ISABEL
Desperté en el auto. Con Tania, y Lucinda entrando en un colapso. Mientras el chofer iba a mil kilómetros por hora.
—¡DESPERTÓ!— su aguda voz rompió mis tímpanos. Sonrió, y me abrazó.— ¡CHOFER PUEDE BAJAR LA VELOCIDAD!
—Nos pegaste un buen susto, chica.— habló Lucinda, quitándose sus rubios cabellos de su cara.
—La camioneta...— susurré.
—¿Qué hay con la camioneta?— preguntó Tania.
—Nombraron a la estación de policías, ¿no? ¿Por qué?
—Porque se cree que la camioneta estaba en fuga, por alguna razón. Y los interceptó a ustedes. Pero no hay cámaras que comprueben nada.
—Debemos ir a la estación de policía. Ahora.— un agudo dolor recorrió mi cabeza. Por dentro. Cerré mis ojos, los cerré muy fuerte. Mis manos estaban heladas, y mi remera olía a café concentrado. Mi estómago rugió de hambre. Ojalá no hubiera tirado esos malditos cafés cuando me desmayé.
—¿Por qué?
—Porque esa fue la camioneta que nos chocó…
—¿Cómo estás tan segura?— Tania estaba sentada en el medio. Yo estaba en la izquierda, y Luce a la derecha. Luce no estaba muy convencida de ir a la policía. — Iban muy rápido, Bel. Podrían ser cualquier camioneta. Además, en el auto de Marcus se encontraron manchas de pintura de otro color. No era…
—Blanca.— solté.
—No. Sí era blanca. ¿Cómo sabes que era blanca?
—Cuando corrimos la carrera, un auto nos chocó. Fue leve. Era blanco. Puede que haya quedado un poco de pintura blanca detrás del auto. Pero, la camioneta que nos chocó cuando íbamos de Tania no era blanca. Era negra, como la del estacionamiento del shopping. La luz destrozada…. — el aire comenzó a faltarme.
—Oye, Bel.— Lucinda parecía estar muy calmada. Casi disfrutando de lo patético de la situación. Con su historial, supongo que habrá superado peores situaciones de ésta. En cambio, Tania estaba sufriendo como yo. Parecía que se quedaba sin aire.— Debes calmarte. ¿Cómo estás tan segura de que era negra?
—No lo sé.
—¿Cómo explicarás el rayón blanco?
—Diré la verdad.
—Eso no resultará bien.
—Nada parece estar resultando bien.— Tania cambió de lugar con Luce, colocó su brazo en el descansador de brazos que colgaba del techo. La típica manijita que se sale. Su cabello parecía una jungla. La humedad no la ayudaba. Sudor caía por mi frente.
—Chicas… respiren...— Luce subió sus manos indicando que debíamos inhalar. Y las bajó para exhalar.— Chofer, ¿puede parar en el estacionamiento más cercano que vea?— preguntó, mientras bajaba la pared con el control remoto. Vio por el espejo del retrovisor como le asentía con su cabeza. La pared subía de nuevo
—¿Cómo se hacía eso?— inquirió Tania.
—No podemos ir a la policía.— solté.— Pero debemos ir. Marcus… Yo… Culpa…— mis costillas parecían aplastar mis pulmones. Impidiendo que el aire esté cómodo.
—No es tu culpa. Marcus ya despertará. Están buscando la camioneta porque se cree que estaba en fuga por alguna razón. Y no se sabe por qué. Si vamos a ir, debemos ir preparadas.
Su dulce voz logró calmarme. Sus verdes ojos, se ocultaban entre sus pestañas en cámara lenta. Su cabello rubio parecía hecho de algodón de azúcar.
—Bien...— expresé mirando desorbitada.— Debemos ir. Es por Marcus.
—Bien...— soltó Luce con un poco de enojo en su voz.— Iremos.
—¿Dónde iremos?— preguntó Tania, recuperando la compostura de a poco mientras se colocaba el cinturón de seguridad.
—A la estación de policía.
TANIA.
La estación de policía era más penosa de lo que pensaba. Paredes destrozadas con pintura beige barata; mohosa, y llena de humedad. Las escaleras de subida eran muy angostas, sólo entraba una de nosotras. Y al abrir la puerta, el ruido fue espantoso.
La sala era pequeña. A la izquierda un escritorio el cual, a falta de una de sus patas, era rellenado con un ladrillo. Detrás, una señora policía. Con su cabello tirante, y su uniforme impecable. A la derecha, contra la pared, había tres sillas, de diferente estilo y material. Se oían ruidos. Más bien, gritos. De queja. Parecía ser el Señor Tannery. Un señor que siempre lo agarraban conduciendo ebrio, orinando por las calles. Su esposa, su ex esposa, lo abandonó por un hombre que la sabía valorar. Desde el momento en que ella se fue, su mundo se vino abajo.
Sin embargo, algo en la voz me parecía conocido. Tal vez eran dos voces. Mientras esperábamos a que la señora nos llame para dar nuestra declaración, no pude evitar mirar hacia donde provenían los ruidos. Era una puerta, detrás de la oficial al mando. Escritorio, oficial, puerta. Ruidos.
Me acerqué lentamente hacia ella. Bel intentaba agarrarme del brazo, pero me escapé. Y casi que me como el escritorio. La oficial se paró en seguida cuando vio mi movimiento brusco. Alcé las manos, rápidamente cuando conseguí la información que necesitaba. Recordé haber oído cómo mi madre me decía que el Señor Tannery estaba en un centro de rehabilitación. El supuesto señor Tannery, terminó siendo el Señor García. Mi padre. Sí, suena estúpido Tania María García. Era lo que había…
Mi corazón se deshizo cuando nuestras miradas chocaron. Estaba detrás de unas rejas, gritando. Ebrio. Totalmente ebrio. Y con un tajo en su cabeza.
—¿Qué quieren señoritas?— inquirió la mujer, colocando sus brazos detrás. Su postura parecía inderribable. Había un aire en ella, un aire que inspiraba confianza.
—Soy Isabel Vargas…— al escuchar ese nombre, su compostura cambió por completo. Bel sonaba asustada.
—Estábamos por salir hacia su casa para tomar su testimonio. ¿Por qué vino antes?
—Estábamos haciendo unas compras con mis amigas. Y vi la camioneta que nos chocó. Tenía una luz rota…
—¿Era de color blanco?— noté como esa pregunta incendió a Bel, y la consumió por dentro. Por alguna razón se había enojado.