Se encontraba al interior del castillo, un lugar lúgubre y tenebroso, pero sobre todo enorme; si te perdías en uno de los pasillos lo más seguro es que se encontrara tu cadáver uno o dos meses después, eso claro, si es que tenías suerte. Él por supuesto no tenía ese tipo de problemas, hace muchos años que había indagado hasta el último rincón de ese lugar, aprendiéndose todo tipo de caminos y atajos.
En ese momento caminaba en dirección a su habitación, surcaba los amplios pasillos con rapidez haciendo ondear la capa que le cubría el cuerpo y parte de la cabeza dejando a la vista su usual mascara negra, su mirada estaba fija hacia delante desviándose levemente al pasar por el lado de uno que otro sirviente que se inclinaban a su pasar, en muestra de respeto.
Finalmente llegó frente a una imponente puerta de caoba tallada delicadamente con diferentes figuras, posó una de sus manos en ella y esperó unos segundos para que ésta se abriera como por arte de magia. Ingresó al lugar yendo directamente a otra puerta que ocultaba su armario, echó una mirada por la puerta de vidrio que conducía al balcón, vio como los tímidos rayos del sol acariciaban el bosque que rodeaba al castillo dando un aspecto casi mágico. Tomó una de las prendas del armario y se cambió con elegancia. Ya listo puso su mano sobre su rostro haciendo aparecer una brillante máscara negra que cubría la parte superior, salió de su habitación andando nuevamente por los amplios pasillos en dirección al establo.
Transitó cabalgando sobre su corcel de oscuro pelaje por uno de los senderos menos transcurridos del bosque, apretó levemente las riendas tirándolas hacia la derecha deteniéndose en un claro. Bajó de un salto y empezó a caminar para estirar un rato las piernas mientras su caballo pasteaba, se dispuso a hacer desaparecer su máscara cuando sintió un cosquilleo que recorrió su espalda, tranquilamente regresó a su caballo acercándose a la montura, con un pestañeo el gris de sus ojos se convirtió en un azul eléctrico que contrastaban con el negro de su máscara. Con sus manos maniobraba una de las cuerdas que sujetaban la montura mientras toda su concentración la usaba para agudizar sus oídos buscando escuchar hasta el más mínimo sonido. Cerró sus ojos mientras una sarcástica sonrisa aparecía en sus labios cuando sintió el filo de una espada en su cuello.
— Quieto muchacho, levanta tus manos y gira lentamente —ordenó una voz.
Hizo lo que le ordenaron quedando frente a frente con un hombre de una avanzada edad que sujetaba la espada en su cuello, a ambos lados se encontraban dos hombres que sostenían amenazadoramente dos fusiles y detrás de ellos 5 chicas apresadas en manos y tobillos por unos brazaletes electromagnéticos que desprendían casi imperceptibles chispas azules.
— No puede ser —exclamó uno de los hombres con fusil—, seguro tú eres —miró atónito tratando de modular palabra.
— ¿Yo soy? —preguntó alzando una de sus cejas con tono de confusión, se estaba divirtiendo con la actitud del hombre.
—Máscara negra, ojos azules, tú debes ser él.
— ¿Quién? Escúpelo ya —demandó el hombre que sujetaba la espada, aburrido de tanto suspenso.
— Es uno de los mejores asesinos del rey Thanatos —hizo una breve pausa—, le dicen de muchas formas, pero la más conocida es el príncipe oscuro —dio un paso atrás tratando de mantener distancia.
Los hombres quedaron horrorizados por unos segundos tratando de procesar el hecho de que estaban frente a uno de los más grandes asesinos de los cuatro principados.
— Veo que mi fama es grande —habló con voz serena, ocultando la sonrisa que amenazaba con aparecer en sus labios al ver el evidente miedo en los hombres que hace poco se mostraban tan valientes.
— Así como tu fama es grande, la recompensa por ti también debe serlo —habló el hombre de la espada recobrando su coraje, mostrando una cínica sonrisa dejando ver uno que otro diente con oro.
En respuesta a tal amenaza se escuchó el sonido de un clic al desenvainar una espada seguido de un sonoro grito al verse perforado a un costado con la espada del hombre con mascara.
— No deberían tomarme tan a la ligera —sacó su espada del hombre la cual desprendía un leve color azulado junto con unas pequeñas gotas carmesí que se deslizaban lentamente a través del acero.
— Tú, ¡maldito! —exclamó el hombre más alto, arremetiendo con su fusil tratando de dispararle en cualquier parte del cuerpo.
El enmascarado ante esto actuó con rapidez lanzando 5 dagas hacia el hombre las cuales se ensartaron con éxito desplomándolo casi al instante ante el asombro de todos.
Miró con indiferencia la escena delante de él, con una lentitud casi tenebrosa se giro quedando cara a cara con el último hombre que quedaba, quien movía graciosamente su arma gracias a los espasmos producidos por el miedo.
— ¿Estás seguro de que quieres disparar? —cuestionó serio, a lo que el hombre negó lentamente.