25 de septiembre de 1992
Discutí muchas veces con mi mamá, reñí como siempre con Marko y le dije que me causaba asco el ser su hermano. Luego llego mi papá, el hombre de casa, con el ceño fruncido y callado. Sus gesticulaciónes me decían lo enfadado que estaba con mis acciones. Los consejos mediocres de mi papá pudieron haberme tocado, pero no puedo amarlo ni escucharlo mi aversión crece cada día y me da mucho miedo.
Me da asco imaginarlos teniendo sexo por las noches, sabiendo que ella ha traído varias veces a su amante cuando él sale por mucho tiempo. Si yo te contará los secretos si me mostrará sin tapujos papá, no estaríamos cenando tan contentos y tranquilos cuando tu esposa te engaña y tu hijo piensa matarse antes de diciembre.
Busco la manera menos dolorosa, deseche varias alternativas menos la del envenenamiento. Sería instantáneo y eficaz, en la cocina había Arsénico. Mi papá lo oculto, aunque yo sabía muy bien dónde lo tenía escondido. Moriría lentamente y solo encerrado en mi cuarto sin el dolor que me causa el ruido de afuera.
Mañana encontrarían mi cadáver envuelto en estas sábanas. Mi vida quedará como las hojas que sobran en este diario, en blanco, así lo que tenía importancia carecerá de esta. Será superfluo dejar una nota, ellos saben el por qué decidí adelantar mi muerte.
26 de septiembre de 1992
Cuando termine de escribir y baje a la cocina para buscar el veneno me encontré lívido con el personaje que aparecio mi madre en la sala de la casa. Era un hombre alto y blanco, lánguido, ojos hondos y grises. El Inquilino no se digno a saludarme, se quedó en silencio parado mirándome como si me conociera desde hace tiempo.
"Es un pariente mio que vino de Gran Bretaña" me dijo mi mamá ansiosa porque pasáramos a la cocina a darle la bienvenida al peculiar huésped.
"Gran Bretaña es bonito ¿verdad? " le dije al Inqulino y me sentí mal porque mi voz se escucho torpe y sin sentido.
"ni tanto" dijo el Inqulino sin mirarme.
26 de septiembre de 1992
El extraño me parece simpático, aunque no debería de jactarse tanto y dejarme hablando solo. Lo apático y raro desapareció por un momento cuando en el traspatio, donde habían sembrados árboles de guayabas, me habló como un amigo. Un desconocido me conocía más que mi familia y mis compañeros. Una persona que apenas conocía y me parecía una cosa mágica, pero vaga.
He olvidado suicidarme, es decir no puedo perder la oportunidad de convivir sin mascaras o interes con un amigo. Ocasionalmente me pasa que deseo morirme al lado del Inquilino.
Va siempre de negro rondando la casa, Marko lo observa meticulosamente, un tanto curioso. Papá a penas le dirije la palabra y mamá se porta bondadosa con él. Hablo largos ratos con el huésped en mi cuarto, salimos por un momento al sembradero de Guayabas. Él Inqulino me cuanta de sus otras vidas y yo le detallo a mi familia sin omitir nada. Le hablo de los buenos momentos y de los malos y la manía que tengo de largarme de aquí.
"Pronto nos iremos" dijo sin mostrar ninguna emoción con sus labios más pálidos que los míos.
El traje bien planchado y negro combinaba con los rasgos físicos del Inquilino. Fuimos a la iglesia, la mayoría de las personas quedaron intrigadas con el huésped de mi casa. Regresamos a casa caminando, él y yo nos quedamos atrás charlando sobre lo que nos gustaba hacer y recordé que durante su estancia en la casa solo probó pan, mermelada y muchas guayabas.
"¿Por qué la gente tiene que ir a la iglesia?" Preguntó antes de que yo formulará mi otra pregunta.
"Es una pregunta loca..."
"No es una pregunta tonta, la gente solo quiere salvarse, pero ¿por qué vamos a la iglesia" dijo la pregunta con mucho énfasis como si fuese su primera vez de estar en una iglesia o fuera un niño o una criatura que no era de la Tierra.
"¿Por qué comes mermelada, pan y guayaba y no comes otra cosa?" Le pregunte sin importarme si esperaba respuesta de su pregunta.
"Es la misma razón por la que la gente va a la iglesia, no tiene razón la vida sin eso. Al menos que le demos otro motivo para vivir a nuestra vida" dijo casi solemnemente
Yo no podría tener otra razón para la cual vivir. No encontré consuelo en nada y me resigne a no morir antes del mes de diciembre. Mi raciocinio no podría haberlo creído, sin embargo esa noche el Inquilino me enseñó el final de la vida. Es donde las almas duermen por la eternidad sosegados, sin preocuparse por este gran e inmenso manicomio donde está la gente viva. Respiraba la placidez del lugar oscuro, casi tenebroso y silencioso. La tristeza se me había ido del pecho como si de pronto volviese a nacer.