Los Ángeles, 22 de abril del 2014
Dicen que el negro es la percepción visual máxima de la oscuridad, mientras que el blanco es un color acromático, es decir, que la oscuridad es nula. ¿Pero que pasa al mezclarlo? Se convierte en gris. En algo intermedio. Donde la luminosidad es máxima y nula a la vez.
Ahora partiendo de esto, porque no puede haber algo así en la vida. Es decir, si alguien sufre un accidente, vive o muere, y en mejor de los casos entra en coma (algo similar a la muerte); pero cabe mencionar que la vida es como hilo fino, algo fácil de romper y donde es imposible unir por muchos nudos que hagas.
Supongo que por eso me encuentro aquí. Viendo como mi hermano mayor es sepultado, al lado de las tumbas de mis padres que alrededor de seis meses habían sufrido un siniestro accidente. Del cual hasta la fecha jamás la policía ni mis abuelos habían descubierto la causa de su muerte. Algo que iba a quedar en la incógnita de mi vida y sin contar, que la repentina muerte de mi hermano, era un suceso más a la inestabilidad de mi vida.
¿Pero porque yo no estaba ahí?
Es decir, yo estaba allí o bueno iba a coger el mismo coche que ellos, sino fuera por mi tozudez de llevar unos de mis zapatos que ni podía caminar. O en el caso de mi hermano, sabía en los rumbos que iba o bueno, por donde su novia le estaba llevando y él como novio enamorado se unió a ella. Algo que podía a ver evitado o avisado a alguien antes que su novia falleciera por una sobredosis y él se suicidara por no soportar su muerte.
Se podría decir que tenía suerte, pero para mía era una maldición. O un augurio en la que no podía vivir feliz ni morir en paz, era el gris. Donde apenas tenía oscuridad ni mucho menos luminosidad. Era algo neutro. Alguien sin vida.
***
Tres meses después…
– ¿Estas seguras? – me pregunta Elijah. Sus ojos me inspeccionan relativamente mientras prepara la dosis exacta, sé por mano propia que no quiere que vuelva a sufrir una sobredosis o peor que alguien se aproveche de mi estado –. No fue suficiente con lo de mañana.
– No – respondo mordiéndome las uñas, a la vez que mis ojos no quitan de vista la mercancía –. Siempre querer más.
Asiente sin rechistar. Una vez termina de preparar me indica que me acerque para tomarme el vaso con el contenido. Lo hago sin dudar. De un solo bocado ingiero el licor y la droga que está en el recipiente.
Cierro mis ojos, sintiendo como cada molécula de mi cuerpo se prende, como mis neuronas se empiezan alborotar, y como mi cuerpo se hace cada vez más liviano.
El paraíso, pienso.
No se cuanto tiempo pasa o que hago, pero el mero hecho de no sentir nada, me tranquiliza.
En algún momento siento unos labios alrededor de mi cuello y como unas ásperas manos me rodean la cintura. Los gemidos y gritos hacen eco por todo el cuarto, mientras que lo único que mis ojos ven antes de cerrarse son los de Elijah, unos que reflejan rabia y desesperación.
Otra vez la había liado, una de las tantas veces.