Destino o Muerte.

Capítulo 3.

 

—Buenas noches—saludó con una voz tan profunda que me dio escalofríos.

Me quedé observando al señor intentando tal vez recordarlo de alguna parte pero en definitiva no lo conocía. Su cabello y barba un tanto grisácea no me resultaba familiar, pero sus ojos me inquietaban.

Intercaló su mirada entre mi madre, quien se había posicionado a mi lado, y en mí. A ella la miró por solo unos segundos y cuando su mirada recayó nuevamente en mí me observó tan fijamente que me dio la impresión de que se asombraba de verme.

—¿Me puede decir que necesita?—preguntó entonces mi padre, llamando la atención del hombre.

El hombre se adentró a la sala y cerró la puerta con la espalda.

—Me llamo Dietrich Dankworth—se presentó. Sacó una de sus manos del bolsillo de su saco y la tendió en dirección a mi padre.

Observé su mano y noté que llevaba un guante negro, lo que me pareció realmente extraño. Mi padre se quedó igual de extrañado y solo miró su mano tendida. Dudó antes de devolverle el gesto. Cuando lo hizo, el tal Dietrich sonrió y apartó su mano para llevarla a su torso, por debajo de su saco, que por cierto era de un color extraño. Era de color… ¿negro? No, no era negro, era un tono más opaco, un poco más claro tal vez. Definitivamente un color raro.

Nos quedamos expectantes mientras sacaba un sobre amarillo por debajo de su saco. Se lo tendió a mi padre y él lo agarró con una expresión de aparente confusión en su rostro.

—Vengo a llevarme a su hija—informó, mirándome.

Me quedé atónita.

Ni siquiera pude decir algo porque mi madre me hizo retroceder y se adelantó unos pasos.

—¿Esta es una maldita broma?—preguntó furiosa.

Claramente las palabras del hombre la habían tomado por sorpresa pero su manera de reaccionar me sorprendió. Nunca la había escuchado mencionar la palabra “maldita”, ni siquiera alguna palabra parecida. De verdad estaba molesta. Mi padre se quedó en silencio esperando una respuesta y yo solo me mantuve quieta, helada, incapaz de gesticular palabra.

—Tengo la custodia legal de Alessandra—dijo, mencionando mi nombre como si me conociera desde siempre—. En el sobre se encuentran los papeles que lo avalan.

¿Cómo conocía mi nombre? Intenté con más fuerzas pensar si lo conocía, recordar su rostro de alguna parte, por lo menos su nombre. Pero nada.

Mi papá abrió, o más bien rompió, el sobre y sacó el papel que había dentro. Lo leyó rápidamente y alzó la vista.

Cuando vi la preocupación en sus ojos entendí que el hombre tenía razón. Mi madre se acercó a papá para sacarle el papel de la mano y así leerlo con sus propios ojos. Yo seguía sin entender lo que pasaba.

—¿Qué pasa, mamá?—pregunté al ver como sus ojos se llenaban de lágrimas.

Ella se limitó a mirarme y no dijo nada. Busqué respuestas en papá pero él tampoco dijo nada. Simplemente volvió a fijar su atención en el hombre, que nos observaba con una expresión tan serena que comenzaba a molestarme.

—Esto tiene que ser una equivocación—habló mi padre. Su voz se tiñó de una mezcla de rabia, impotencia—. No llevará a mi hija a ninguna parte. No lo conocemos, usted no nos conoce.

—¡Está demente si piensa que irá con usted—gritó mamá.

Su grito fue bajo pero caló hasta en lo más profundo de mi sistema nervioso, como si hubiera gritado con un megáfono. Sentí punzadas en las sienes.

—Cómo pudieron observar, tengo papeles legales. No pueden hacer nada al respecto.

—Yo no iré a ninguna parte con usted—espeté. Mi paciencia se había colmado—. Ni siquiera lo conozco.

—Lamentablemente no puedes objetar.

Mamá se movió de su lugar y se encaminó rápidamente hacia la mesita que se encontraba a un lado del sofá para agarrar el teléfono.

—Voy a llamar a la policía si no se marcha en este mismo instante—amenazó.

—Solo hará perder el tiempo a los oficiales—dijo—. Le repito, tengo la custodia legal. Si quieren pueden hablar con un abogado, algún juez o con quien deseen.

Mamá miró desesperada a mi padre, pero el solo bajó la cabeza.

Tardé en comprender por qué mi padre se comportaba de esa forma pero al final lo hice. Él sabía que lo que decía el hombre era cierto. Mi padre había estudiado derecho por mucho años, y aunque no había recibido el título, conocía demasiado sobre leyes.

Sentí un increíble miedo cuando escuché el llanto de mi madre.

Me quedé observando al hombre intentando buscar algún indicio en su cara que me dejara en claro que todo aquello era una broma. Una malísima broma. Pero él solo se quedó mirándome, con el mismo semblante apasible que mantuvo todo el tiempo que estuvo ahí parado, apoyado por la puerta.

—Haré lo que sea—dije en hilo de voz, un nudo se había formado en mi garganta—, pero no quiero ir.

Ni siquiera entendía por qué un hombre desconocido querría llevarme, y mucho menos por qué tenía mi custodia legal. Pero si entendía, por la expresión de mis padres, que era cierto cuando decía que no podíamos hacer nada para detenerlo. Solo me quedaba suplicar, o seguir esperando a que todo fuera una broma y que las cámaras ocultas aparecieran.



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En el texto hay: armas, amor, mafia romance y misterio

Editado: 24.06.2020

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