Hace un año que tomé la decisión de empezar de cero y aquí me encontraba ahora. Nada era igual que entonces y no sabía si era bueno o malo. Me marché con el dinero que había guardado, era suficiente para vivir una temporada sin preocuparme. Antes de dejar mi casa, donde vivía con mis padres les dejé una nota:
“Me marcho, no sé cuándo volveré. Tenía que alejarme, estaré bien. No os preocupéis demasiado, aunque dudo si quiera que veáis esta nota”
Artemisa
De vez en cuando mando alguna nota a mi familia, pero dudo que tengan interés en saber cómo estoy.
Al dejar la casa me marché lejos para que no pudieran encontrarme, cuando llegué estaba asustada y pensaba que había sido mala idea marcharme, pero tenía que ser fuerte, no podía volver, ya no.
Cuando llegué me alojé unos días en un motel, hasta que encontrara dónde vivir y un trabajo.
Un día iba de camino al motel y me encontré con un hombre alto con el pelo oscuro, al igual que sus ojos, tenía arrugas en la cara y se acercaría a los cuarenta años.
-¿Perdone, sabe dónde puedo encontrar un trabajo? -en su mirada pude apreciar un brillo, pero en seguida desapareció. Qué raro pensé.
-Tiene suerte señorita, yo estoy buscando a alguien que quiera trabajar para mí.
Resulta que ese hombre se llama Ángel y me acogió como si fuera su propia hija. Me dejó quedarme en su casa a cambio de ocuparme de la limpieza y la comida –me pareció sospechoso, pero pensé que era el momento de ignorar la voz en mi cabeza que me decía que era peligroso- y yo acepté.
Ángel tiene un taller y parece que le va bien porque tiene una casa enorme con jardín –ahora comprendo por qué necesita ayuda-
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Editado: 28.11.2018