Querido tú,
Han transcurrido aproximadamente dos semanas desde que tuvimos la discusión por yo haber indagado sobre tu pasado, a pesar de que hemos seguido hablando. Tú ahora me evitas, y no me lo vas a negar, Carlos; siempre que nos topamos por casualidad en la Universidad, te saludo con mis típicos "hola", bastante animada, y me devuelves el saludo simplemente con la mano para después irte corriendo a quién-sabe-dónde. Es como si ya no fueses capaz de mirarme a la cara.
Me duele que estemos así.
Te he extrañado un montón estos días, los cuales han sido un completo infierno... ¡¡Ya no hablamos como antes y eso también me duele!! He llorado como una niña todas las noches, no tienes idea de cuánto... y todo porque te extraño, más que a nadie en esta vida. Me haces mucha falta. Te necesito aquí conmigo.
Vuelve, por favor.
Ya no consigo conciliar el sueño. Sufro de múltiples insomnios, mis pensamientos sobre ti siempre me atormentan. Me duele el corazón. (Aunque sé que realmente ese no es el órgano de mi cuerpo que está herido).
Ay Carlos, ya no sé qué hacer.
Estamos verdaderamente mal, tanto tú como yo estamos destrozados; y eso lo sé porque el fin de semana me tocó cuidar a Oliver (el hermanito de tu mejor amigo) y, cuando ya era hora de irme, Francis me pidió un poco de mi tiempo para hablar de ti, nuestro noviazgo y nuestra situación actual.
No le culpes, está preocupado por ti, y yo también...
¿Por qué no volvemos a ser los de antes?
¿Por qué nos seguimos haciendo daño?