Detrás de la máscara

CAPÍTULO XVII

CAPÍTULO XVII

Intenté abrir los ojos, pero la luz que entraba por la ventana me cegaba así que volví a cerrarlos. Estaba tan a gusto que no quería levantarme de esa cama. Comencé a estirarme poco a poco y a abrir los ojos hasta que me di cuenta de que había dormido. Me incorporé de inmediato como si la cama ardiera y miré mi alrededor. No era mi habitación. Ni siquiera la reconocía hasta que las imágenes de la noche anterior vinieron a mi mente. Era el dormitorio de Derek. Me quedé dormida por mucho que lo intentara evitar. Lo más sorprendente de todo es que no había tenido ninguna pesadilla, o al menos no la recordaba.

Me miré y me percaté de que no llevaba la ropa del día anterior, sino una camiseta que me llegaba casi hasta las rodillas. Sentí un leve frío en mis piernas desnudas debido a la ligera brisa que entró por la ventana.

No recordaba haberme desvestido.

Palpé mis pechos pensando que tampoco llevaría el sujetador, pero me equivoqué. Sí que lo llevaba.

¿Me había desnudado Derek?

En cierto modo no me importaba, aunque prefería haber estado consciente. Tampoco me sentía cómoda pensando que podría haber hecho conmigo lo que quería debido a mi profundo sueño.

Miré el reloj que descansaba sobre la mesita de noche que había junto la cama y abrí los ojos al ver la hora.

Las 17:57.

Dios, había dormido unas dieciocho horas seguidas. Jamás había dormido tanto.

Sin embargo, estaba tan descansada y emocionada por no haber tenido ni una pesadilla, que estaba por dar saltos de alegría sobre la cama. Y lo habría hecho si hubiera sido mi cama.

Salí de la habitación buscando a Derek, pero no estaba.

—¿Derek? — le llamé, pero no obtuve respuesta.

Iba a volver a la habitación, pero un papel sobre la mesita de madera me llamó la atención. Me encaminé hasta él y lo cogí.

Buenos días, dormilona.

Seguramente, para cuando despiertes yo no esté en casa. Tengo un caso que necesita que le dedique unas horas extras. Llegaré por la tarde, así que, si quieres salir, hay un juego de llaves en el cajón del mueble de la televisión. Cógelas y no te preocupes por ellas. Ya me las devolverás cuando nos veamos. Así tengo una excusa para volver a verte.

Espero que no te hayas asustado al ver que solo llevas una camiseta mía. Solo quería que durmieras cómodamente. Te pido disculpas si te has molestado por ello y te las pediré de nuevo en cuanto nos veamos en persona.

Me alegra que hayas dormido tan bien. No había más que verte. Y espero que no hayas tenido ninguna pesadilla.

Nos vemos, preciosa.

 

—No te preocupes, Derek. No me ha molestado en absoluto— hablé sola refiriéndome a sus disculpas por haberme desnudado, prácticamente.

Entré en el baño y me di una ducha. No creía que le molestara y necesitaba relajarme un poco. Llevaba varios días sin ducharme, sinceramente y lo necesitaba. No sabía que habría pensado Derek si hubiera estado más cerca de mí. Le habría echado para atrás con mi olor, aunque en tan solo tres días había gastado el desodorante que llevaba en el bolso.

Hacía tiempo que no me sentía tan descansada y tan bien conmigo misma. Aunque, a decir verdad, aún podría echarme en la cama para dormir unas cuatro o cinco horas más.

Salí de la ducha y me vestí con la ropa del día anterior. No tenía nada más que ponerme. Vi que, junto al cepillo de dientes de Derek, había otro cepillo y al lado una pequeña notita.

Úsalo. Es tuyo.

¿Había dejado un cepillo de dientes para mí?

Vaya, que considerado.

Sin dudarlo, lo usé.

Los dientes sí que me los había lavado. El miércoles, si no recordaba mal, me armé de valor y entré en el baño para coger lo esencial y al llegar a la cafetería, me los lavé. Y así todos los días. Todas mis necesidades las hacía en la cafetería. No me atrevía a pasar más de medio minuto en el baño de mi apartamento, sin que mi corazón se acelerara hasta tal punto de parecer que se saldría del pecho.

Busqué las llaves en el cajón del mueble rebuscando hasta dar con ellas y salí del apartamento. Llegaba tarde a la cafetería. Bueno, más que tarde. Tardísimo. Pero en algo tenía razón Zack. A mí nadie me echaría la bronca por ello porque yo era la jefa. Algo bueno tenía que tener.

No tardé en llegar, sobre todo, porque había ido prácticamente corriendo. Entré y me disculpé con la mirada y juntando mis manos en frente de mi rostro con Zack quien me sonrió dulcemente. Fui a dejar mis cosas en el vestuario. Al salir, vi que Marien seguía allí. Ella tenía el turno de mañana y al principio me extrañó que estuviera aún en el local, pero después lo comprendí. Ella era la única que tenía el otro juego de llaves de la cafetería. No me atrevía a dejárselo a nadie más, ni siquiera a Zack. Marien era la única en la que confiaba plenamente y, por supuesto, no se iría de allí hasta que yo no llegara. Por eso mismo era por lo que confiaba tanto en ella.



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En el texto hay: amor, pesadillas

Editado: 17.04.2018

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