Destiny - Las Crónicas de Balanjard 1

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Sin saber bien lo que hacía, Daphne se fue acercando a ellos, pero a cada paso que daba en su dirección, volvía a ella su previa sensación de incomodidad mientras aquél joven la observaba calculadoramente.

Relájate ya, se reprendió a sí misma. ¿Ves lo que pasa cuando no tomas tus medicinas? Comienzas a alucinar.

–Tú orden ya se está preparando –le comunicó a Brandon, al acercarse.

–Muchas gracias.

–Veo que ustedes ya se conocieron –dijo Lorraine–. Aunque creo que sería bueno el hacer las presentaciones correctas.

Volteó a ver a Brandon, señalando a Daphne con la mano.

–Brandon, te presento a Daphne Daaé, mi mejor amiga –entonces giró a verla a ella–. Daphne, este es Brandon Maxwell. Será un nuevo alumno en nuestra escuela.

–Un placer –dijo él, poniéndose de pie y tomando su mano para besarla.

Daphne lo contempló con una extraña sensación de aprensión atenazando su estómago.

–Igualmente.

Él tomo asiento de nuevo junto a Lorraine, atento a cualquier movimiento de su parte.

–Tú amiga recién acababa de salir del sanitario cuando te fuiste y, al estar esperando solo, le ofrecí sentarse conmigo y hacernos mutua compañía.

Daphne observó a Lorraine y notó que ésta sólo prestaba atención a Brandon.

Madre Santa. Está como idiotizada por este chico.

–Eso fue muy amable por tu parte –dijo entonces, ignorando por completo su propio recelo–. Ha estado conmigo todo este rato sola, fue buena idea que se hicieran compañía.

–¡Ya lo creo! −exclamó Lorraine haciéndose notar−. Brandon y yo estábamos hablando sobre las vacaciones y así supe que es nuevo en la ciudad. Acaba de mudarse aquí con su papá y su hermano.

–Es verdad –confirmó él mientras ella tomaba asiento al lado de Lorraine–. Recién acabamos de llegar de Phoenix esta tarde. Hemos estado casi todo el tiempo desempacando y mi papá nos mandó a que mi hermano o yo fuéramos por comida −se rió−. Me tocó venir porque me salió la paja más pequeña.

–¿Entonces eres de Arizona? –le preguntó Daphne, tratando de reconocerle el acento–. Yo nací ahí, pero jamás he ido.

–¡No puedo creer que seas de allá! –exclamó él, con infinita alegría–. Realmente es chico el mundo, ¿no te parece? Aunque me cuesta entender cómo es que jamás has ido al lugar donde naciste.

Ella bajó la vista, incómoda. No quería revelarle nada a él. Se sentía mal.

–Mi nacimiento no fue de lo más usual. Mi madre murió al darme a luz y... desde entonces papá jamás ha querido volver.

–Oh. Lo lamento mucho.

–Sí. Su mamá murió muy joven –dijo Lorraine, interviniendo–. ¿Qué edad tenía ella? –le preguntó a Daphne.

–Veintiocho.

–¿Y cómo se llamaba? –pidió saber Brandon.

Daphne mantuvo la mirada fija en su regazo, donde sus dedos jugueteaban con la tela de su delantal.

Inhaló profundamente antes de atreverse a contestar.

–Kaelenia Daaé.

Y de la nada, un silencio inquebrantable llenó la habitación, a la vez que un extraño hormigueo bajaba por su espina dorsal, dejando a su paso una sensación de zozobra.

Daphne alzó los ojos y se cruzó con los de Brandon, que la escudriñaban penetrantemente desde el otro lado de la mesa.

¿Acaso he terminado de volverme loca?

Durante un instante, los irises de aquel sujeto se volvieron completamente oscuros, casi abominables, pero al volver a parpadear habían vuelto a la normalidad.

Dios, debo dormir más, se dijo a sí misma.

Pero a pesar de su certeza con respecto a su propia locura, fue testigo de cómo la mirada de Brandon se volvía completamente espeluznante en una segunda ocasión y ni siquiera su sonrisa cordial podía ocultar algo tan lúgubre. Su propia mente se negaba a creerlo, pero ahí estaba. Dos grandes ojos completamente negros la escrutaban, igual que un cazador sádico a su presa.

–Ya veo. Es una historia muy interesante –dijo él secamente, como si nada pasara.




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