Naturaleza virgen. El viento hacía susurrar a las hojas, el olor a hierba se mezclaba con el de la tierra húmeda, un río vivo que brotaba desde el vientre de la montaña y cuyas aguas claras, tan frías como dulces, cantaban al oído de todo aquel que le mirara correr.
Serenidad, quietud, paz.
Una roca amplia, plana, y lisa se alzaba por sobre todas las demás que custodiaban el afluente y se convertía en el rincón perfecto para meditar contemplando el silencioso paisaje...
A pocos kilómetros de su cabaña, era ese el lugar favorito de Akie.
Akie Zarina solía pasar largos ratos allí, a veces incluso sin pensar, tan solo con sus ojos perdidos en la enorme vastedad del bosque. Los árboles eran tan altos que parecían acariciar el cielo, y sobre la tierra, flores violetas le cubrían en toda su extensión. El ambiente entero tenía la extraordinaria cualidad de dar a sus invitados una sensación íntima, similar a la de estar enamorado.
Hija de un vampiro y una humana, Akie Zarina vivía en el corazón de aquel paraíso terrestre. Su madre había muerto hacía décadas al darla a luz y siendo todavía una mujer joven. Su padre, una criatura de corazón apacible, acababa de partir al mundo de los muertos tras una larga vida en la que se había dedicado a cuidar a su hija. Ella había alcanzado su madurez hacía mucho, mucho tiempo atrás.
Aquella tarde y en su lugar favorito, Akie pensaba en él.
En su lecho de muerte, mientras que su primogénita le ungía el cuerpo con yerbas trituradas, él le habló con su espíritu dividido entre la preocupación y la esperanza:
–Se dice que más allá de las montañas, al otro lado del mar, hay una región enteramente poblada por vampiros. Un monarca los apadrina, se dice que nada les falta y que se les brinda protección. Es mi deseo, Akie, que una vez que yo muera emprendas el viaje– Su manó demandó la de su hija –Prométeme que lo harás, que los buscarás.
–Papá...– le miró con compasión ante su idea necia.
–Promételo.
–Son sólo historias– contradijo con respeto y gentileza –¿Vampiros que actúan en beneficio de otros?
–Se deben a un rey– habló sobre esforzándose a la vez que negaba con la cabeza –Es una sociedad, le sirven a un líder que los ampara.
–¿Un rey? ¿Dices que los vampiros se someten?– hizo un gesto de negativa tan suave, que lució más bien dulce.
–Hija– le acarició la mejilla –No quiero que estés sola aquí...– luchó por acercarse a ella, incorporándose –Son muchos, imagina poder convivir con otros como tú.
–Ya he tenido experiencias con mis semejantes– replicó otra vez –Y es esa la exacta razón por la que sé que este es el mejor lugar dónde puedo estar.
–¿Y qué hay de Zahár?– su voz sonó afligida.
Y es que hacía unos años había nacido una nena, al igual que ella, fruto de su padre con otra mujer. Fiel a las costumbres de los antiguos, si la madre humana permanecía con vida, esta tendría derecho a disfrutar de sus hijos concebidos con un vampiro mientras que éstos conservaran su niñez. Siendo su hermana mayor, Akie Zarina la amaba, la visitaba constantemente y le ofrendaba regalos, pasaban mucho tiempo juntas aún cuando no pudieran convivir bajo el mismo techo.
–No abandonaría jamás estas tierras, Zahár puede terminar de crecer en ellas como yo lo hice, tenemos todo: sangre, comida, un techo, medicina, materiales para las armas, no necesitamos nada más.
–No...– negó con la cabeza, parecía querer llorar –Akie, sus vidas no serán lo mismo sin mí. Eres fuerte y muy valiente. Pero no es suficiente, entiende, no lo es.
–Padre...–quiso interrumpir.
–Escucha– insistió –Busca a Orié Zahár y llévala contigo Akie, por favor.
–¿Buscarla?– arrugó el gesto –Tiene siete años, aún no llega nuestro turno.
–Anastasia tendrá que entender. El viaje es largo, no quiero que de aquí a un par de años tengas que volver, ve a por Orié y vayan juntas a esa colonia de vampiros, por favor Akie, hazlo por mí. Si me amas, si amas a tu hermana, esto es lo que debes hacer.
–No te agites.
–Prométemelo, Akie. Júralo, por favor.
Ella intentó hacerle retomar su reposo empujando con suavidad sus hombros hacia la cama de heno, fingiendo más tranquilidad de la que tenía realmente.
Sucedía que su padre agonizaba, y era bien sabido entre los vampiros que en aquellos momentos, el espíritu que se preparaba para dejar su cuerpo debía mantener su paz. Sólo así no erraría su camino, sólo así entraría al mundo de los muertos.
–Prométemelo– suplicó.
Al mirar como temblaban las manos de aquel hombre y como sus ojos reflejaban la ansiedad que le corroía por dentro, ella exhaló largamente antes de dedicarle una emotiva sonrisa.
–Está bien, lo prometo. Me haré cargo de Zahár en adelante, sabes que la cuidaré siempre, que si no está con nosotros hoy es por el derecho que Anastasia tiene por ahora. Pero iré por ella, investigaré si la colonia es real, y si resulta nos quedaremos.
Su padre sonrió. Aquella promesa le devolvía la calma.
–Ya no estaré contigo... debes buscar un buen vampiro.
Una ráfaga de viento agitó la copa de los árboles y Akie Zarina disolvió su recuerdo. Las semanas transcurridas tras la muerte de su padre pudieran haber sido indicios de la falta a su promesa, pero eran tan sólo la evidencia del luto que aún sufría su corazón.
Inclinó su cuerpo lo suficiente como para acariciar la superficie del agua y mojar a medias sus dedos. Aún la tarde no acababa pero ya el río se hacía más helado. Muy a lo alto, una bandada de aves volvía ya a su lugar para descansar. Fue entonces cuando percibió el olor de que a lo lejos algo se quemaba.
Con sus sentidos en alerta se incorporó de inmediato, identificando la dirección de la quema. Aguzando su vista se esforzó por descubrir la humareda que se hacía casi imperceptible por tan larga distancia de su origen, y al reconocer que provenía de la zona del bosque en que estaba su cabaña, sus sentimientos dieron un vuelco. Valiéndose de sus capacidades antinaturales corrió camino a ella, pero para cuando llegó, ésta ardía irremediablemente.
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Editado: 11.01.2021