hiciera sentir que
Ellen dejaba de sufrir por todo lo que pasó y yo nunca hice nada en
ese transcurso por el simple hecho de creer que ella podía
mantenerse de pie y ver por sí sola.
Estaba equivocado.
Ellen siempre había sido una niña tan frágil que era capaz de llorar
con tan sólo su helado se cayera hacia el suelo, fue una chiquilla tan
consentida, tan protegida por nuestro padre y encerrada en una
burbuja en donde nadie podía tocar a su pequeña. Ella había sido la
más afectada tras la muerte de nuestro padre y al sentir la
indiferencia de nuestra madre, el castillo de hadas que alguna vez
ellos le construyeron; se había roto.
—Ahora estoy bien— murmuró regalándome una pequeña sonrisa
—. Tranquilo, Harry. Me siento mejor que otra veces, sólo necesito
dormir. Quiero dormir.
—De acuerdo. Iremos al departamento, ¿quieres algo de comer? —
cuestioné y ella asintió—. ¿Quieres que compre un platillo en algún
restaurante o te lo preparo yo?
—Mejor compra un platillo— indicó con una risilla.
—Gran indirecta para decir que cocino del asco— indiqué con un
toque burlón—. ¡Santo Dios!
Encendí nuevamente el motor de la camioneta y, con cuidado, me
metí al carril.
—¡No, bobo!— ella gritó riendo, bajó el aire acondicionado y colocó
una canción—. Es sólo que has de estar cansado y no quiero
meterte en trabajo. A parte, tiene que no como pasta, quiero pasta.
—No estoy cansado— admití, dándole una mirada rápida—. Así que
yo mismo te haré la pasta, vamos a probar la nueva salsa.
—¿Aquella que sólo compraste porque te llamó la atención el
diseño?— demandó con burla—. Eso se llama despilfarrar dinero,
Ed.
—No, error, se llama probar nuevas cosas — corregí sonriendo.
Me sentí bien al verla reír y tener una conversación algo larga con
ella. Sus monosílabos desaparecían poco a poco. Bonnie había
dicho que eso pasaría, pero tenía que tenerle mucha paciencia, ya
que era una adolescente que había sido violentada y había sufrido
traumas entre períodos muy cortos. Muchas situaciones para ella.
A sus dieciocho años había conocido a un chico llamado Mateo, el
cual era dos años mayor que ella. Ellen nunca me había dicho nada
acerca de él. La relación de ellos al inicio era algo normal como
todas las demás, pero mi hermana tenía un estado emocional en el
cual se podía volver dependiente de alguien, si su cordura no era la
mejor y llegaba un persona, esta podía manejarla a su antojo, eso
fue lo que Mateo hizo con Ellen. La amoldó como él quiso y ella, sin
darse cuenta, se volvió dependiente.
La usó, la humilló y se burló.
Fueron dos veces que ella acabó en el hospital, la primera fue un
ataque de ansiedad causada por Mateo, el resultado fue que Ellen
llegó toda rasguñada y lastimada de la piel al hospital, la segunda
fue por sobredosis de cocaína. Ambos inhalaban en el
departamento de él. Sin contar las veces que ella mantuvo
relaciones sexuales sin estar consciente.
Actualmente, nos encontrábamos en proceso de demanda, sólo
faltaba la cita del juicio para saber los resultados, aunque estaba
seguro que ganaríamos, teníamos pruebas congruentes y
comprobadas, análisis clínicos y testigos a nuestro favor. Juraba por
la memoria de mis padres que habría justicia ante esto.
—Llegamos— indiqué sacando las llaves de la camioneta.
—No me había dado cuenta— la chica respondió con ironía y reí
negando.
Bajé mi portafolio y mi saco del traje junto con mi corbata, Ellen
tomó su mochila para después coger su ramo de tulipanes que le
había comprado en el camino, una vez que ella cerró la puerta, metí
seguro y activé la alarma, camino hacia las puertas del edificio y
saludamos al vigilante.
—Te vas a bañar si quieres, por mientras haré la cena— mencioné,
adentrándonos al elevador y oprimir el botón del piso cinco—. Leeré
como demonios se usa esa salsa.
Ella carcajeó conmigo y negó. Las puertas del elevador se abrieron
y nos dirigimos a nuestro departamento. E-513. Le di las llaves para
que abriera y así lo hizo, dejé mis cosas sobre el sillón grande y tosí.
Me enfermaría.
Volví a toser.
Carajo.
—¡Me voy a bañar!— Ellen gritó.
—¡Bien! — devolví.
Sin cambiarme, me dirigí a la cocina para comenzar con la comida.
Arremangué las mangas de mi camisa blanca hasta la altura de mis
codos e inicié. Saqué todo lo necesario y leí el empaque de aquella
salsa, al parecer no era nada del otro mundo, ya había cocinado otras cosas, desde hace años me había vuelto independiente y
entre todo eso, tenía que hacer mi propia comida, así que esto sería
más sencillo de lo que pensaba.
Comencé a sacar las cosas de su envoltorio, corté verduras, rallé
queso, herví agua y también me golpeé el dedo meñique de la mano
derecha con la olla, pero al final, veinte minutos después, todo había
quedado como esperaba.
Ellen se acercó con el cabello húmedo y aspiró sonriente.
—Dios, Harry, ¿qué haces de abogado cuando puedes ser todo un
chef profesional?— se burló.
—Comienzas a irritar— amenacé apuntándola con el dedo índice y
ella me sacó la lengua—. Te voy a servir.
—Descuida, yo lo hago— se acercó y me empujó con su cadera —.
Mejor ve a cambiarte, te manchaste de salsa de tomate la camisa.
Asentí y pasé detrás de ella, tomé mis cosas del sillón y me
encaminé a mi habitación. Tiré todo sobre la cama y divisé mi
celular, una pequeña necesidad de saber sobre Hasley me invadió.
No negaba que ella me agradaba. Demasiado para ser honestos.
Medité varias veces antes de coger mi celular, ir hasta su contacto y
llamarle.
—¿Bueno?— su medulosa voz contestó. Se oía demasiado ruido.
—Hasley— mencioné—. ¿Dónde estás? Se escucha mucho ruido.
—Salí con Neisan al Club Obsidiana — murmuró, a pesar de que
tropezara las palabras con su lengua, podía entenderle aún —,
¿ocurre algo?
—Entiendo— asentí y luego comprendí que ella no me miraba —.
Es que acabo de llegar, creí que estabas en tu casa— reí ante ello
—, pero me alegra tanto de que hayas salido, espero te diviertas.