Destinos Cruzados

Y EL UNIVERSO VOLVIO A CRUZARNOS

NIALK

Freno en seco frente a la casa de mamá, dejando que el rugido del motor retumbe unos segundos más antes de apagarlo. El garaje se abre con un pitido automático y conduzco la moto adentro. Coloco el casco sobre el asiento, resoplo y camino hacia la casa. Seguro mamá va a querer arrancarme la cabeza. No la culpo. Aunque si supiera todo lo que ha pasado hoy… probablemente me encerraría en el sótano hasta nuevo aviso.

Giro la manija de la puerta y entro. El aroma a cera y a flores frescas me recibe junto con el inconfundible ajetreo de la nana Amelia, que anda organizando el comedor como si fuera a llegar un embajador.

—¡Joven Nial! Su madre ha preguntado por usted todo el día —me dice en cuanto me ve, sin parar de colocar platos, cubiertos y servilletas—. La pobre Zoe casi se muere del susto al saber que salió en esa moto, ¡y en una ciudad que no conoce!

La miro, divertido.

—Mamá siempre exagera —respondo mientras estiro la mano y atrapo una manzana del frutero—. Estoy entero, nana. No me pasó nada —abro los brazos teatralmente.

La sonrisa traviesa apenas me dura dos segundos.

— ¡Por milagro de Dios que no te pasó nada, Nialk! —salta una voz familiar a mi espalda.

Casi me ahogo con la maldita manzana.

— ¿Cómo pudiste ser tan irresponsable? —reclama mi madre, cruzándose de brazos frente a mí, con el ceño fruncido y esa mirada implacable que conozco demasiado bien—. ¿En qué estabas pensando al salir sola a la ciudad, cuando ni siquiera la conoces bien? ¿Y si hubieras causado un accidente? ¿Y si hubieras atropellado a alguien por tu imprudencia? —sus ojos, grandes y severos, me observan como si acabara de cometer un crimen imperdonable.

—Estoy bien, mamá —respondo, conteniendo la risa que amenaza con escaparse como un resorte.

Aunque, pensándolo bien, lo de hoy estuvo lejos de ser normal. Pero eso, definitivamente, no es algo que mi madre deba saber.

La imagen de aquella chica de rizos indomables y ojos encendidos por la furia se instala en mi mente como un disparo directo al pecho. Su mirada, su voz cargada de enojo... incluso la forma en que se tambaleaba sobre esos ridículos tacones mientras intentaba domar un mechón rebelde, me pareció de una belleza inigualable.

Era absurdo, lo sé, pero había algo en ella que me desarmaba. Incluso cuando me miraba como si quisiera asesinarme, no podía evitar encontrarla adorable. Perfecta, en realidad. Toda ella lo era.

«La torpe más adorablemente terca que he conocido», pienso, sin quererlo, y me descubro sonriendo como idiota frente a mamá.

Aprieto la mandíbula.

—Te juro que no he atropellado a nadie —repito, con un tono más serio. Trato de convencer más a mamá.

—Más te vale, jovencito —me señala mamá, en modo general del ejército. Sé que está haciendo un esfuerzo sobrehumano para sonar seria.

—Sí, señora —respondo, golpeándome la frente en un saludo militar exagerado, y soltando una risita al ver cómo sus ojos brillan de ternura. Me acerco y le planto un beso en la frente, provocando que su expresión dura finalmente se rompa en una sonrisa dulce. Veo cómo a mamá se le forma una pequeña arruga en la frente mientras sonríe. Sin duda alguna, mi madre es muy hermosa. Entiendo perfectamente por qué papá dejó toda su vida en Escocia para no perderla.

La historia de amor de mis padres comenzó por un error de vuelo.

Papá, confundido, aterrizó en Los Ángeles en vez de llegar a Escocia. Furioso, fue a reclamar a la aerolínea, pero nadie entendía su idioma… hasta que mamá apareció. Ella, que había estudiado en Escocia, le tradujo a la recepcionista todas sus quejas... y también todas sus maldiciones. Desde ese instante, sus caminos se cruzaron. Luego papa pudo tomar su vuelo rumbo a Escocia, y allí empezó todo.

Papá, desde entonces, le enviaba cartas a mamá. Le mandaba flores, regalos... incluso un día le hizo llegar un trozo de hielo, diciéndole que era tan fría como el hielo escocés, porque jamás respondía a sus cartas. Cinco años pasaron así. Cinco largos años de silencios. Hasta que, harto de esperar, papá decidió dejarlo todo en Escocia y venir a conquistarla en persona.

La bombardeó con flores, poemas, serenatas improvisadas. Nada parecía romper el muro de hielo que mamá había levantado.

Así que papá hizo lo único que no había intentado:

Le escribió un libro.

Un libro entero, de más de cinco mil páginas, donde contaba su historia, sus sentimientos, sus sueños... y, sobre todo, la manera exacta en la que amaba a mamá.

Fue entonces —y solo entonces— cuando mamá cedió. Aun lo guarda para tomarlo como arma cuando papa se enoja y le lee sus promesas de amor. Y porque no debe pelearse, y así ambos ceden.

Sonrío solo de pensar en eso.

Esa es la historia de mis padres, y deseo tener algo similar algún día: un amor que valga cada palabra, cada error, cada locura. Alguien que me haga sentir que la vida cobra sentido con solo una sonrisa.

— ¿Qué voy a hacer contigo, Nial? —suspira, acariciándome la mejilla como cuando era niño.

—Ya te dije que estoy completo... y que no maté a nadie — vuelvo a repetirle bromeando, abriendo los brazos para demostrarle que sigo en una sola pieza.




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