Etsian
Después de haber descansado lo suficiente, me preparé para encontrar a Vera, esperando enfrentarme al mismo humor desagradable que había mostrado durante el viaje. Sin embargo, para mi sorpresa, la encontré cómodamente sentada en el jardín de invierno, rodeada del séquito que mi madre había seleccionado para ella. Las seis mujeres reían divertidas, y decidí esperar un momento antes de hacerme notar.
Escuché con curiosidad cómo Vera relataba con gracia anécdotas de nuestra infancia, incluyendo sus intentos de perseguirme cuando éramos niños. ¿Sería posible que en verdad hubiera superado esa etapa? Me acerqué lentamente, observando su expresión radiante mientras saltaba de su asiento para recibirme, aun sonriendo.
— Querido, qué bueno verte. — ¿Querido?— ¿Ya has retornado a tus obligaciones?
Sus brazos se deslizaron por mi torso hasta enredarse en mi cuello, dejando que su cuerpo delgado se apretara contra el mío.
— Aún no — murmuré con confusión.
El séquito de Vera se dispersó dejándonos solos.
— No necesitas fingir — le dije apartándola un poco.
— ¿Fingir?
— Sí, ¿qué es eso de "querido"? — La confronté, pero sosteniendo aún su cuerpo contra el mío y entonces ella se alejó.
—¿Quién te entiende? Si me niego, es porque me niego, y si te acepto, ¿es que finjo? Se supone que nos casaremos, no sé qué quieres de mí.
Al apartarse y quedar de pie frente a mí, tuve la oportunidad de observarla detenidamente. Vestía uno de los vestidos que había escogido para ella, y debo admitir que se veía absolutamente hermosa. Su cabello de fuego estaba peinado con elegancia, siguiendo la usanza de nuestras mujeres. Quedé completamente pasmado, incapaz de articular una respuesta mientras admiraba su belleza.
— Responde Etsian, qué es lo que quieres de mí.
— Quiero que seas como eres, no pretendo que finjas estar feliz con este compromiso, porque sé bien que no lo estás, simplemente intentemos llevarnos bien estos dos meses.
— Si realmente quisieras eso no me pondrías un tiempo, me darías la oportunidad de conocerte y sentirme a gusto contigo, pero es evidente que no es eso lo que quieres.
— ¿Por qué dices eso?
— Has escogido mi propia ropa, me has puesto en una habitación junto a la tuya, has complotado con mi padre para obligarme a tomar una decisión que no quería tomar ahora... y...
— Las cosas no son así, si escogí ropa para ti fue para que te sientas agasajada, la habitación te la dio mi madre y no he complotado con tu papá, tú misma me aceptaste y quisiste retractarte.
— Y podrías haber aceptado mi negativa, pero no pudiste evitar la tentación de obligarme a cumplir tu voluntad. Y ahora que intento hacer el papel que me has asignado, ¿te molesta?
— Tergiversas los hechos...
— ¿En serio?
— Sí.
— Dame más tiempo.
— No.
— ¿Lo ves?
— ¿Veo qué?
Ella comenzó a mecerse de un lado a otro frente a mí, con los brazos cruzados; parecía un animal enjaulado.
— Lo único que te interesa es demostrar que tienes poder sobre mí, hacer tu voluntad, pero lo que yo quiera no te importa para nada.
— ¿Y qué es lo que quieres, Vera? — Pregunté en tono cansado. — Siempre has sabido que nos casaríamos, dime ahora, ¿por qué te molesta tanto esto?
— Eso de que siempre he sabido, es una falacia — dijo señalándome con el dedo. — De niña, solía estar embelesada por ti, pero me hiciste notar prontamente que jamás te fijarías en alguien como yo, ¿lo recuerdas?
— ¿Todavía me recriminarás eso? Pasó hace siglos y somos adultos ahora.
— No te estoy recriminando nada, quiero que entiendas, que yo no soy aquella niña, y entendí que tenías razón. Ahora no tengo aquellos sentimientos infantiles, y requiero de tiempo para adaptarme a la idea y conocerte.
— Ya me conoces, Vera — dije tajante.
— No, no te conozco, ni tú a mí, hace centenios que no compartimos nada. Solo puedo ver en ti a un hombre pagado de sí mismo que se cree con derecho a pasar por encima de la voluntad ajena. Y tú, no ves en mí nada más que a una mujer hermosa, pero no sabes quién soy realmente.
— Sé que eres una testaruda arrogante a la cual le gusta pasearse en las fiestas de brazo en brazo.
— Con lo que dices solo me das la razón.
— Dime, Vera, si has superado aquello de nuestra infancia, ¿por qué me has evitado tanto?
— Me humillaste públicamente, no una, sino varias veces, ¿por qué querría compartir algo contigo?
— No sé, ¿tal vez porque ya no eres una niña y no necesitas comportarte como tal?
— No me porto como una niña, simplemente solicito respeto y un tiempo prudencial para saber con quién me casaré realmente.
— Te he dado dos meses.
— Dos meses no es nada, pasan en un suspiro.
— No somos dos extraños.
— Para mí es como si lo fueras.
— Teníamos un acuerdo de no discutir si mal no recuerdo — dije mesando mi cabello de forma nerviosa ya sin saber qué contestar.
— Yo no comencé la discusión, tú no quisiste aceptar mi buena voluntad.
— Ahora es mi culpa, que te dirigieras a mí de esa manera tan hipócrita.
— ¿Disculpen? — Interrumpió mi madre. Hasta este momento no nos habíamos dado cuenta de que nuestras voces se habían elevado y seguramente muchos habían sido espectadores de nuestra discusión.