El día había transcurrido normalmente y Valbert disfrutaba de un cigarro mientras leía el periódico. Al parecer un importante político llamado Alfonzo Taylor estaba teniendo problemas con una reportera y había mencionado muy sutilmente en una entrevista que desearía que ella desapareciera. Esa era la forma de invocarlo, pues aunque el Banisher fuera sólo una leyenda, siempre que un político decía a los medios que deseaba de alguna forma que alguien desapareciera, era la llamada que Valbert reconocía para hacer su aparición.
Ese día el joven fue a hacer una visita al candidato a la gobernación estatal, Alfonzo Taylor. Se presentó en las oficinas centrales de su partido y se dirigió a su joven secretaria, una chica rubia de ojos claros y muy voluptuosa. Valbert notó que era el estereotipo más burdo que se pudo imaginar de la secretaria de un político.
-¿Tiene cita señor? –Preguntó la joven en forma mecánica.
-No, pero estoy seguro que su jefe querrá verme, por favor entrégale mi tarjeta.
Dicho esto Valbert le entregó un pequeño sobre de papel con el tamaño de una tarjeta de presentación cerrado con un pequeño sello.
-Que tenga buen día señorita.
-Buen día señor… ¿Cómo dijo que se llamaba?
-Dígale al licenciado Taylor que vino a buscarlo el señor Banisher.
* * *
Alfonzo Taylor era un joven político, debía tener más allá de los tenía 38 años de edad, su cabello era negro, pero comenzaba a pintar algunas canas en los costados de su cabeza, tenía un rostro que aunque firme se veía afable y agradable, con una amplia sonrisa de artista, alto y esbelto pero con una presencia por demás elegante. Su brillante carrera política lo había vuelto un personaje importante en el medio, temido por sus opositores y aclamado por sus partidarios. Sin embargo, había hecho uso de múltiples trucos sucios y chantajes para lograr posicionarse en el lugar que actualmente ostentaba. Había sobornado y asesinado a muchos de sus enemigos, pero en el momento tan especifico en el que se encontraba no podía quitarse de encima a la joven que estaba investigándolo.
Klaudia Comanely, una joven reportera, comenzaba a ocasionar que la posición de Taylor en las encuestas se viera afectada.
Alfonzo Taylor tenía tantos problemas a causa de esa joven que lo único que deseaba era llegar a su casa y servirse un vaso de whisky y olvidarse de todo hasta el día siguiente. Recogió sus cosas y salió de su oficina, no tenía interés en atender nada ni a nadie.
-Señor Taylor. –Dijo apresuradamente su secretaria al verlo salir de su oficina.
-Ahora no Mandí, no me interesa nada.
-Pero lo vinieron a buscar, un tal Banisher.
Al oír esto el político se detuvo en seco. La palabra en inglés que su asistente acababa de pronunciar era el nombre de una leyenda muy popular entre los políticos, y aun cuando él no creía en cuentos, la mención del desvanecedor lo tomó por sorpresa.
-¿Cómo dices que se llamaba?
-No estoy segura. Sólo me pidió que le dijera que lo había buscado el señor Banisher y que usted estaría feliz de hablar con él. También me pidió que le entregara su tarjeta.
La joven le entregó el pequeño sobre. Taylor pudo ver que en el sello con el que el sobrecito estaba sellado tenía una letra “B” apenas perceptible. Estuvo a punto de abrirlo, pero algo lo detuvo y sólo lo guardó en la bolsa de su saco.
El camino a su casa pareció rápido y tal como había planeado, una vez que entró se dirigió a su mini bar y se sirvió un vaso de whisky, pero a diferencia de lo que había planeado, no pudo olvidarse de todo.
Sacó de su bolsa el sobre y lo abrió, en su interior se encontraban dos tarjetas de presentación, una tarjeta con el logo de la editorial Wings Génesis, tenía el número de Valbert Vidal, el editor en jefe y la otra tenía un fondo negro con unas letras blancas muy difuminadas en las que apenas era legible la palabra BANISHER.
¿De qué se trataba esto? ¿Era acaso una broma? ¿Acaso alguien intentaba burlarse de él? O ¿serían verdad las leyendas? ¿Sería verdad que había alguien capaz de hacer desaparecer a las personas sin matarlas ni levantar sospechas?
Todas estas dudas lo mortificaron durante largo rato. Por una parte nunca había creído en leyendas, pero algo en su interior le daba seguridad, lo hacía pensar que todo eso era real, pero aunque fuera real ¿estaba dispuesto a pedir ayuda de alguien así?