Detrás de la máscara

CAPÍTULO IV

CAPÍTULO IV

Mis parpados pesaban. Los abrí lentamente sintiéndome un poco mareada y sin recordar nada, pero en cuanto los abrí completamente, los recuerdos vinieron a mi mente.

Me incorporé a toda prisa en la cama. Comencé a tocar mi pecho desesperadamente en busca de una herida y como no la encontraba, bajé mis manos a mi vientre. Nada. Me levanté a toda prisa, pero no salí de mi habitación con la misma rapidez. Con las mejillas empapadas, abrí la puerta. Seguía sin poder creerme que un asesino psicópata hubiera estado la noche anterior en mi casa y me hubiera atacado. Limpié mis mejillas y giré el pomo asomando la cabeza por la ranura de la puerta. No había nadie en el salón.

Salí un poco más confiada pero no lo suficiente como para caminar por la casa a mis anchas. La puerta del baño estaba cerrada y las cajas seguían dónde las dejé la noche anterior. Fui al comedor y a la cocina. Nadie. Ni un alma. Cogí un cuchillo de la cocina y me dispuse a entrar en el baño. No podía arriesgarme y que me matara. No quería morir.

Abrí lentamente la puerta del baño, pero no conseguí ver nada. Estaba sumido en la oscuridad más profunda. No había ventanas en el baño por lo que tanteé la pared en busca del interruptor. Cuando di con él, lo pulsé.

Nada. No había nadie. Ni un alma.

El cuchillo se me escurrió de entre las manos y entré en el baño. Levanté mi camiseta para verme delante del espejo. Estaba segura de que ese hombre me apuñaló. Esa fue su intención. Pero no. No tenía ni un solo rasguño.

¿Cómo era eso posible?

Bajé mi camiseta y me miré con atención. Tenía las mejillas rojas del llanto y los ojos hinchados. Un momento…

Llevaba puesto el pijama. No, no, no. No podía ser. Yo estaba vestida con las mallas negras y una sudadera. No en pijama. Y mi pelo recogido en una coleta, no suelto. Pero eso era lo de menos.

Totalmente confundida, salí del baño, pero no tenía fuerzas para seguir dando un paso más. Las lágrimas se acumulaban en mis ojos y no me esforcé en retenerlas. Me apoyé en la pared y me dejé caer hasta quedar sentada en el suelo, con el rostro entre las rodillas y mis brazos aferrándose con fuerza a mis piernas.

Sé lo que vi. Estaba totalmente convencida. Ese hombre entró en mi casa, con esa horrible máscara y me apuñaló. Quiso matarme. Pero si me apuñaló, ¿por qué no tengo ninguna herida?

No podía seguir ahí sin hacer nada. Me levanté y me cambié a toda prisa. Me puse unos vaqueros oscuros, una camiseta de manga larga granate y unas zapatillas negras.

Salí de casa después de pasar. No iba a ir a la cafetería todavía. Tenía algo mucho más importante que hacer. Tenía que poner una denuncia.

De camino a la comisaría, saqué el móvil para llamar a Marien. No lo cogió a la primera pero cuando estaba a punto de colgar y llamar a Zack, descolgó.

—Hola, Kate— contestó con la boca llena. A esas horas seguramente estuviera desayunando. Apenas eran las siete de la mañana y entrabamos a trabajar a las siete y media.

—Hola, Marien— mi voz temblaba ligeramente. Aún sentía el pánico en las venas por todo lo ocurrido.

—¿Estás bien? — preguntó al percatarse de mi estado, pero no la quería preocupar. No aún. Después de hablar con la policía sopesaría la opción de contárselo o no.

—Sí— aclaré mi garganta—. Escucha. Voy a llegar un poco tarde a la cafetería. Tengo unos asuntos que resolver— miré alrededor. Estaba paranoica. Sentía que en cualquier momento el enmascarado aparecería delante de mí para acabar lo que no hizo la noche anterior.

—Mmm… Claro, no te preocupes. Nos apañaremos— ya sabía que se apañarían sin mí—. ¿Seguro que estás bien? Pareces nerviosa y la voz…

—Estoy bien. Ya te contaré— y colgué sin esperar su respuesta.

Claro que no estaba bien. Un puto psicópata enmascarado entró en mi casa e intentó matarme. Pero algo no me cuadraba. ¿Por qué no me había matado? Tuvo la oportunidad. Aun así, había muchas cosas que no tenían sentido alguno. ¿Por qué estaba en pijama?

Para cuando me quise dar cuenta, ya estaba en la comisaría. Entré por la puerta ordenando todos mis recuerdos porque sabía que tendría que contarlo todo con pelos y señales.

—Buenos días— le dije a un hombre un tanto mayor que pasaba por ahí.

—Buenos días, señorita. Dígame— se detuvo delante de mí y me miraba esperando que dijera algo.

—Venía a… a denunciar un allanamiento— el hombre asintió— y un intento de asesinato— me miró por unos segundos que parecían eternos y me hizo un gesto con la mano.

—Sígame.

Le seguí hasta su despacho, supongo.  No era muy grande pero sí luminoso. Tenía un escritorio delante de un gran ventanal y delante un par de sillas. El policía me hizo sentarme mientras él se acomodaba en su sillón. Me miré las manos que las tenía sobre mi regazo. Me temblaban como nunca. Sentía mi corazón bombear con fuerza mientras mi cabeza daba vueltas. Me dolía. Sentía un dolor punzante taladrarme el cerebro cada vez que recordaba todo lo ocurrido.



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En el texto hay: amor, pesadillas

Editado: 17.04.2018

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