─Las damas primero ─Kean sostuvo la puerta para que pudiera entrar y el suelo de madera crujió un poco bajo mis botines.
Estar en el departamento de Kean, era como estar en casa, siempre venía aquí cuando lo necesitaba; era mi refugio. Las paredes eran de un tono crema, altas, llenas de posters y retratos de bandas de rock. El viejo sillón negro, todo destartalado, que se negaba a cambiar, el suelo lleno de ropa sucia y restos de comida o papeles, gritaban: “¡Hombre soltero viviendo aquí!”.
Pero todo era al mismo tiempo tan familiar. Podría caminar con los ojos cerrados y sabría exactamente a dónde estaba dirigiéndome.
─Sabes, no creo que te mate limpiar un poco ─le dije, señalando el desorden.
Él sonrió.
─Bueno, considerando que tú pasas más tiempo aquí que yo, podrías ayudar.
Le mostré el dedo del medio.
─ ¿Estás faltándole el respeto a la autoridad? ─levantó una ceja.
Puse los ojos en blanco y él se mofó mientras me sentaba en el sillón, dejando las muletas a un lado.
Lo vi dirigiéndose a la cocina, buscando algo para beber.
Esta estaba hecha en tonos blanco y negro; era espaciosa y como el apartamento era de un solo ambiente, lo único que la separaba de la sala-comedor era un largo mesón negro que sorprendentemente estaba desocupado.
─ ¿Por qué estás tan irritada? ─preguntó mientras se sentaba a mi lado y me daba una lata de Coca Cola.
No había nadie que me conociera tanto como él, al menos lo referente a mi carácter. Quizás Lana estaba siempre alrededor de mí y, sí, después de todo este tiempo la consideraba mi amiga, pero Kean sabía exactamente como me sentía.
─ ¿Hice algo que te molestó? ─insistió.
─Al contrario, te agradezco por sacarme de ese apartamento.
Me miró a los ojos.
─ ¿Puedo preguntarte algo? ─su mano se posó sobre mi muslo.
─Sabes que sí.
─ ¿Por qué odias a Aidan? ─preguntó con cautela.
─No lo odio ─resoplé.
─Vamos, vi como lo tratabas, Felicity.
─ ¡No me llames así! ─le di un golpe en el brazo─. Tú más que nadie sabe que nadie debe saber quién soy realmente ─lo regañé.
─Lo sé ─frunció el ceño─. Y sabes, si quieres puedes pegarme más fuerte porque no dolió para nada ─soltó con sarcasmo mientras frotaba su brazo.
─Sigue provocándome y verás ─enarqué mis cejas.
─No es tan mala idea ─se mordió el labio inferior─. Incluso tengo unas esposas nuevas...
Lo fulminé con la mirada.
─Está bien, está bien ─levantó las manos en modo de rendición─. Pero hablo en serio, no encuentro una razón para que te caiga mal o lo que sea, menos cuando lo seguiste en primer lugar.
Puse mis manos sobre mi cara y gemí avergonzada.
─ ¿Por qué rayos tuve que contarte eso?
─Porque era la única manera de que tenga sentido el que hayas sido interceptada y no hayas podido defenderte.
─No me lo recuerdes ─hice una mueca─. Lo único bueno es que lograste meterlo tras las rejas.
─Ese no es el punto, Fe... ─levanté una ceja en modo de advertencia─. Eh, Barbara ─él se corrigió y sonreí.
─ ¿Y bien? ─me presionó.
─Está bien ─tomé una respiración profunda─. En primer lugar, no lo odio, solo no lo soporto ─le dije─. Pero eso no fue lo que pasó al principio ─bajé la mirada y mordí ligeramente mi labio inferior.
─ ¿Ah, no? ─preguntó con curiosidad─. Bueno, en realidad nunca me contaste por qué lo seguiste en primer lugar, así que... ─se encogió de hombros.
─No ─estuve de acuerdo y me acomodé en el sofá de tal manera que pudiera verlo directamente─. Mira, trataré de explicarte esto, pero si se lo dices a alguien lo negaré.
Quiso reírse ante mi determinación, pero en vez de eso asintió y yo comencé con mi pequeño relato.
─Estaba en la librería y me distraje por un chico que leía en una de las mesas porque, diablos, es tan raro ver a un chico leyendo, pero en realidad no fue solo eso. Hubo algo en él, que no sé, me sentí conectada a él como si lo conociera, ¿sabes? Y es estúpido porque nunca lo había visto en mi vida. Pero eso me dejó tan intrigada que la parte irracional de mí me hizo seguirlo para descubrir qué rayos tenía de especial.