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CARTA II

𝑫𝒓𝒆𝒔𝒅𝒆.

𝟏 𝓭𝓮 𝓪𝓫𝓻𝓲𝓵 𝓭𝓮 𝟏𝟗𝟑𝟗

No me lo vas a creer, Heike.

¿Recuerdas tú ese estúpido club campestre al que madre nos obligaba a asistir cada domingo? Pues por primera vez en un largo tiempo, genuinamente me sentí contento de sentarme con ella a ver el juego de polo de los viejos del puro; aunque a un equipo ya le faltaba un integrante recurrente. Me enteré que murió hace año y medio, y sí, supe las razones, o al menos escuché a mi madre decirlas, creo que eso fueron. Me distraje con otra cosa mucho más entretenida y agradable a la vista.

Debo aclarar que no acudí por mero gusto, la verdad es que cada domingo desde que volví había logrado zafarme de la maldita costumbre, pero Imma fue tan insistente con que el aburrimiento la asesinaría si iba sola que… Bueno, ya sabes, hace esos ojos de borrego a medio morir y uno no puede negarle nada a esa niña.

No supe quién era inmediatamente, pero llamó mi atención apenas pasearse por la carpa. Ataviada en un conjunto azul, con el cabello trenzado y la raqueta en mano, sus mejillas lucían sonrosadas. Parecía estar buscando a alguien, y por supuesto que no era yo, pero en cuanto nuestras miradas se cruzaron, sonreí como un imbécil. Ella solo alzó la mano para saludarme, y tras un vistazo al juego, se fue justo por donde había llegado.

Por supuesto que no iba a desperdiciar esa oportunidad, y muy poco me importó dejar hablando sola a Imma para salir de prisa tras de ella. Y sí, sí, tal vez pude lucir algo desesperado, ¿pero sabes qué? Valió totalmente la pena.

Me sentí como un tonto charlando con ella, y no porque me hubiese decepcionado. Eso jamás sería posible, no con ella. El detalle es que mi lengua se trababa con constancia, y a cambio solo la oía reír, y con el afán de ayudarme tal vez, ella cambiaba el tema o, de la nada, soltaba alguna tonta ocurrencia. No importan los temas que tratamos, sino la química perceptible en las horas que pasamos juntos antes de que ella se marchara. Mi interés era obvio, sólo un ciego podría ignorarlo, pero no sabes el gusto que me causó percibir la afinidad de ella hacia mi persona. ¿Lo curioso? Que no pareció coquetear conmigo en ningún momento, y si lo hizo, jamás me percaté. Es que no charlamos como si fuéramos desconocidos, Heike, de pronto pareció que nos conocíamos ya de tiempo. No sabes lo que me gustó eso.

Se llama Anneliese Keil, y aunque ya era obvio que no se trataba de una humilde mujer de clase media, bastante gusto me dio descubrir que era hija de Eldric Hertz. ¿Te suena? No me malinterpretes, sabes perfectamente que a mi me hubiese importado un cacahuate si no tenía ni en dónde caerse muerta, pero eso significaba menos trabas, al menos la mitad de aceptación de nuestros padres; del General, más concretamente. Y sí, tal vez creas que me estoy adelantando al preocuparme por esos detalles, pero te juro que no puedo evitarlo, hermana. Anneliese me tiene totalmente fascinado.

Ese día la invité a salir, y de nuevo, me sacó la carta de los desconocidos. No insistí, me despedí y le dije el clásico “espero verte pronto” antes de que se subiera al coche. ¿Sabes qué encontré en el bolsillo de mi saco al volver a casa? Una fecha, una hora y una dirección. En ese papelito solo lucía una “A” al final del texto. Por supuesto que esa fina letra cursiva solo pudo salir de la dueña de esos preciosos ojos azules.

Esa noche yo no podía salir, tenía que estar en el cuartel hasta la tarde siguiente, pero por supuesto que no me iba a privar del deleite de volver a verla. Usé mis dotes de pinocho e inventé que la abuela había fallecido, que debíamos viajar a Colonia al funeral lo antes posible. Obviamente el General lo supo después, pero esa es otra historia, no tan bonita como esta. Hay que omitirla.

Y sí, sí, ya sé que con la muerte no se juega, pero Heike, esa señora ya está muerta, así no cuenta.

Pasé a recogerla en el coche, y aún dudé demasiado en bajar y llamar a la puerta, pensando en qué debía yo responder a quien sea que me fuese a recibir. Me preocupé en vano, porque apenas bajé del auto Anneliese cruzó la puerta, y no pude evitar reír, pero solo por la idea de que, muy posiblemente, ella me estaba esperando.

Se veía preciosa, Heike. Ni siquiera necesita maquillaje para lucir radiante, y con esa cabellera castaña cayéndole sobre los hombros y ese vestido rosado… Ah, si es que no babeé por algún milagro divino.

Le pregunté que a donde quería ir, y debo admitir que esperaba la típica respuesta aburrida, ya resignándome a acudir a algún lugar elegante para cenar con ella. Vaya sorpresa me llevé cuando me respondió que ir a bailar le apetecía, más todavía cuando mencionó ese club de swing de la avenida al que a madre le exasperaba que tú fueses. Ella no es aburrida, no le gusta lo típico de la estrafalaria esfera en la que nos movemos. Debí sospecharlo desde el principio.

Bailamos toda la noche, y lejos de usar el alcohol como incentivo para la diversión - excluyendo el hecho de que no bebo -, su risa me resultó mucho más embriagante que una botella de vino.

Algún fanático había por ahí tomando fotos de la gente, y te aseguro que la forma en que la miro en ese retrato me causa incluso escalofríos. Lo sé porque lo estoy viendo justo ahora. Me veo muy feliz. Estaba muy feliz con ella, sintiéndome el más suertudo del mundo al poner mi mano en su cintura, batallando muchísimo por no dejar de respirar cuando la tenía tan cerca.

Creo que eran las dos de la mañana cuando aparqué frente a su casa, y aún duramos una hora más charlando en el auto. Cuando se fue, besó mi mejilla, nada extraordinario, pero ya no pude quitarme la estúpida sonrisa de la cara en todo el trayecto de regreso.

No sé a dónde va a llevarme esto, Heike, pero es verdad cuando te digo que no me pesa ni un poco sentirme tan ilusionado respecto a ella. Siento que podría progresar, creo de verdad que podríamos llegar a ser algo más. Anneliese es perfecta para mi, hermanita, estoy seguro de eso.




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