Habíamos aterrizado hace algunas horas.
Vinieron a recogernos dos hombres grandes que me resultaron intimidantes, no por sus tamaños, si no, por las grandes cicatrices que poseen en sus rostros, me podía imaginar un poco la razón de ellas. Con Gabriel no hablamos mucho después de aquella confesión, y tampoco es como si quiera hacerlo, aunque...
— ¿Qué país es este?
—Canadá —respondió sin mirarme.
—No se hablar inglés —mentí, con lo primero que se me vino a la mente.
—Sabes tres idioma aparte del español Emma —me miró, y un gruñido salió de él, era como un perro rabioso—. Deja de mentir, odio las mentiras.
—Y yo odio todo esto, que me hayas alejado de mi país, de mi familia, de mi padre —susurré lo último, sintiendo una opresión en mi pecho.
—Te acostumbraras —indicó frio.
—Ahora que te hice para que me trates de esta forma.
—Te trato como trato a todo el mundo.
Se supone que soy su Luna, ¿No?
—Ok.
Me concentre en mirar por la ventana, y me sorprendió que todo fuera vegetación — ¿a dónde íbamos?— ya habíamos pasado la ciudad, y nos estábamos adentramos a lo que sería el bosque.
¿Acaso vivía en una madriguera? ¿Podría yo vivir en ella?
El resto del viaje me la pasé pensado en como mí vida había cambiado de un momento a otro. Estaría en un lugar donde no conozco a nadie y me generaba cierta ansiedad. Siempre fui poco sociable, mi grupo de amigos se limitaban a dos personas. Nunca los chicos de mi escuela se me acercaban, jamás tuve un novio, llegue al punto donde pensaba que era fea, que tenía algo distinto a las demás chicas el cual a nadie le agradaba, pero soy linda, hermosa, bueno eso siempre me decían mis amigos y familia.
—Llegamos Alpha— Anunció uno de esos grandulones.
Veo como pasamos dos grandes portones de ocho metros de largo —creo yo— custodiados por tres hombres iguales de grandes que los dos hombres que se encuentran con nosotros, pero estos si son guapos...—demasiados guapos—. Escuché un gruñido un tanto aterrador por parte de Gabriel, así que volteé a verlo.
— ¿Qué? —pregunté, al ver cómo me fulminaba con la mirada.
—Nada —respondió entre dientes. Resoplé cansada de esta situación y dirigí mi vista de nuevo a la ventana.
Me sorprendí al ver grandes casas, centros comerciales, almacenes y heladerías. Esto es una especie de pueblo moderno, todo es hermoso. Parejas caminando y profesando su amor, niños jugando, embarazadas, me encanta todo.
—Te gusta — preguntó Gabriel, pero fue más una afirmación que una pregunta.
Asentí embelesada, demasiado hermoso.
—Es muy hermoso —volteé a mirarlo, percatándome de un brillo que hacia resaltar aún más sus ojos.
—Mañana podrás conocer la manada —estaba por sonreír, pero de nuevo la reprimió apretando sus labios—. Yo seré tu guía.
Asentí, dirigiendo de nuevo mi mirada a la ventana para así deleitarme con todo lo hermoso que este pueblo poseía, por fin algo bueno de todo esto. Continuamos por varios minutos hasta que el auto se detuvo frente una gran mansión de tres niveles.
— ¿Tu casa? —pregunté mirándolo.
—Nuestra Emma —agarró mi mano para darle un apretón. Salió del auto junto conmigo. Nuestras manos aun unidas—. Todo lo que tengo es tuyo, ¿te gusta?
—Es muy grande. Me gusta —sonreí, soltando sutilmente su mano de la mía—. Pero eso no quiere decir que quiera estar aquí Gabriel, en la primera oportunidad me devuelvo a España.
Su mirada y sus ojos cambiaron radicalmente. Ahora estaba furioso, muy furioso, y sus ojos tenían dos colores. Ambos tenían el control.
—Tu lugar está aquí conmigo Emma, y no volverás jamás a tu país —me ericé al escucharlo. Su voz fue demandante, autoritaria y dura—. No me hagas tomar medidas extremas.
— ¡Tu no me mandas! —grité lo más fuerte que pude.
—Oh cariño, tu eres mía, toda mía, por ello puedo mandar sobre ti —respondió arrogante—. Y ahora exijo respeto, además de ser tu pareja, ¡soy tu Alpha! —su voz salió distorsionada y espeluznante, causándome mucho temor. Se percató de ello, arrepintiéndose al instante, sus ojos volvieron a la normalidad, grises—. Emma.
Intentó acercarse pero no lo permití.
—No —Dije firme, aunque por dentro estaba muerta del miedo—. No te acerques.
—Lo siento —tiró de su cabello mientras susurraba un par de insultos—. Nosotros nunca te haríamos daño, no tienes por qué temer. Pero tienes que acostumbrarte esa es mi voz de Alpha y la uso muy seguido.
—Estoy muy cansada —susurré. No quería discutir, gastaba mucha energía en ello, y era lo que menos tenia.
—Ven, te llevare a nuestra habitación —me extendió su mano.
—Mi habitación, porque no dormiré contigo —pasé de largo dejándolo atrás.
Cuando llegué a la puerta no hubo necesidad de tocar, esta fue abierta de inmediato por una señora que no pasaría los cuarenta.
—Luna —hizo una especie de reverencia, lo que me dejo confundida—. No sabe cuánto deseamos para que llegara este día.
—Solo Emma por favor —pedí cortésmente, ella asintió con una sonrisa en sus labios—. Necesito saber dónde se encuentra mi habitación, me harías el favor de llevarme a ella.
—Claro que sí Luna —rodeé los ojos al escucharla. Antes de caminar giré a ver a Gabriel pero este no se encontraba.
—Se fue — volteé a verla—. El beta lo necesitaba para infórmale algunos problemas que sucedieron en su ausencia. Sígame Luna.
—Solo Emma —suspiré—. ¿Cómo te llamas?
—Gloria Lu.. Emma —Sonreí, por fin.
Caminamos un par de minutos en silencio hasta que gloria volvió hablar.
— ¿Cómo se siente? La noto triste.
—Lo estoy —confesé—. No quería venir aquí, no quiero estar aquí.
—Se acostumbrara, el nino Gabriel es un buen hombre —se detuvo e hice lo mismo—. No sabes lo emocionado que se encontraba cuando llego el día de ir por ti, por nuestra luna. Estuvo anhelando ese momento por años Emma