TANIA
El techo de mi cuarto parece estar acercándose. Creo que quiere asfixiarme. Igual que las paredes. Tal vez sufra de claustrofobia. Dios, no seas tan paranoica. No puedo evitarlo.
El verano se está acabando, ¿sabían? Nada interesante pasó. No hice nada de mi vida, como casi siempre. Pero en el verano es más doloroso no utilizar adecuadamente mi tiempo. Porque... realmente, si lo piensan, cuando estoy en clases tengo una excusa. Que no tengo tiempo, pero en verano no hay excusa para perder el tiempo. Y no hay nada que me ponga más los pelos de punta que perder mi valioso tiempo. Sobre todo cuando no puedo excusarme. Me removí en mi cama. Molesta. Otro día desperdiciado. Termina siendo super molesto.
Todo es molesto cuando transpiro incluso estando echada en mi cama con un ventilador apuntando a mi cama.
Mi madre pasó con una pila de ropa por el pasillo. Y aún podía oír como mi padre roncaba desde la otra sala. ¿Han sentido alguna vez ese remordimiento de ver a sus madres desviviéndose por mantener todo controlado, mientras que su padre nada hace?
Mi teléfono sonó en la mesita de luz, y me arrastré hasta poder manotearlo. Mi estúpida esperanza pensó que podría llegar a ser alguna amiga, que me invite a salir. Pero sólo era un vivo de instagram. Dios, ésto es realmente triste. Olvidé que no tengo amigas. No porque no quiera. Supongo que nunca se dio.
Ya era casi la tardecita. Y el calor no aminoraba. No podía dejar de recargar twitter una y otra vez. Esperando que alguien le ponga me gusta a mis tweets. No lo sé, algo esperaba. No tenía muy en claro qué.
Mi madre entró en mi habitación, y mi teléfono resbaló de mis manos, a mi cara.
—¡Dios, Tania!— se preocupó; mi madre se preocupó...— ¿Estás bien? Oh, pobrecita tu cara. ¿Te traigo hielo?— se sentó en los pies de la cama.
—No, ma. Estoy bien.— me incorporé rascando mi nuca.
—Pero, ¿cómo se supone que conozcas hoy a Marcus con el ojo casi tan hinchado como una ciruela?
—¿Marcus?— pregunté confundida.
—¡Lo olvidaste, Tania María! ¿Cómo te atreves?— su boca se abrió casi tan grande como la de una ballena, y pensé que iba a tragarme enterita. Sus ojos intensos como el café negro, y sus cejas... no expresaban nada bonito.
—¡No puedes retarme si aún no sé siquiera qué olvide!— grité como una niña, y me tapé con las manos. Empezaba a sentir mi ojo un poco hinchado.
—Ésta noche vendrán a cenar mis amigos de la iglesia, y Marcus y tú irán a una cena especial.
Miré hacia la pared que era tan blanca y sosa como mi existencia. ¡Dios! Lo había olvidado por completo. Es el chico que no me va a llevar a una cena romántica, quiere ir a una fiesta. ¡MIERDA!
—¡NO TENGO QUE PONERME!— grité.
—¿Cómo no? Te di el vestido de tu prima...
Junté mis cejas, y miré el horrendo vestido. Era amarillo, con mangas abullonadas, y muchas capas de falda. Era realmente feo. Definitivamente no me pondría eso.
-Claro...— respondí riendo. Mi madre rió, el enojo se le pasó rápido.
—Vamos que ya casi es la hora...— acarició con sus desgatadas manos por lavar tanto mi cabello. De niña me decía que mi cabello era como la miel, pero cuando crecí, se me puso más oscuro.— Te traeré un hielo. Pondremos maquillaje...— mis ojos se iluminaron.— Nada vulgar. Sino algo muy natural, para ocultar ese ojo hinchado. ¿Sí?— besó mi frente, y se acomodó su falda arrugada antes de irse.
—Sí, ma.— suspiré, y el infierno se instaló en mi pecho. En mi alma. Mentirle era la pesadilla más grande del universo. No quería mentirle, quería gritarle todas las verdades a la cara. Pero no pudo ser posible.
Ella salió por la puerta luego de darme un hielo envuelto en un repasador. Mi padre aún roncaba. No despertaba de su siesta, y con la broma de que oscurecía más tarde... a veces dormía hasta las siete de a tarde. Vacaciones me hace odiar a mi padre. O tal vez, me concentro más en él. No lo sé, de todas maneras, esa no es mi preocupación ahora.
Me relajé en mi cama. La familia de Marcus seguro vendría a las diez de la noche. Tenía más tiempo que desperdiciar en instagram. O en twitter. Tal vez me pondría a imaginar historias que nunca me pasarían.
ISABEL
No puedes hacerme ésto, universo. Por favor, sácame de aquí. Te lo suplico, soy una adolescente muy saludable. Soy, soy muy pura. Y... bien. El universo no te escuchará así, Isabel.
Me encontraba en la sala de juegos de la casa de mi padre. Mi medio hermano jugaba a un juego de carreras en su consola. Y yo rogaba porque alguien me llamara, y me invitara a correr unas carreras reales. Necesitaba esa adrenalina correr por mis venas. Pero lo que me puse a hacer fue un vivo en instagram. Pronto, muchas personas comenzaron a unirse, y a comentar.
Sin embargo, nada es para siempre. Y el vivo, acabó. Como todo. La sala de juegos se encontraba en el sótano, puesto que subí hacia la planta baja para poder ir hacia la cocina. Allí se encontraba el chef personal de mi padre...
—Hola Roberto!— grité al entrar a la cocina. Él, que se encontraba leyendo el periódico sentado muy cómodamente en una silla esperando que algo con olor muy rico se cocine, casi se cae de espaldas por el susto.—¿Ahora qué te pidió mi excéntrico padre?
—Pastel de carne...— dijo disgustado, moviendo su mostacho de costado a costado. Con sus manos, hizo un latigazo con el diario, y cambió de página luego de mojar su dedo índice con saliva. En mi garganta apareció un nudo.
—¿Por qué pastel de carne?— claramente, yo sí sabía por qué. Es la comida preferida de mi madre. Hacía unas horas había partido en un vuelo, con su nuevo novio. Se habían ido de vacaciones por lo que restaba del verano. Y como mi comportamiento no había sido óptimo, me dejaron a cargo de mi padre. El cual, por cierto, desapareció de mi vida quince años. Y ahora regresó. Seguramente, cree, que con un pastel de papás soluciona algo. Dios, que disgusto.