ADVRTENCIA
Este capítulo contiene escenas explícitas de violencia, violación y trato crueles. Lea bajo su propio riesgo.
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Así que aquel gigantesco mundo era Tierra. Quienes la habían conocido previamente, me habían dicho que lo primero que salta a la vista cuando se llega hasta allí es la enormidad de ese planeta. No puedo más que darles toda la razón, y reconocer que mi imaginación se quedaba corta cuando imaginaba su grandiosidad. En cualquier caso, la gran mayoría de los planetas que he visitado en mi vida me han parecido enormes, porque en comparación con Albea, lo son, efectivamente. Es extraño constatar que el mundo que terminó convirtiéndose en el conquistador definitivo de casi toda Ifeana sea una roca tan insignificante en comparación con otros tantos astros en los que surgieron otras civilizaciones. Así, enormidad y abundancia de espacio han marcado la historia de los terrestres, como es natural, porque tener territorio de sobra había siempre parecido la norma, algo de lo que carecemos todos en nuestra superpoblada Albea. Para quienes me lean fuera de Ifeana y no estén al tanto de esto, Albea es un pequeño satélite que circunda el vigésimo planeta de los treinta y siete que giran alrededor de Ammeussio, una estrella blanca relativamente cercana al centro de la galaxia, un lugar repleto de estrellas y, por lo tanto, de luz. Nuestro planeta regente, Ecaog, es un gigante gaseoso de color verdozo, el cuarto en tamaño de nuestro sistema planetario. Albea es apenas una de las setenta y tres lunas de Ecaog, pero por alguna extraña razón de la suerte y el azar, en nuestro pequeño mundo abunda el agua, o por lo menos hubo lo suficiente para el surgimiento de una especie tecnológica, nosotros, los albeanos. Por supuesto, a nosotros llega suficiente luz de Ammeussio como para permitir el proceso de la fotosíntesis y la absorción parcial de energía de la luz, pero apenas es suficiente para calentar nuestro mundo, así que Albea se calienta mayormente gracias a sus fundido perennemente agitado, producto de su fricción con la gravedad de Ecaog, que ha hecho que nuestro satélite se mantenga en un estado de ebullición constante y que sus volcanes produzcan sin pausa la vital lava que se deposita en forma de enormes mares relucientes al los extremos polares de Albea y que calientan nuestro aire.
Tierra en cambio funciona de manera completamente opuesta, pues este planeta, casi de cuarenta veces más grande que Albea, está tan cercano a Sol, su estrella regente, que casi pareciera que sus ráfagas de fuego candente llegan a tocar su superficie. Por supuesto, eso forma parte de la leyenda negra alrededor de Tierra, pero nada más lejos de la realidad. La cuestión es que dicho mundo no se caliente a sí mismo por su magma fundido interior, sino por la absorción de la radiación proveniente de Sol, por lo cual no podemos sino calificar a Tierra como un mundo vampírico, muy acorde con sus habitantes más infames, que viven también de la absorción de la energía de los otros.
Aunque Tierra tiene también movimientos telúricos y volcanes, no son en absoluto tan activos como los nuestros, y en vez de calentar la atmósfera, producen grandes molestias a los terrestres. Esa falta de actividad volcánica se hace evidente en ese extraño halo que envuelve ese mundo, lo que noté en el mismo instante en el que me asomé por las ventanas de las naves. Su atmósfera es transparente, tan libre de contaminación volcánica y cenizas que incluso desde la distancia a la que me encontraba, podía ver con claridad la superficie emergida sobre los mares. ¡Qué cosa tan extraña! Como nota irónica, a causa de su falta de actividad volcánica, resulta que los lugares más fríos de este mundo son los polos que permanecen perennemente congelados. Admiré con asombro un planeta que encontré particularmente bello y de apariencia benevolente, pero sabía muy bien en mi interior me deparaba toda clase de sorpresas, a lo mejor la mayoría muy desagradables y sangrientas. La mitología alrededor de ese pobre mundo ha calado tan hondamente en mí, como en todos los habitantes de Ifeana, que por un segundo me extrañó el que los mares de Tierra no fueran rojos, sino azules, similares a los de cualquier otro mundo normal. ¿Agua en vez de sangre? Lo dudo.
―Estaremos en la superficie de la Tierra en menos de cuarenta horas ―Una extraña costumbre que tenían los terrestres era la de llamar a su mundo la Tierra, con un artículo previo al nombre del planeta. Parece que para ellos Tierra es el único mundo que existe en el universo, o por lo menos parecen creer que merece una distinción particular, así que ese artículo ayuda a poner el plantea en su lugar: en el centro del universo―. Por supuesto, hablo de horas terrestres, no de las albeanas. ¿Entiende usted nuestro sistema de contabilización del tiempo?
El nuevo capitán, Ricardo, a pesar de ser temible en todo el sentido de la palabra, dada su extraordinaria altura, similar a la mía, su piel pálida hasta la blancura casi total, su cabello rubio casi blanco y sus ojos azules, igualmente casi blancos, había sido muy atento conmigo desde que se encargó del viaje y muy directamente me dijo que estaba completamente segura bajo su mando y que él mismo se encargaría de protegerme de cualquier agresión. Creo que en parte por aquellas palabras es que me atreví a salir de mi cuarto una vez me quedé sola con los terrestres.