Día de Poder

PARTE 4

—La navidad es un día de poder— comenzó Eduardo—, un día especial en el que ciertas energías se congregan de forma más profunda y poderosa que en otros días, posibilitando portentos que son prácticamente imposibles en otros momentos del año. Desde siempre, el hombre ancestral ha reconocido este hecho y ha visto su representación simbólica a su alrededor. El primer y más potente acontecimiento natural que marca este día de poder es el solsticio de invierno, que no en vano coincide con la navidad cristiana. Durante el solsticio de invierno, se produce la noche más larga del año, la oscuridad más extensa, el vacío más profundo. Pero de esa prolongada noche, surge el sol de un nuevo día, triunfante porque de allí en más, el día se irá alargando poco a poco hasta llegar a su máxima extensión en el solsticio de verano. Es un día de renacimiento, de oportunidad, de despertar. La navidad marca el triunfo de la luz que llevará a la naturaleza a la fruición. Las tradiciones antiguas lo han celebrado con árboles llenos de frutos como en el caso de los celtas. Los romanos lo convirtieron en la fiesta de Saturnalia, el Sol Invictus. El cristianismo no pudo dejar pasar la oportunidad, moviendo el supuesto nacimiento histórico del personaje de Jesús a ese preciso día, que ya se venía celebrando desde hacía muchos milenios.

—¿Estás diciéndome que la navidad es una especie de fiesta pagana?— lo interrumpió Clara.

—Por supuesto, ¿no es obvio?

—¿Obvio?

—¿Han armado un árbol de navidad en tu casa?

—Sí…

—¿Qué árbol es?

—¿Qué árbol es?— repitió ella—. ¿Qué quieres decir?

—¿Qué tipo de árbol es? ¿De qué especie?

—Un pino— se encogió de hombros ella, sin entender la importancia del hecho.

—¿Te parece que un pino es el árbol más representativo para el lugar geográfico con el tipo de clima relacionado con la figura de Jesús? ¿No sería mejor un árbol de olivo? ¿O tal vez una palmera?

Ella se lo quedó mirando sin contestar, nunca lo había pensado. El pino era un árbol de climas fríos, totalmente inadecuado para la zona de Israel.

—Y los soplillos con los que se lo adorna— continuó su tío—. ¿No te parecen sospechosamente parecidos a frutos? Es obvio que el árbol de navidad viene de la tradición celta, simbolizando el renacimiento de la naturaleza y sus esperados frutos.

Clara apretó los labios, sin argumentos para refutar la explicación de su tío.

—Pero la discusión sobre si la navidad es pagana o cristiana es irrelevante— siguió Eduardo.

—¿Qué es lo relevante entonces?— se atrevió a preguntar Clara.

—Como te dije, la navidad es un día de poder, un día en el que el despertar de la conciencia se vuelve mucho más fácil, un día en el que el advenimiento de las verdaderas capacidades humanas se vuelve imparable. Es por eso que los seres humanos han sido distraídos de este propósito, de esta posibilidad, mediante ideas y tradiciones fabricadas especialmente para ocultar el potencial divino que habita en cada uno de ellos. Es necesario que todos sigan dormidos, viviendo en un mundo artificial, sordos y ciegos, y por lo tanto sumisos al poder que los oprime.

—No entiendo nada de lo que me dices— meneó ella la cabeza.

—Si tuviéramos más tiempo…— se lamentó Eduardo.

—Comprendo que tengas una concepción de la navidad diferente, pero no entiendo por qué mi vida depende de eso.

—Porque el despertar del que te hablo puede soterrarse en la mayoría de los humanos, pero no en tu caso, no en esta precisa navidad— trató de explicar él.

—Esta conversación tiene cada vez menos sentido— le retrucó ella.

—Tal vez debo explicarte las cosas desde el principio en vez de desde el final— suspiró Eduardo.

—Eso ayudaría, sí— le respondió ella, sarcástica.




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