Destiny - Las Crónicas de Balanjard 1

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–No grites –le ordenó una voz y dio un respingo al reconocerla−. Mantente en silencio y déjame guiarte antes de que ese chico venga y nos vea.

Alexander Maxwell se movió rápidamente y la arrastró con él hacia el armario del conserje que estaba a poca distancia. La metió en aquél reducido cubículo y se apresuró a entrar detrás de ella para cerrar la puerta.

La mente de Daphne estaba en completo shock, tanto por lo que había oído, lo que había visto y lo que le estaba ocurriendo en ese instante.

¡Estoy atrapada en el armario del conserje con Alexander Maxwell!

Aunque, para el caso, él estaba más pendiente de los sonidos del exterior, aguardando a que fuera seguro para que ambos pudieran salir. Ella se recargó contra las repisas llenas de líquidos de limpieza, a la espera de poder regresar al auditorio y poner en orden sus ideas. La oscuridad del lugar era un apoyo para su sonrojada expresión.

Ambos contuvieron la respiración cuando escucharon unas pisadas al otro lado de la puerta y suspiraron de alivio al percatarse de que éstas seguían de largo. Aparentemente, Richard no los había visto.

Estaban a salvo.

¿Qué mierda?

Daphne entrecerró los ojos cuando Alexander encontró el interruptor de la luz y la encendió, iluminando la reducida habitación.

−¡¿Pero qué pasa contigo?! –le inquirió molesta.

−Eso mismo me gustaría saber de ti –replicó él. Lucía verdaderamente intimidante con esa expresión iracunda y cruzado de brazos−. Francamente no me interesa lo que pase en esta escuela, pero... ¡Es la segunda vez que choco contigo en una situación totalmente absurda!, ¡¿Pero qué diablos te pasa?!, ¡¿No te han enseñado que no es correcto espiar a los demás?!

Ella lo observó con incredulidad.

−¡¿Estás bromeando?!

−En lo absoluto. Créeme, ya me gustaría que así fuera –le respondió y se fue aproximando hasta que la acorraló−, pero llevo dos días aquí y ya te has convertido en un dolor de cabeza. Dime, ¿acaso planeas hacer una estupidez diaria cuando ande cerca de ti para que irremediablemente tenga que salvarte el pellejo?

−¿Salvarme?, ¡¿Salvarme?!

−Te recuerdo que ayer te salvé de que te partieras el cuello y hoy he tenido que esconderte para que no te descubrieran de cotilla.

Oh, no acaba de decir eso. ¡Hasta aquí! ¡Ya he llegado a mi límite!

Lo empujó con todas sus fuerzas, pero aunque sólo logró moverlo un milímetro, aprovechó su desconcierto para propinarle una bofetada.

−¡Tú no me has salvado de nada, arrogante estúpido! –vociferó. Daphne estaba comenzando a percibir un zumbido en sus oídos y a ver todo color rojo−. Ayer tuve la desgracia de chocar contigo, grosero ignorante, y... ¡tuviste la desfachatez de llamarme retrasada mental! Luego me manchaste toda de fango a la salida con tu auto y para colmo, ¡hoy me arrastras al armario del conserje y me acusas de chismosa, cuando el único que estaba donde nadie lo llamó eras tú!

Alexander la contempló incrédulo y encolerizado.

−Escúchame atentamente...

−No, tú me vas a escuchar a mí –le espetó ella−. No sé quién te crees que eres y tampoco me importa, pero en lo que se refiere a mí vas a cambiar tu actitud colérica de mierda, ¿está claro? –la expresión en blanco de Alexander no tenía precio−. No me importa un comino nada que tenga que ver con tu existencia, pero para que lo sepas, como penitencia en nuestra mutua desgracia, vamos a tener que aprender a tolerarnos porque la Señorita Green nos puso de compañeros en el proyecto de clase.

−Espera, ¿qué?

−Tal como lo oyes.

−Pero si yo no estuve presente...

−Pues eso fue parte del problema, idiota. Podríamos haber protestado si ambos hubiéramos ido a pedirle un cambio, pero no has asistido a clase estos dos días, así que los dos nos jodimos.

Se taladraron con los ojos mutuamente con expresión enfurruñada durante instantes que parecieron eternos, ninguno queriendo ser el primero en ceder.

Daphne no sabía cómo había sido capaz de hablarle así a él, especialmente porque su mirada aún le causaba escalofríos, pero se alegraba de haberlo hecho.




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