Se mantienen abrazados hasta que un carraspeo los obliga a abrir los ojos, sin soltarse voltean y ven a sus amigos observando la escena con escepticismo. La vergüenza los hace separarse aunque ambos anhelan los brazos del otro.
Tratando de aparentar normalidad, Evan sonríe pero evita la mirada de Erick.
—¿Y tú quién eres? —pregunta la pelirroja con una ceja enarcada.
Diane suelta una maldición por lo bajo y con las mejillas rojas los presenta.
—Alexa, él es Evan.
Se estrechan las manos.
—Ya que nadie me tiene en cuenta me presento solo —dice un hombre rubio—. Soy Erick, amigo de Evan.
Los cuatro en silencio se estudian con la mirada pero cuando Diane y Evan cruzan mirada no pueden apartar los ojos. Sin poder evitarlo se van acercando hasta quedar brazo con brazo.
Los cuatro deciden sentarse en la misma mesa y platican trivialidades mientras comen, cuando llega la hora de regresar a la oficina Evan, inseguro, le da un beso en la mejilla a la castaña. Tiene las mejillas calientes y eso le provoca una sonrisa.
—¿Nos volveremos a ver? —susurra al oído de la chica.
—Si el destino así lo quiere, lo haremos.
—No debemos abusar de las casualidades.
A Diane se le escapa una risita que embelesa al pelinegro.
—Las casualidades no existen —le susurra como si de una confidencia se tratara.
—¿Cómo le llamas entonces a esto?
—Ya te dije: destino.
—Casualidad —replica con una sonrisa.
La castaña rueda los ojos tratando de ocultar la sonrisa que tira de sus labios.
—En el parque a las siete, ni un minuto más ni uno menos ¿entendido?
Con la mirada llena de alegría, Evan se marcha del restaurante con su amigo quien no puede evitar echarle una última mirada a la pelirroja.
—Es sexi —aprueba Alexa.
—¿Y eso a qué viene? —pregunta con fingido desinterés
Su amiga le lanza una mirada que dice ¿Ahora te haces la loca?
Toda la tarde Diane se maldice por no haberlo citado antes. No podía con los nervios, quería verlo ahora mismo y se asustaba de ella misma. Se la pasó poniéndose y quitándose ropa porque quería verse perfecta y ninguna prenda conseguía convencerla hasta que, rendida, opta por un corto vestido rojo con lunares blancos.
Con un nudo en el estómago, sale de su casa y camina hacia el parque.
Evan estaba sentado en el mismo banco de ayer por la noche desde una hora antes. Ella le dijo ni un minuto más ni uno menos pero no habló sobre horas así que no estaba incumpliendo su palabra.
¿Por qué no le pidió su número?
Ya casi era la hora. Más nervioso de lo que le hubiera gustado se pone de pie y camina de un lado otro, consiente de que todas las personas del lugar lo miran raro. Cansado decide sentarse y al levantar la vista, un vestido de lunares es lo primero que nota. Con una sonrisa divertida y a paso calmado la castaña se acerca a él.
Estaba nervioso igual que ella y eso la tranquilizó un poco. Iba muy guapo con su camisa azul de mangas y pantalones de vestir claros. Sonríe cuando la tiene enfrente y ella siente las dichosas mariposas en el estómago. Se sienta a su lado y mira enfrente para ocultar el sonrojo de sus mejillas.
—Hola, Diane. Te ves hermosa.
Su voz sale ronca y sensual, su cuerpo se estremece en respuesta. Aclarando la garganta decide enfrentar su mirada.
—Tú también estás muy guapo.
Evan sonríe por el cumplido y le parece adorable el rubor de sus mejillas, le dan ganas de besarlas hasta que el calor sea remplazado por uno diferente al de la vergüenza.
Pasan horas sentados en el parque, ríen y se cuentas todo sobre ellos. Parecen estar conectados, unidos por ese famoso hilo rojo, visible solo a los ojos del alma. Cuando sus piernas se tocan sin pretenderlo, sus cuerpos vibran.
Juntos son magia y la gente que los mira va creyendo en el amor.