LUCE.
En la última noche de nuestra estadía, los chicos fueron a buscar la comida, y me quedé arreglándome sola en la mansión. Era muy extraño tener todo para mi sola. Pero cuando terminé de acomodar mi valija, y la de Trevor, decidí dar un paseo por la playa.
La brisa removía mis cabellos, y mi vestido color blanco marfil. Me senté en la orilla. Me encontraba realmente aterrada. El mar daba miedo de por sí, pensar en un océano tan enorme… Con tantos misterios. ¿Qué sería de noche? Podía oír mi corazón palpitar fuertemente.
—Por fin nos encontramos… —me paralicé por completo. Esa… —hermanita. —voz.
—¿Qué quieres, Luke? —Chasqueó la lengua contra su paladar, y se sentó a mi lado.
—¿Así me tratarás? —entre sus manos llevaba un bastón. —Hace meses que no nos vemos. ¿Así me saludarás?
—¿Qué quieres, Luke?— Repetí, mientras clavaba en mis palmas afiladas ostras. La sangre comenzaba a correr de a poco. Y manchaba la arena. Manchaba todo. Mis lágrimas también caían en silencio, junto a una repugnancia que se instalaba en mi pecho.
—Tú sabes que quiero...— posó su mano en mi hombro. La quité corriéndome. De pronto, supe lo que quería. La mochila.
—Jamás.
—La robaste.
—Tampoco es que tu jamás hayas robado.
—Qué pasaría si…
—Es mía. Yo me la gané.
—¿Y eso por qué? —Soltó una carcajada.
—Por aguantar tus años de estupidez.—
Su mano libre fue a parar a mi cuello. Comenzó a apretarlo. Luego de unos segundos, sentí como perdería el conocimiento. Pero tampoco tenía ganas de luchar.
—Dámela.
Como pude, con mi voz desapareciendo, largué un seco:
—No.
Me soltó. Se incorporó como pudo, me agarró y me obligó a hacerlo.
—Tu noviecito. ¿Cómo se llama? Tiene dinero, ¿no?
—Él no tiene nada que ver. Deberías irte, Luke.
—Vamos a ver lo que opina de nuestra familia.
De lejos, Trevor venía acompañado por dos hombres. Bastante altos, y corpulentos. Mis manos ardían. Sentía como la arena se adentraba en mis heridas, que aún sangraban. Me limpié las lágrimas como pude.
—¿Qué está pasando, Luce?
—Dame la mochila, Lucinda. — miré a los ojos a mi hermano. Se encontraban perdidos. Él se encontraba demacrado.
—No lo haré, Luke. Vete.
—No sabes... — lo que vendría a continuación, sería mi ruina. —No es para mí. Es para mamá, y papá.
Mi cara se desfiguró. Mi corazón se rompió. Mi cuerpo comenzó a temblar. Comencé a pasarme las manos por la cara; me llené de sangre. Trevor estaba horrorizado.
—¿Qué tengo que hacer? —pregunté. No podía dejar de llorar.
—Buena chica. —Mi hermano se acercó a mí, y me dio un abrazo.
—Deja ir a Trévor. Déjalo ir. Él no tiene nada que ver.
Hizo una seña con sus dedos, y los dos hombres lo soltaron.
—¿Qué sucede Luce?
—Vete, Trevor. —No lo miré. No pude hacerlo.
—Oh, pequeños enamorados… — Luke sonrió. —Soy el hermano de Luce. ¿Bastante obvio, no? Nuestro parecido es infernal.
—Antes muerta. —dije entre dientes, mientras le devolví la sonrisa.
—Luce. Debemos volver a casa. —dijo Trévor, mientras tragaba saliva. —Debes volver con tus amigas.
—No, claro que no. Su casa está conmigo.
Intentó acercarse, pero lo tomaron de los brazos.
—Le haces algo, y te juro que quemaré hasta el último centavo.
—Mamá, y papá…
—No me pruebes. —le di la espalda, y caminé hacia Trevor. Luke se quedó un poco descolocado.— La mochila está en casa de Nia. Ni se te ocurra entrar a la fuerza, cuando volvamos te la daré. Te espero allí.
—Pero…
—Y no quiero que te vuelvas a acercar a mi, Luke. Puedes darle ese mensaje también a nuestros padres.
Tomé la mano de Trévor. Y ambos caminamos de regreso hacia la cabaña.
—Dame tus manos… —refunfuñó. Aún tenía una de las ostras clavada en mi mano. Dolía como la mierda. Las estiré como niña pequeña, mientras me encontraba sentada en la mesada. —¿Qué haremos?
—Le daré el dinero que tenía pensado usar para irme a la mierda… — suspiré.
—Tenías pensado irte… —Sonó como una apesadumbrada confirmación, no como una pregunta. Trevor paró de refregar mis manos suavemente con una esponja llena de jabón.
—Antes. Sí. Éste verano debí haber entrado a la escuela de danza, pero… mis padres… — Me di cuenta del grave error que había cometido.
—Lo entiendo. No pudiste… ¿Qué tienes pensado hacer? Digo, cuando te vayas.
—Iba a irme. Pero ahora ya no es posible.
—Por la mochila. Con dinero. — Afirmó. Su voz comenzaba a sonar ofuscada.
—Es que se presentó un muchacho. No sé si lo conoces, se llama Trevor. Es muy bonito. Esa es otra de las razones, la que más pesaba. — lo miré a los ojos. Se puso colorado.
—No deberías dejar tus sueños por una persona. Nunca. Ni siquiera si esa persona es buena. Las personas van y vienen. — suspiró. —Ya está.
Con mucha delicadeza, me vendó las manos. Y besó cada una.
—¿Qué tienes pensado hacer? —suspiré. —¿Tienes pensado algo para tu futuro?
—Estados unidos. Las universidades de allá. — se mordió la piel interior del labio.
—Bien.
—Sí…
Nia entró por la puerta de la cocina, con un plato y un vaso vacios. Pero sucios.
—¿Alguien más siente la tensión? —comentó. Llevaba un rodete medio desarmado. Y ropa de entre casa. Abrí los ojos, y los dirigí hacia la puerta.— Entiendo. Entiendo. Dejo esto por aquí, y me largo. —dejó los platos encima de la isla, y corrió hacia la salida.
Al llegar al pueblo nuevamente. Nia no tenía rastros de sus padres. No había manera de saber dónde se encontraban. Todos nos instalamos en su casa. Aún el verano no terminaba. Había tiempo de diversión con amigos
Bel, y Marcus fueron los únicos que se dirigieron a su casa primero.